Tras una evaluación exhaustiva, el presidente Obama ha decidido desplegar otros 30.000 soldados más para acabar con el punto muerto en Afganistán. A pesar de los costes, tiene claro que ésta es una guerra de necesidad, porque la región fronteriza montañosa entre Afganistán y Pakistán es «el epicentro del extremismo violento practicado por Al Qaeda». Nadie puede negar que los retos a los que nos enfrentamos en Afganistán son enormes.
El país está destrozado tras décadas de conflicto y asolado por la pobreza. Y la guerra asimétrica que están librando los talibán -con artefactos explosivos improvisados y bombas de carretera- se cobra un precio muy alto, tanto en vidas inocentes de los afganos como de las fuerzas internacionales.
Sin embargo, los recursos disponibles en 2010 ofrecerán una verdadera oportunidad para terminar con lo peor de la insurgencia. Las tropas adicionales de EEUU empezarán a llegar a principios del año. El compromiso militar adicional del Reino Unido con Afganistán supone el envío de otros 1.500 soldados en poco más de un año. Esperamos que esto anime a otros países aliados a incrementar sus esfuerzos. Además, el Ejército Nacional Afgano prevé aumentar sus efectivos desde los 94.000 actuales a 134.000 para finales del año próximo.
Para que el impulso militar a corto plazo sea un éxito a largo plazo, tenemos que acordar una clara estrategia política común. Y una parte fundamental de ella es el reconocimiento de que el éxito en Afganistán conlleva el aislamiento de la minoría de combatientes talibán -plena e ideológicamente entregados a su causa- de la mayoría de los insurgentes, que combaten para mantenerse seguros, ganar dinero, u obtener poder o estatus. Si se consigue disminuir la insurgencia, el Estado afgano podrá fortalecerse lo suficiente como para librarse del núcleo duro de combatientes -que, a su vez, ofrecen amparo y apoyo a Al Qaeda a través de sus vínculos con este grupo-.
Para alcanzar este fin hay que utilizar las tropas adicionales; son necesarias para proteger a la población y para aislar al núcleo duro de los talibán, de tres maneras distintas.
Primero, debemos ayudar al Gobierno de Karzai a ganar la confianza de sus ciudadanos. La inmensa mayoría de los afganos afirma que no desea el regreso al poder de los talibán. Pero en los pueblos y valles de las zonas rurales, la protección o los servicios básicos ofrecidos por el Gobierno son tan escasos, y el riesgo de ataques de los talibán tan grande, que pocas personas están dispuestas a resistir activamente a los insurgentes.
Para invertir esta tendencia, tenemos que convencer al pueblo afgano de que la comunidad internacional se quedará en el país hasta que las autoridades afganas legítimas puedan proporcionar seguridad, justicia y desarrollo. Es por eso que el énfasis del presidente Obama en los esfuerzos para reforzar la capacidad de las fuerzas de seguridad y del Gobierno afganos fue significativo. La incorporación a sus destinos de gobernadores de provincia y de distrito efectivos será tan importante para el éxito en esta guerra como el envío de tropas adicionales. Ante una situación de hecho en la que los talibán están nombrando gobernadores en la sombra y creando tribunales que proporcionan una justicia tan rápida como brutal, existe el peligro de que la Administración de Karzai no sólo se vea desplazada, sino derrotada.
En segundo lugar, tenemos que ayudar al Gobierno afgano a reintegrar en la sociedad a aquellos militantes dispuestos a perseguir sus objetivos en paz y a vivir dentro del marco constitucional. Y el aumento de la presión militar es una base importante. Al incrementar nuestra presencia y utilizar operaciones militares selectivas, aumentamos el coste de la lealtad a los talibán y animamos a los insurgentes a cambiarse de bando. También tenemos que ser capaces de ofrecer a los combatientes vías de regreso a la sociedad. Los programas de reintegración tienen que ser dirigidos por los afganos, pero la comunidad internacional puede y debe proporcionar la financiación.
En tercer lugar, Afganistán necesita una nueva relación con otros estados de la región. Durante mucho tiempo, el país ha sido un tablero de ajedrez geopolítico, en el que se han librado las batallas de otros. El aumento de la presencia militar demuestra el compromiso de la comunidad internacional para establecer un Gobierno efectivo y asegurar el futuro del país, seguro e independiente de terceros estados, por derecho propio.
Las decisiones de Obama sobre la aportación de tropas proporcionan la plataforma y el impulso para un esfuerzo mucho mayor en cada una de estas tres áreas. La Conferencia de Londres que el primer ministro británico, Gordon Brown, ha anunciado para el 28 de enero diseñará la ruta del apoyo internacional a Afganistán durante los próximos 12-18 meses, y movilizará ese apoyo internacional. Se centrará en fortalecer las fuerzas de seguridad afganas; en crear buen Gobierno y en reducir la corrupción. La mejora de las relaciones regionales también será un tema clave. Trabajaremos para establecer un programa de reintegración dirigida por los afganos y apoyada por un fondo internacional de reasentamiento, y para llamar la atención sobre el desarrollo económico y social. Y la conferencia también proporcionará una oportunidad para mejorar la arquitectura civil internacional.
Los retos en Afganistán son complejos y tardarán en resolverse. Pero está en juego no sólo la credibilidad de la OTAN o la estabilidad del sur de Asia, sino la seguridad de nuestros propios ciudadanos aquí en Europa o en América. El compromiso y la determinación de Estados Unidos están a la vista. Ahora nos corresponde a los demás considerar nuestras respectivas fortalezas y recursos, y preguntar qué más podemos hacer. Al fin y al cabo, no sólo se necesitan más tropas, sino policías, jueces, administradores, ayuda al desarrollo, financiación de la reintegración y formación agraria.
David Miliband, ministro de Exteriores del Reino Unido.