Adolfo Suárez y Santiago Carrillo

Sí, el título de esta Tercera se refiere a Adolfo Suárez y a Santiago Carrillo. Pero no a Adolfo Suárez González, el presidente del Gobierno de los años culminantes de la Transición hacia la democracia, y a Santiago Carrillo Solares, el secretario general del Partido Comunista de entonces y también uno de los protagonistas de tan trascendental episodio político. Se refiere a Adolfo Suárez Illana y a Santiago Carrillo Menéndez, hijos de aquellos líderes políticos que hoy llevan su mismo nombre y apellido. Estuvo cuajado de simbolismo que ambos, deseosos de conocerse mejor y confrontar opiniones, acudieran a una comida organizada a sugerencia de uno de ellos en el Palacio de la Bolsa, el señorial edificio situado en la Plaza de la Lealtad, obra del arquitecto Enrique María Repullés, que la Regente María Cristina inauguró en 1893 y que forma parte del impresionante conjunto urbano y arquitectónico que se arracima a lo largo del Paseo del Prado y sus aledaños.

Suárez llegó primero y, afable y cordial, recibió a Carrillo adelantando que el padre de quien acababa de incorporarse a la reunión fue uno de los grandes artífices de los acuerdos fundamentales que hicieron posible las elecciones democráticas del 15 de junio de 1977 y la Constitución de 1978, a cuyo amparo hemos vivido tantos años de normalidad política y encomiable desarrollo social y económico. Esto solo fue el preludio del rosario de datos vividos por el hijo de quien fue presidente del Gobierno que lo abonaban y que poco a poco salieron a la escena durante toda la comida. Mientras tanto, Santiago, más reservado y muy atento a lo que escuchaba, asentía y añadía alguno más nacido también de su experiencia personal.

Sentados ya a la mesa, la temperatura ambiental fue aumentando por segundos. Hubo lugar entonces para jugosas anécdotas personales. Entre otras muchas cuyo detalle alargaría en exceso estas líneas, se mencionaron las medidas de seguridad que Suárez Illana tuvo que soportar por las amenazas terroristas de finales de los setenta y bien entrados los ochenta del siglo pasado, y el pseudónimo (¡nada menos y nada más que Jacques Giscard!) bajo el cual Carrillo Menéndez, cuando niño y por razones de seguridad, tuvo que cobijarse en Francia.

Pero las peripecias personales fueron dejando lugar a las opiniones sobre hechos trascendentales que han contribuido a que desemboquemos en la situación política actual, a la que los dos, preocupados, dirigieron bastantes críticas. El gran error de Albert Rivera negando el apoyo al PSOE que hubiera evitado las últimas elecciones generales y el resultado al que nos ha llevado merecieron comentarios inteligentes de los que llevan con dignidad apellidos con tanta carga histórica. A Julio Anguita achacó Carrillo el comienzo de la entrega de la izquierda más allá del PSOE al craso populismo.

En respuesta a quien no cesaba de tirarles de la lengua, Suárez y Carrillo coincidieron en el rampante deterioro de la vida política en general y más en concreto de la parlamentaria. Más que bregar por asentarnos en un sano sistema de partidos, caminamos hacia lo que expresivamente podría llamarse tribadismo, hacia la política cimentada en grupos cerrados y amurallados dentro de sí, grupos que sobre todo encuentran su cohesión más que en una ideología flexible y abierta al acuerdo en una rotunda negación del rival, en cuyo rechazo radical encuentran una poderosa justificación y una de las razones fundamentales para permanecer unidos y apoyarse unos a otros casi a ojos cerrados. Las descalificaciones e insultos personales, la tendencia a reducir los debates a un navajeo de poco fuste; en definitiva, la política del enfrentamiento despectivo y descalificador por encima de la de propiciar un debate serio y respetuoso sobre proyectos políticos por muy dispares que sean cosecharon el mayor rechazo por parte de Carrillo y Suárez. No hay que ir muy lejos para darles la razón con hechos irrefutables: basta un somero vistazo al reciente debate de los Presupuestos Generales del Estado para 2022 en el Congreso de los Diputados.

Ya por completo metidos en el calor de la conversación, coincidieron los protagonistas del almuerzo en la confianza personal que entre sus padres se fue trabando, y que se puso abrasivamente a prueba, entre otros, en los episodios que rodearon a la legalización del Partido Comunista de España y a los abominables asesinatos que ocurrieron en el despacho de abogados de la calle de Atocha. Quedó muy claro que desarrollar una deseable política de acuerdos basada en el consenso en lo esencial requiere, al menos, una cierta confianza entre los líderes de las grandes fuerzas políticas sustentadoras de nuestro sistema democrático, «algo que hoy ha desaparecido prácticamente», apostilló Suárez con un tono abatido.

Arrancando de apreciables diferencias políticas, se estaba llegando a un grado tal de coincidencia en la imperiosa necesidad de recobrar la concordia, retornar a un cierto consenso y superar la desconfianza personal, que en un momento determinado Carrillo exclamó chisposamente con la ligera huella de acento francés que caracteriza a su español: «¡Se van a meter mucho con nosotros si se sabe por ahí que estamos de acuerdo en tantas cosas!».

Muy avanzada una comida que duró más de dos horas y en medio de un ambiente pesimista fruto de la inevitable comparación de la capacidad de acuerdos de los tiempos que Suárez y Carrillo padres encarnaron junto con otros líderes como Felipe González y Manuel Fraga con el enfrentamiento, la mala educación y hasta la inquina personal que se va extendiendo en nuestros días como perniciosa mancha de aceite, uno de los pocos comensales planteó a las bravas: ante este panorama, ¿hay alguna esperanza de que los políticos actuales dejen de enzarzarse como constante pauta de actuación y den ejemplo a una parte muy predominante de la sociedad que quiere ver en ellos muestras de que tienen en sus manos algo que es común y que debe forzarles a ir bastante más allá de las continuas disputas por el poder político o de la inexorable imposición de unos sobre otros, más aún en los tiempos sumamente difíciles que vivimos?

Carrillo, más cauto y siempre observador, miró a Suárez abocetando el gesto de cederle la palabra. Suárez calló un par de segundos y, tras reconocer que tenía una buena relación con Pedro Sánchez y que la búsqueda de la concordia política es y será siempre meta de toda su actuación pública, contestó: «No hay que darse por vencidos, debemos luchar por que el sentido común y el ambiente político respirable vuelva a reinar entre las fuerzas políticas de nuestro sistema constitucional». Carrillo, después de trazar un mohín asertivo, apostilló: «La sociedad española lo está pidiendo a gritos y la situación económica y social permite poco margen para la irresponsabilidad política».

La comida tuvo lugar el 29 de noviembre de 2021.

Luis María Cazorla Prieto es académico de número de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España.

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