África no necesita más fútbol, sino menos humillaciones

El presidente de la FIFA, Gianni Infantino, en conferencia de prensa en Londres, Inglaterra, el 9 de marzo de 2017. En una reciente polémica declaración, infirió que si hubiera más mundiales en África, serían países más felices.(Matthew Childs Livepic/Action Images vía Reuters)
El presidente de la FIFA, Gianni Infantino, en conferencia de prensa en Londres, Inglaterra, el 9 de marzo de 2017. En una reciente polémica declaración, infirió que si hubiera más mundiales en África, serían países más felices.(Matthew Childs Livepic/Action Images vía Reuters)

El presidente de la FIFA, Gianni Infantino, dijo la semana pasada que hay que dar “esperanza a los africanos” para que así no tengan que cruzar el mar Mediterráneo —como lo han hecho cientos de miles el último lustro— en busca de “una vida mejor”. Esa esperanza no nacería de vías legales y seguras para que lleguen a Europa o de otras ideas para garantizar sus derechos, sino de la celebración de un Mundial cada dos años en lugar de cuatro. Se infiere que así habría más mundiales en África y que serían países más felices, sus economías mejorarían y, entonces, la gente migraría menos.

La frase completa, pronunciada para más ironía ante el Consejo de Europa —un organismo que promueve los derechos humanos— es tan sorprendentemente demagógica que suscita tanto rechazo como estupor: “Necesitamos encontrar maneras de incluir al mundo entero, de dar esperanza a los africanos y que así no tengan que cruzar el Mediterráneo para encontrar, quizá, una vida mejor, pero más probablemente la muerte en el mar”.

El cinismo del negocio del fútbol no tiene límites y esta es otra prueba. El objetivo, lo que importa, es celebrar más torneos, ganar más dinero, que siga girando la rueda y cada vez más rápido. El argumento insospechado para justificarlo ha sido en esta ocasión las muertes de migrantes en el mar Mediterráneo —más de 23,000 desde 2014—: una de las mayores tragedias del siglo XXI, en la que Europa tiene una responsabilidad capital.

Pero vayamos más allá. Sería un error pensar que el de Infantino es un comentario aislado. Un disparate que no se sabe de dónde ha salido. No expresó ideas extemporáneas, sino un pensamiento estructural que forma parte de nuestro tiempo, que domina la psique europea, que habita el inconsciente colectivo.

El presidente de la FIFA habló, con voluntad de sonar bienintencionado, de dar “oportunidades” e incluso “dignidad” a las personas africanas. Occidente es quien da, África es quien recibe: neocolonialismo disfrazado de beneficencia. Hay que insuflarles dignidad, porque las virtudes vienen de Occidente y las catástrofes de África. Un continente de más de medio centenar de países y más de 1,200 millones de personas reducido a una caricatura. La deshumanización es una de las peores formas de racismo.

La cruda ironía es que no son oportunidades o esperanza lo que lleva ofreciendo Europa a África durante los últimos años, sino humillaciones, muros, vallas, devoluciones en caliente, asilos denegados y muerte. Lo que necesita una persona que cruza el mar Mediterráneo para llegar a Europa no es “dignidad”, sino opciones reales para viajar de forma segura y no tener que jugarse la vida en el mar; la desmilitarización de las fronteras y que se respeten sus derechos.

En las palabras del jefe de la FIFA anida el estereotipo de África como tierra de hambre y guerra de la cual todo el mundo quiere salir en patera para llegar a Europa. Pero los datos lo desmienten. En los últimos cinco años unas 450,000 personas han llegado a Europa desde las rutas marítimas que salen de África. Eso supone menos de 0.04% de toda la población africana, y desde ahí llegan personas de otros orígenes.

El año decisivo para la percepción europea sobre las migraciones fue 2015, y no tiene tanto que ver con África. Más de un millón de personas alcanzaron Europa vía marítima —la mayoría, de origen sirio y afgano, huía de la guerra—, y hubo un amago de ola de solidaridad bajo el lema Refugees Welcome. Desde entonces, las llegadas irregulares descendieron de forma drástica —en 2021 hubo algo más de 120,000— pero la xenofobia se disparó, como lo demuestra el auge de partidos de extrema derecha en varios países. Hasta llegar a hoy: 43% de la ciudadanía europea, según la encuesta de YouGov para diarios de la alianza LENA, apoya levantar muros en las fronteras exteriores de la Unión Europea, y 60% considera excesivo el número de personas que han llegado en la última década.

Es una reacción exagerada que responde a una percepción sobredimensionada de las migraciones. En el caso de África, la mayoría de las personas que migran lo hacen dentro del propio continente y no hacia Europa. Según un informe de 2017 de la Organización Internacional para las Migraciones, 80% de las personas en África pensando en migrar no mostraba interés en salir del continente. No hay una “avalancha” hacia Europa. Son, de hecho, algunos países africanos los que deben hacer frente a una llegada súbita de personas en una situación límite. Uganda, por ejemplo, acoge a más de 1.5 millones de refugiados, la mayoría de Sudán del Sur y de la República Democrática del Congo.

La pretensión de que tener más Mundiales va a salvar vidas en el Mediterráneo es obscena, más aun teniendo en cuenta los trabajadores muertos en Catar desde que se decidió que sería la sede de este año: 6,500 según una investigación de The Guardian, aunque Infantino dijo que solo hubo tres muertes relacionadas con la organización del Mundial. La sugerencia de que las personas que cruzan el Mediterráneo pueden cambiar de opinión por un torneo deportivo es repugnante. La idea de que el negocio del fútbol pueda llenar de “esperanza” un continente entero y así se detengan las migraciones es inmoral y paternalista.

La noche anterior al discurso de Infantino, 18 personas que iban a bordo de una embarcación neumática rumbo a las islas Canarias desaparecieron en un naufragio y otras 400 fueron rescatadas.

Agus Morales es periodista, director de la revista ‘5W’ y autor del libro ‘No somos refugiados’.

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