Afganistán, ¿el nuevo Iraq?

Inicialmente apoyada unánimemente por las opiniones públicas de los países occidentales, la guerra de Afganistán empieza a ser objeto de debate. Una mayoría de los estadounidenses cree que esta guerra no se ganará. El 65% de los norteamericanos piensa que Estados Unidos se retirará de Afganistán sin haber ganado la guerra, contra sólo el 35% que cree que pueden ganarla. El mismo debate se produce en los países europeos. Si en Francia tiene todavía un eco limitado, es mucho más vivo en el Reino Unido, poco acostumbrado a diferenciarse de Estados Unidos, y sobre todo en Alemania, donde la canciller Merkel es la única que apoya el compromiso que el resto de los partidos políticos critican abiertamente, con el trasfondo de las elecciones generales del próximo 27 de septiembre.

Una vez más los civiles han sido las víctimas de los ataques aéreos de la OTAN en Afganistán. En la caza a los talibanes, la milicia islámica afgana, ello parece inevitable, desgraciadamente.

Los talibanes tienen una estrategia conocida, la de mezclarse con la población civil. Pero, como ha repetido muchas veces Estados Unidos, y hace poco el consejero de Seguridad del presidente, James Jones, "detener los ataques está descartado". "Atar las manos de nuestros comandantes diciendo que no amenazaremos más con ataques aéreos sería imprudente". Sin embargo, Jones certificó que "Estados Unidos va a redoblar sus esfuerzos para intentar que ningún civil inocente muera". De hecho, para Washington es inevitable que haya bajas entre los civiles, lo que la OTAN denomina "daños colaterales". El coste político de estos daños es, no obstante, mucho más importante que la eficacia de los ataques aéreos. Producen un rechazo de las fuerzas occidentales por parte de la población afgana y otorgan una nueva legitimidad a los talibanes. Hemos entrado así en un círculo vicioso: se hace todo lo posible para ahorrar al máximo vidas de soldados de la OTAN, cada vez más impopulares. Por eso se efectúan ataques aéreos. Al mismo tiempo, se impone una presencia militar occidental sobre el terreno, constante, visible, cada vez más numerosa, para proteger a los civiles afganos.

Los militares estadounidenses dicen querer inspirarse en el mariscal Lyautey, quien, en Marruecos, bajo el protectorado francés, eligió la táctica del contacto con la población. Pero Afganistán no es el Marruecos del siglo pasado. El modo de actuar no es el mismo. Al contrario que el mariscal Lyautey, que se paseaba libremente por suelo marroquí, las fuerzas de la OTAN - al menos 100.000 hombres, de ellos 62.000 estadounidenses-están fuertemente armadas, en un medio hostil, provocando reacciones contrarias. Permanecen atrincheradas y obligadas a protegerse frente a una insurrección que se ha ampliado estos dos últimos años. Hay muertos por ambos lados. Militares y talibanes, civiles y combatientes. Los civiles siguen siendo los más numerosos: son alcanzados tanto por ataques, como por atentados o por explosiones de kamikazes.

¿Qué puede hacer la OTAN? No se pueden detener los ataques aéreos ni reducirlos. Y en cada uno de ellos resulta imposible prever ni asegurar que no habrá bajas civiles. La situación parece bloqueada. Y aparecen los interrogantes. La OTAN no puede perder la guerra, pero ¿la ganará? ¿A favor de quién juega el tiempo? Sin duda a favor de los talibanes, que juegan en casa contra los extranjeros, contra la ocupación. Cuantos más civiles mueren, más reclutan los talibanes. Y además ocupan una buena parte del país. Desde la óptica occidental hay dos guerras en Afganistán. Alaque se desarrolla sobre el terreno se añade la batalla de la opinión pública, la del corazón y del espíritu. Una batalla que cada vez que se anuncia la muerte de soldados, ya sea en Francia o en Estados Unidos, vuelve al primer plano. Y surge entonces la pregunta que apareció en Iraq: ¿Hay que apoyar estos ataques, esta guerra?

Sin embargo, existe una diferencia entre Afganistán e Iraq. El presidente Barack Obama ha subrayado que la guerra en Afganistán es "una guerra necesaria" frente al terrorismo para defender la seguridad occidental. Es un argumento cierto. Pero el presidente George W. Bush empleó el mismo para Iraq. Existe, pues, una similitud creciente en esas dos opiniones. Se habla de enviar nuevos refuerzos de tropas estadounidenses cuando hace poco ya partieron 21.000 soldados suplementarios. El error catastrófico de la guerra de Iraq pesa sobre la de Afganistán.

Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París.