Después de un comienzo lento, el COVID-19 se está propagando cada vez con mayor rapidez en toda África, con más de 7.000 casos confirmados y 294 muertes en 45 países y dos territorios hasta el 7 de abril. A menos que el continente reciba urgentemente más asistencia, el virus seguirá abriéndose un camino mortal e implacable allí, con consecuencias sanitarias y económicas aún más sombrías. Como una primera medida esencial, por lo tanto, exigimos un alivio de la deuda inmediato para los países africanos a fin de crear el espacio fiscal que los gobiernos necesitan para responder a la pandemia.
Después de todo, combatir el COVID-19 es más complejo en África que en otras partes del mundo. El acceso a una atención médica de calidad en todo el continente sigue siendo limitado, a pesar del progreso reciente de algunos países. Un tercio de los africanos no pueden lavarse las manos regularmente, porque no tienen acceso a agua limpia. La falta de refrigeración para almacenar alimentos perecederos o medicamentos hace que a la mayoría de los hogares les resulte difícil cumplir con las órdenes de quedarse en casa. Y la subsistencia de muchos millones de trabajadores está en peligro porque tienen un acceso limitado a conectividad de banda ancha, teletrabajo u otras oportunidades para mantener ingresos básicos.
Sin embargo, los gobiernos africanos están respondiendo al COVID-19 con determinación, inclusive estableciendo estados de emergencia, exigiendo un distanciamiento físico, imponiendo cuarentenas obligatorias y restringiendo los viajes y las reuniones públicas. Por otro lado, empresas del sector privado, grupos de la sociedad civil y movimientos populares se suman para dar batalla de cualquier manera posible.
Por su parte, la Unión Africana, para garantizar una sinergia y minimizar una duplicación, ha adoptado una estrategia continental conjunta y creado un grupo de trabajo para coordinar los esfuerzos de los estados miembro y de los socios. La Organización Mundial de la Salud también está demostrando resolución para asistir a los gobiernos africanos.
Pero el desafío clave es la disponibilidad de recursos.
África necesita un respaldo financiero inicial de 100.000 millones de dólares, porque las caídas marcadas de los precios de las materias primas, del comercio y del turismo –un resultado directo de la pandemia- están haciendo que los ingresos de los gobiernos se agoten rápidamente. Mientras tanto, el retiro de los inversores de activos riesgosos ha incrementado el costo del endeudamiento en los mercados financieros, limitando las opciones viables para la movilización de recursos.
No sorprende, entonces, que el paquete de apoyo fiscal promedio anunciado por los gobiernos africanos hasta ahora represente un magro 0,8% del PIB, una décima parte del nivel en las economías avanzadas. Y, más allá del corto plazo, las necesidades de financiamiento adicionales del continente podrían aumentar a 200.000 millones de dólares.
Es verdad, instituciones internacionales y regionales están redoblando sus esfuerzos para complementar las estrategias nacionales. El Banco Africano de Desarrollo recientemente emitió un bono social “Combatir el COVID-19” de 3.000 millones de dólares, mientras que el Banco Africano de Exportación e Importación ha creado un mecanismo de crédito de 3.000 millones de dólares.
Por otra parte, el G20 recientemente reclamó una respuesta colectiva coordinada para asistir a los países más vulnerables del mundo, prometió ofrecer recursos inmediatos de forma voluntaria e instruyó a los ministros de Finanzas y presidentes de bancos centrales para desarrollar un plan de acción. Organizaciones internacionales –entre ellas el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, el Fondo Mundial y Gavi, la Alianza para Vacunas- han anunciado programas para respaldar a los países en desarrollo. Y la alta aceptación de estos planes por parte de los gobiernos africanos ilustra la escasez de recursos que enfrentan.
Sin embargo, más allá de estos esfuerzos, la acción global y el respaldo para África hasta la fecha no han sido suficientes. Por lo tanto, respaldamos firmemente el pedido urgente del FMI y del Banco Mundial de un alivio de la deuda bilateral para los países de bajos ingresos. Es más, creemos que esto debería estar complementado por un tratamiento paralelo de la deuda privada y comercial, que hoy representa un porcentaje significativo de la deuda externa de muchos países africanos.
Como el tiempo vale oro, reclamamos una suspensión de dos años de todos los pagos de deuda externa, tanto de intereses como de capital. Durante esta suspensión, el G20 debería encomendarle al FMI y al Banco Mundial la tarea de llevar a cabo una evaluación integral de la sostenibilidad de la deuda y considerar una futura restructuración de deuda, donde fuera apropiado, para preservar o restablecer la sostenibilidad de la deuda.
El alivio de la deuda también debería extenderse a los países de medianos ingresos que actualmente experimentan una fuga de capitales y cargas de deuda insostenibles. Las evaluaciones de la sostenibilidad de la deuda de estas economías deben ir más allá de la relación deuda-PIB y también considerar la relación entre pagos de servicio de deuda e ingreso gubernamental. Varios países de ingresos medios actualmente gastan el 20% o más de sus ingresos en el servicio de la deuda, lo que desplaza los gastos tan necesarios en salud, educación e infraestructura.
Con el beneficio de un alivio de la deuda inmediato, los gobiernos africanos deberían dedicarse a proteger a las poblaciones vulnerables y a impulsar las redes de seguridad social. Y, a diferencia de los gobiernos en otras partes, también deberían respaldar al sector privado, especialmente las pequeñas y medianas empresas. Eso incluye hacerse cargo de las moras de estas firmas y garantizar una alteración mínima del flujo de crédito, para evitar una crisis bancaria y económica más profunda y más prolongada.
Estas medidas ayudarán a preservar los empleos. Sin ellas, África podría enfrentar una catástrofe humana y económica sin precedentes que podría convertirse en una inestabilidad política y social aún más costosa.
La pandemia del COVID-19 ha revelado el alcance de nuestra interconexión, recordándonos lo estrechamente vinculados que están los destinos de todos los países. El sistema sanitario global es tan fuerte como su eslabón más débil: el éxito a la hora de combatir la pandemia en algún país será de corto aliento si todos los países no lo logran.
Por lo tanto, más allá de las respuestas inmediatas, la pandemia y sus consecuencias económicas resaltan los esfuerzos de más largo plazo que hacen falta para fortalecer los sistemas sanitarios de África, diversificar sus economías y ampliar las fuentes de ingresos domésticas. Lograr estos objetivos es importante no sólo para el continente, sino para el mundo entero.
Ngozi Okonjo-Iweala, a former finance minister of Nigeria, is Board Chair of Gavi, the Vaccine Alliance and Distinguished Fellow at the Africa Growth Initiative at the Brookings Institution. Brahima Coulibaly is a senior fellow and Director of the Africa Growth Initiative at the Brookings Institution.
Este comentario también está firmado por el Consejo de Relaciones Exteriores; Donald Kaberuka, ex presidente del Banco Africano de Desarrollo y presidente de directorio del Fondo Mundial; Vera Songwe, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para África y miembro sénior no residente de la Iniciativa para el Crecimiento de África en la Brookings Institution; Strive Masiyiwa, fundador y presidente ejecutivo de Econet Global; Louise Mushikiwabo, secretaria general de la Organización Internacional de la Francofonía; y Cristina Duarte, ex ministra de Finanzas de Cabo Verde.