Los militares españoles llevan más de nueve años en Afganistán, en una misión que se aleja cada vez más de la ayuda humanitaria y se acerca a una guerra de contrainsurgencia. En la reunión de la OTAN celebrada el pasado fin de semana en Lisboa, se fijó 2014 como fecha para que las tropas internacionales se vayan del país. Antes, en 2012, deberá comenzar -si se cumplen las previsiones- el repliegue de los efectivos españoles de las provincias afganas donde hoy están desplegados.
Pero conviene hacer algo de memoria. El 27 de diciembre de 2001, el Consejo de Ministros, presidido entonces por Aznar, aprobaba el envío de 458 soldados a Afganistán para participar en la misión de la OTAN bajo mando de la ONU. El número era inferior al que había cifrado el ministro de Defensa, Federico Trillo, que habló de unos 700, y la fecha límite de la misión sería -se dijo entonces- el 30 de abril del año siguiente.
Han pasado más de nueve años y las perspectivas no han mejorado, sino todo lo contrario. Han empeorado seriamente desde cualquier punto de vista. No es extraño, por tanto, que la mayoría de los españoles -51% según los últimos sondeos- no respalde el mantenimiento de las tropas, frente a un 31 % que considera que deben seguir en ese país asiático.
En la actualidad, el contingente militar español se ha triplicado hasta los 1.555 efectivos, entre militares y guardias civiles, según datos de la propia Alianza Atlántica. Respecto a su cometido -en teoría el mismo por el que se desplegaron en un primer momento-, si alguna vez fue una misión de reconstrucción y ayuda humanitaria, ahora es evidente que se parece más a una guerra de contrainsurgencia clásica donde el enemigo -los talibán o simples delincuentes comunes- ataca por sorpresa y sin previo aviso. La mejor prueba de que no se ha obtenido la pacificación deseada de la llamada zona de operaciones -la provincia de Badghis- es que la mayoría de las tropas desplegadas son asignadas a la protección de la propia fuerza o de los cooperantes, y los técnicos en desarrollo de la AECI tienen sus movimientos severamente restringidos fuera de la base militar hasta el extremo de verse obligados a dedicarse a controlar a distancia los trabajos que subcontratan a terceros, con mayor o menor éxito.
Para ser justos, la gran cantidad de dinero que la cooperación española ha invertido en la provincia ha mejorado las condiciones de vida de los habitantes de esta provincia, entre las más pobres de Afganistán y para muchos próxima a la Edad Media, especialmente en el área de salud y educación. A pesar de ello, las estadísticas confirman el empeoramiento progresivo de la situación y, sobre todo, la sustancial modificación de la naturaleza de la misión.
Badghis, al oeste de Afganistán y fronteriza con Irán, era un área tranquila y olvidada cuando llegaron los primeros españoles, en julio de 2004, pero hoy sufre atentados cotidianos, no sólo como acciones aisladas sino incluso bien organizadas como la última manifestación con piedras y palos contra la base de Qala-i-Naw a raíz del atentado que causó la muerte de dos guardias civiles y tras correrse el bulo de que los españoles habían matado a un afgano.
Antes, el enemigo no existía prácticamente y el mayor problema era lograr la cooperación de los hombres fuertes de las comunidades locales. Hoy, los talibán y los delincuentes han regresado con fuerza y poder hasta el extremo de que atacan cuando y donde quieren, bien en los empinados desfiladeros de las montañas del norte o en plena ciudad e incluso dentro de nuestras instalaciones. Antes del verano, el aumento de los ataques unido a las limitaciones de actuación impuestas al contingente militar, supuso en la práctica la pérdida de la libertad de movimiento de las tropas españolas, carentes de efectivos y de equipo apropiado - la iniciativa había pasado al enemigo-. Los mandos militares habían advertido que no bastaba con la vieja estrategia de patrullar de vez en cuando pues la insurgencia sólo tenía que esperar a que se retiraran los soldados para volver a controlar la zona a través de la extorsión y el terror.
La guerra de contrainsurgencia obliga a no dejar espacios vacíos y requiere de más tropas para ocupar todo el territorio, lo que, a su vez, beneficia en cierto sentido a los insurgentes que cuentan con más objetivos para atacar por sorpresa bien con artefactos explosivos a distancia o simplemente francotiradores. La cambiante naturaleza del conflicto -y, por tanto, de la misión- ha obligado a las Fuerzas Armadas españolas a adaptarse y a ser ingeniosas. Y, por primera vez en mucho tiempo, a modificar sus estrategias y, sobre todo, sus materiales. Nunca en los últimos 20 años de operaciones en el exterior, el Ejército de Tierra había adquirido y desplegado tantos y tan sofisticados nuevos sistemas en tan poco tiempo y para poder cumplir una operación tan específica. Ejemplos, los nuevos vehículos contra minas Lince y RG-31 que sustituyen a los BMR o los aviones por control remoto que permiten vigilar los caminos antes de la salida de las patrullas en búsqueda de posibles emboscadas.
A nivel de despliegue, el Ministerio de Defensa se ha gastado 40 millones de euros para salir de la antigua base que tenía en el pleno centro de Qala-i-Naw (devuelta en los últimos días a las autoridades afganas) y construir una nueva super base desde la que podrán operar millares de soldados, helicópteros y vehículos. Asimismo, ha iniciado la instalación de bases avanzadas cerca de carreteras y valles importantes para reforzar la presencia permanente y recuperar el control de esas zonas estratégicas.
La nueva teoría de los generales estadounidenses -primero McChrystal y ahora Petraeus- obliga a poner mayor énfasis en «llenar todos los espacios» que, en resumen, significa expandir la presencia tanto social -ganarse los corazones-, como física -mayor seguridad y mayor número de soldados y policías afganos- y administrativa -mejor gobierno sin corrupción-. Todo apunta a que, a pesar del tiempo transcurrido y los anuncios del inicio de transmisión de responsabilidades a las autoridades locales, la misión de las tropas españolas en Afganistán no ha hecho nada más que empezar, como si el cuentakilómetros se hubiera puesto de nuevo a cero. El problema es que se trata de la operación en el exterior más difícil, más cara y más compleja a la que nos hemos enfrentado desde 1975. Esperemos no echar en falta el tiempo perdido.
Rafael Moreno Izquierdo, profesor de Periodismo de la Universidad Complutense y director académico del Máster Universitario en Comunicación de la Defensa y los Conflictos Armados.