Afganistán: el cierre y su relato

En lo que va de año, y por relativamente bien que fueron algunos datos parciales sobre la evolución del conflicto de Afganistán, unos pocos incidentes han bastado para cerrar el debate: es hora de irse, pero ¿qué día y a qué hora? Los incidentes son bien conocidos: unos soldados norteamericanos (pero en una actitud que afecta a todos los demás efectivos de la coalición internacional ISAF) orinan sobre cadáveres de talibanes o supuestos talibanes; unos soldados norteamericanos queman ejemplares del Corán en el penal de Bagram, llamado a ser un segundo Guantánamo; un soldado norteamericano liquida a tiro limpio a 16 civiles afganos (entre ellos, varios niños); un atentado con un coche incendiado en la misma pista de aterrizaje a la que iba a llegar al poco rato el secretario de Defensa de Estados Unidos ante 200 marines (desarmados, no fueran a liarse a tiros con su ministro)...

De uno en uno, estos incidentes no son, por desgracia, infrecuentes en cualquier conflicto armado, pero en este caso certifican el final y cierre de una etapa que, como ha pasado en otros sitios, está llamada a poner sobre la mesa una cosa que en la jerga del DPKO (siglas del Departamento de Operaciones de Mantenimiento de la Paz) de la ONU se llama lecciones aprendidas. He aquí algunas de ellas. La primera es que, por bien que vayan (aunque fuera en términos relativos) las intervenciones con uso de la fuerza, incluso como en este caso con la explícita y reiterada aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU, nunca van muy bien. De hecho, suelen ir entre regular, mal y peor. Las razones son múltiples. Por ejemplo, por mucha superioridad militar (en términos cuantitativos brutos) que tenga uno de los bandos, eso no le garantiza en absoluto el control político de la agenda ni sobre el terreno ni en el escenario internacional, donde por cierto se acaba perdiendo no por derrota militar sino por fatiga de combate política, social y diplomática.

En otras palabras, en Afganistán se verifica que hay un bando que, si no gana, pierde (ISAF). El otro, como no pierde, gana (la insurgencia), y además tiene dos factores a su favor, que son el tiempo y el entorno social. La guerra de Afganistán no la perderán los talibanes porque la otra parte (el Gobierno, el Ejército afgano, la policía, etcétera) está con los extranjeros, y en aquel país desde hace siglos todos los conflictos han acabado siendo una guerra de la independencia. Aunque, por cierto, siempre han sido también una guerra civil. En el 2010, un informe interno de la coalición internacional incluía el siguiente dato: el 75% de los insurgentes combatían en el día a día dentro de un radio de diez kilómetros de su domicilio.

Otra lección es, desde luego, la batalla de la comunicación, y aquí la asimetría juega a favor de la insurgencia, con mucha diferencia. La ISAF, la OTAN, los gobiernos de los países de la coalición (empezando por EEUU), no solo han de librar combates. Han de ganar y controlar territorio, pero han de encerrarse en bases que por dentro son una caja fuerte. Han de ganar los corazones y las mentes de los afganos, que, si bien durante algunos años podían alegrarse de la caída del Gobierno talibán, ahora ya saben que los extranjeros se irán y la insurgencia se quedará. En cualquier hipótesis, de mala a peor, las alternativas ponen los pelos de punta, pero la más creíble no es una caída inmediata de Karzai o una reinstauración sin más de un Gobierno talibán como el que hubo entre 1996 y el 2001. Es más guerra civil, otra más, porque las lealtades del afgano medio siguen donde estaban: cada grupo (tayikos, pastunes, uzbekos, azaris, nuristanis, etcétera), y dentro de él cada tribu y cada clan, sigue donde ha estado durante siglos y en estos últimos 40 años.

Mientras, los gobiernos de la coalición internacional han de vérselas con: una opinión pública cada vez más desafecta, cuando no cada vez más hostil; calendarios electorales (es el plus de problema de las democracias en este tipo de situaciones) cada dos por tres, cosa que afecta ahora mismo a Merkel, a Sarkozy y sobre todo a Obama, cuyos contrincantes, por cierto, por no tener ni siquiera tienen una posición concreta sobre Afganistán; ...y la comunicación. Ah, la comunicación. ¿Cómo construir el famoso relato según el que todo va bien, se han conseguido objetivos «razonables», las cosas «no están tan mal»? Obama marcará el relato del cierre, que girará en torno a tres conceptos: la eliminación de Bin Laden marca un hito de objetivos conseguidos, Al Qaeda está muy debilitada y ya no representa una amenaza estratégica global (cierto, dicho sea de paso) y la solución para Afganistán pasa por los propios afganos y su entorno regional (cierto, pero poco viable). La coda será: después del 2014 no abandonaremos al pueblo afgano (traducción: habrá ayuda económica, civil, etcétera).

Pero la fecha del 2014 ya está en el aire. Y por cierto, ¿abrirá consultas EEUU con todos sus aliados para decidir entre todos cuándo y cómo irse? ¿O simplemente se lo hará saber en tiempo y forma (fax, e-mail, carta)? Habrá más lecciones no aprendidas, pueden estar seguros.

Por Pere Vilanova, catedrático de Ciencia Política UB.

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