Afganistán o la cuadratura del círculo

«Una concepción moderna de la seguridad europea debe contemplar tanto a EE.UU. como los legítimos intereses de seguridad de Rusia». Hacía yo esta afirmación a un periódico el día antes de mi toma de posesión como Comandante General del Eurocuerpo. En aquel momento, con el señor Bush «en lo alto del machito», algunos acogieron con sorpresa esa idea que iba contracorriente. El resultado favorable a las tesis de Moscú de la crisis caucásica del verano de 2008, así como la reciente decisión de la nueva administración norteamericana de suspender el proyecto de despliegue del escudo antimisiles en Polonia y Chequia, parecen confirmar, finalizando ya mi mandato de dos años en Estrasburgo, la bondad de la «arriesgada» afirmación de entonces. En política de seguridad las cosas son siempre mucho más complejas de lo que se percibe a primera vista y además suelen estar ligadas a otras que subyacen en las profundidades del razonamiento. El riesgo a evitar-diría Habermans- está en recurrir al arsenal de las soluciones sin un profundo análisis de los fenómenos complejos. Hoy el triángulo Estados Unidos-Europa-Rusia es insuficiente para entender la gran geometría de la seguridad europea. Un nuevo elemento se ha añadido a ese escenario: Afganistán. Estos cuatro vértices enmarcan hoy una nueva geometría todavía mucho más enrevesada con la que cuadrar el complejo círculo de nuestra seguridad.

La Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad en Afganistán (ISAF) fue establecida en base a la resolución 1.386, de 20 de diciembre de 2001, del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en apoyo al Gobierno interino afgano. España, sólo siete días después, se subió al carro por Acuerdo del Consejo de Ministros de 27 de diciembre, por el que se autorizaba la participación de unidades militares españolas en ISAF. Se trataba entonces de una operación de las llamadas de «mantenimiento de la paz», limitada a Kabul y sus alrededores. No fue hasta agosto de 2003 que la OTAN, como tal, fue metida de hoz y coz en Afganistán y comenzó la extensión de las operaciones militares por todo el país. El nuevo concepto general se basaba en la formación de núcleos de reconstrucción (PRT,s) y Bases de Apoyo (FSB), a dispersar por el territorio en una especie de lluvia de gotas de colores, que se irían ideal y paulatinamente expandiendo para tintar el mapa en función de la necesidad de cada caso. Así, la estabilidad y la «modernidad», controladas desde Kabul, acabarían implantándose en todo el país.

Esa concepción, mezcla de realismo político y liberalismo tan típicamente anglo-americana, no ha funcionado. El folio del escenario afgano no se ha coloreado de la manera que se esperaba sino que se ha emborronado totalmente, porque esa «estrategia de borrón de tinta» no valoró adecuadamente, entre otras, dos realidades esenciales. La primera es que en Afganistán nunca hubo anteriormente un estado regido desde Kabul, con lo que no correspondería su reconstrucción, sino la construcción de uno nuevo (totalmente ajeno a la cultura y la historia del lugar) empezando por los cimientos, lo cual es bastante distinto. La segunda es que la mayoría de los afganos, o de los que cuentan allí, a los que se podría denominar la oposición (a las fuerzas internacionales) ya sean señores de la guerra, jefes de tribu, talibanes o traficantes «de todo» no querían -ni quieren- tal estado y, coherentes con su propia historia, concurren en combatir hasta las últimas consecuencias a los que quieren imponérselo. Por ello, las incipientes acciones civiles de construcción no tuvieron grandes éxitos y fueron dando paso de manera cada vez más intensa a las operaciones militares. En aras de clarificación de un debate actual, quede pues claro que lo que sucede hoy en Afganistán no se parece a lo que pasaba en 2001 más que en el nombre de la fuerza: ISAF.

Resistiéndome a la tentación, al menos por ahora, de participar en la polémica de si se trata o no de una guerra, sí parece claro que en Afganistán hay un grave conflicto bélico asimétrico, disperso y de intensidad creciente en el que la OTAN está plenamente sumergida. La Alianza, además, se está mostrando incapaz de resolverlo aún cuando esté en juego su propia supervivencia. Su fracaso en el teatro afgano, que cada día va resultando menos improbable, la dañaría profundamente y evaporaría su mayor activo: su credibilidad. Las recientes declaraciones de diversos políticos de alto nivel poniendo ya fecha a la «retirada» no facilitan precisamente el trabajo de la Alianza, porque tienen una demoledora lectura sobre el terreno por parte de unos y de otros. Cuando las cosas no van bien, la idea de repliegue (para algunos de escape) no puede existir más que en la mente de quien tiene el poder de decidirlo pero, si existiera, no se proclama a los cuatro vientos. Este es el abc de la Estrategia con mayúsculas. Y en este contexto, la «cuartelización» de Afganistán no es solución. Tampoco se trata de basar la propia actuación en simplemente no ir en son de guerra, sino en saber cuándo los otros, bien sean oponentes o bien compañeros de equipo, sí lo están. Y esto es esencial para preparar las fuerzas, organizarlas, gobernarlas y decidir sus medios sin dejar el más mínimo resquicio a la fortuna, porque confiar en la suerte no es ni mandar ni gobernar.

No es banal recordar que la OTAN -reza incluso en el tratado de Lisboa-, es el pilar fundamental de la defensa colectiva. De ahí la relación directa entre el resultado de la actuación de la Alianza en el teatro afgano y la seguridad de Europa. Porque si la OTAN no salvase solventemente la cara en Afganistán, se pondrían seguramente en cuestión no sólo los fundamentos de nuestra seguridad del presente, sino también la propia manera de comprender las condiciones geoestratégicas contemporáneas. Por si acaso, no estaría de más dedicar más voluntad política y más esfuerzo al impulso de la Europa de la Defensa.

Y entonces, ¿qué tiene que ver todo esto con Rusia? Pues mucho, porque Rusia está geográficamente más próxima a Afganistán que EE.UU. y la UE y tiene así el mejor observatorio sobre el conflicto. Rusia, además, goza (o sufre) de una experiencia y conocimiento profundos del teatro afgano, a un nivel que no tenemos los demás. Rusia, asimismo, tiene en Asia central unos legítimos intereses que la convierten en un actor no sólo imprescindible sino también inevitable, en cualquier escenario en el que puedan derivar los atribulados pueblos de la zona. Y lo más definitivo en términos prácticos: Rusia tiene las llaves de las mejores puertas de acceso, o de cierre, para el sostenimiento de las operaciones de la OTAN en el teatro afgano. Esta última consideración, por otra parte elemental para el más bisoño oficial de estado mayor, puede aclarar algo más por qué Rusia es tan importante para la seguridad europea y por qué lo que sucede en Afganistán, donde estamos atrapados, también lo es.

Pedro Pitarch, teniente general.