Afganistán, tiempos y relojes

Con un recuerdo muy especial para Emilio Morenatti.

Es bien conocido el dicho de los insurgentes talibanes: «La comunidad internacional tiene los relojes, pero nosotros tenemos el tiempo». El reloj del intento de normalización del país marcó la fecha de mañana, 20 de agosto, para la primera vuelta de las elecciones presidenciales afganas, a la vez que las regionales de sus 364 distritos. Cerca de 7.000 colegios electorales están preparados para que 16,6 millones de posibles votantes –seis de ellos mujeres– puedan optar por alguno de los 41 candidatos a la presidencia de su país y por otros cientos a la de sus regiones. Difícil problema de organización y de seguridad, por supuesto.

Largamente anunciados estos comicios, tras un esfuerzo titánico para censar a la población, especialmente a la femenina, después de reforzar todos los contingentes militares internacionales y estando presentes cientos de enviados especiales y observadores electorales, todo está a punto para asegurar una jornada que se presenta como clave para continuar el tránsito de este Afganistán de la edad media al mundo de hoy, con todo el respeto que merecen sus coordenadas étnicas y religiosas. Es el reloj del día 20.

Pero los talibanes se sienten dueños del tiempo. Son conscientes del valor mediático que proporciona en estos días la presencia de cientos de corresponsales extranjeros provistos de sus cámaras. Por eso maquinan sus mejores capacidades criminales. Se aprovecha un blindado robado a las Naciones Unidas para superar controles o se aumenta el número de suicidas. No importa, la cuestión es que todo el mundo sepa que están ahí, atrincherados entre el miedo de sus compatriotas, la intrincada orografía del país de las zarzas y sus santuarios paquistanís.

También nos recuerdan con insistencia que de allí salió trasquilado el mismísimo Imperio británico a mediados del siglo XIX, y no mejor parada salió la URSS hace 30 años. No quieren admitir que la comunidad internacional está hoy firmemente unida, que los soldados no sufren las enfermedades que diezmaron a las unidades coloniales británicas, que el apoyo que recibieron de los EEUU para debilitar al bloque comunista no existe y que, en cuanto su sociedad supere sus ancestrales miedos y asuma los beneficios de la libertad, habrán perdido irremisiblemente su poder.

Por supuesto, no quieren elecciones quienes dominan a su tribu como señores de horca y cuchillo, los que tienen a sus mujeres como esclavas, interpretando a su modo y ventaja preceptos coránicos que el propio profeta repudiaría. Por supuesto, no quieren elecciones los que comercian con más del 50% del consumo mundial de opio; los que no creen necesario salir del 72% de analfabetismo ni del 42% de pobreza absoluta en que se encuentran sus compatriotas. Y no dudan en prostituir un noble sentimiento: «Para alcanzar la independencia, en lugar de acudir a los centros electorales falsos, el pueblo debe ir a las trincheras de la yihad –su guerra Santa– para liberar al país de los invasores».

odo lo demás lo sabemos. Lo seguiremos día a día con especial atención. Habrá atentados sin la menor previsión ni del dónde ni del quién. Todo es posible en estos momentos. Mientras escribo estas reflexiones cualquier contingente –esta última vez le tocó a los macedonios–, cualquier colegio electoral, cualquier puesto de policía o simplemente cualquier mercado repleto de gentes sencillas puede estar viviendo momentos trágicos.

Las medidas de seguridad que mantiene el presidente Karzai, posible vencedor de las elecciones, son extremas. Con un 45% de votos a favor, en contra de la previsión de un 26% para su opositor Abdulá, algunas encuestas parecen darle una clara ventaja. Es, supuestamente, el candidato de las mujeres. La comunidad internacional parece asumirlo, quizá por aquello del más vale malo conocido...

El dinamismo de su oponente, el oftalmólogo de 48 años Abdulá, su antiguo ministro de Asuntos Exteriores hasta 2006, que ha lanzado un discurso populista con algunas propuestas de reformas constitucionales muy interesantes, puede cambiar por completo los pronósticos. En el caso de que ninguno supere, como parece que ocurrirá, el 50% de los sufragios, se tendrá que realizar una segunda vuelta electoral que se celebraría entre septiembre y octubre. Otra vez prolongamos los tiempos y, por supuesto, los riesgos.

La única forma de vencer al medieval tiempo talibán es mantener la unidad de la comunidad internacional, asumir los costes y los sacrificios, a pesar de las dificultades nacionales y de opinión pública que puedan surgir –Inglaterra está superando una grave crisis debida a las reiteradas bajas sufridas por sus soldados– y ponderar con eficacia los medios que justifican la intervención internacional: los de la seguridad y los de la propia gobernabilidad del país, lo que se conoce como «afganización progresiva».

Porque está demostrado que los afganos solos no pueden. Pero hay que convencerles de que algún día podrán, que algún día deberán incluso apoyar otros tránsitos. Hay que convencerles de que deben aprovechar la ocasión para romper su trágico circuito histórico de pobreza, corrupción y pólvora. Habremos puesto a punto y a prueba nuestros relojes. Pero los tiempos son de todos, no deben ser solo de los talibanes.

Luis Alejandre, General. Miembro de la Asociación Española de Militares Escritores.