Aglutinador y tranquilizador

Los sondeos no se equivocaron. François Hollande fue elegido el domingo presidente de la República Francesa con el 51,62% de los votos frente al 48,38% de Nicolas Sarkozy, quien consiguió recortar la desventaja que llevaba pero no lo suficiente para lograr su objetivo de ganar en la foto finish.

La victoria de François Hollande no ha sido masiva pero permite a la izquierda francesa enviar un segundo presidente al Elíseo después de los fracasos obtenidos en 1995, 2002 y 2007. Una victoria que, según los sondeos de la lógica institucional (es el presidente quien da el tono de la vida política), debería verse confirmada en las elecciones legislativas de los próximos días 10 y 17 de junio.

François Hollande ha querido ser aglutinador y tranquilizador. Nicolas Sarkozy ha sido duro y ha querido jugar con los miedos: miedo a la crisis internacional, a la crisis de la deuda en Europa y, sobre todo, miedo a la inmigración y al islam. Se presentaba como el único que podía proteger a Francia frente a estas amenazas oponiendo su estatus de jefe de Estado a la inexperiencia internacional de su contrincante.

Nunca, durante la V República, una campaña electoral se ha basado tanto en la estigmatización del miedo. En su propio campo, mucho se le reprocha a Sarkozy por haberse sobrepasado con el miedo al islam. Pero Nicolas Sarkozy perdió el reto. Su campaña, centrada en temas sociales cercanos a la extrema derecha, no logró aplastar al Frente Nacional en la primera vuelta ni tampoco consiguió asegurarle una cantidad de votos suficientes en la segunda. Por el contrario, hizo creíbles los temas de este partido de extrema derecha que amenaza con ocasionar un serio revés a la formación de Sarkozy en las elecciones legislativas. Cuando llegó al poder, en el año 1936, Léon Blum declaró: “Es ahora cuando empiezan las dificultades”. François Hollande podría decir lo mismo. En efecto, hereda una situación extremadamente difícil puesto que la crisis económica está lejos de haber sido resuelta. Francia tiene un nivel de paro superior al 10% y son numerosas las empresas que habían aplazado el anuncio de planes de despidos de trabajadores a la espera de las elecciones.

Pero sobre todo la sociedad francesa está atrapada por las dudas y los temores y la campaña electoral sin duda dejará sus huellas. La reconciliación de los franceses, el final de la estigmatización de los musulmanes y detener el círculo vicioso de los miedos recíprocos son urgencias de este momento.

El voto de los franceses ha sido más un voto de rechazo a Sarkozy que un voto de adhesión a Hollande. Este, que creía en su destino presidencial desde hace muchos años, incluso cuando pocas personas veían en él a alguien con la madera de un presidente, debe ahora afirmarse a los ojos de los franceses y del resto del mundo.

No se han creado esperanzas desmesuradas como en 1981, cuando la izquierda llegó al poder por vez primera con el ambicioso eslogan “Cambiar la vida”. Ahora, los franceses quieren simplemente salir de la crisis. Hollande debería, a expensas de revisar el reciente tratado europeo, pedir a sus socios de la Unión Europa que no se obstinen con los planes de austeridad y que acepten planes de relanzamiento del crecimiento. La idea ya no es un tabú, puesto que los europeos están viendo que no pueden salir de la crisis únicamente con austeridad.

El voto griego –por el que los partidos en el poder que pusieron en marcha un muy severo plan de ajuste han sido ahora castigados– va en el mismo sentido.

Otra oportunidad internacional que se acerca es la cumbre del G-8 y la de la OTAN de los días 20 y 21 de este mes. Hollande debería ser menos acomodaticio con Washington que Sarkozy. Anunciará que acelera la retirada del contingente de soldados franceses en Afganistán y debería aprovechar para criticar el programa de defensa antimisiles que el presidente Obama defiende pese a todo.

François Hollande está más presionado por la política interior, por la economía, por los problemas sociales que por los temas estratégicos y diplomáticos. Sucedió lo mismo con François Mitterrand (con quien Hollande trabajó y que era su modelo), que luego se reveló como un gran diplomático y estratega.

La función crea el órgano. El presidente francés dirige y determina la política exterior. François Hollande probablemente le cogerá el gusto y querrá dejar su huella sobre el papel de Francia en el mundo. Despertará la curiosidad del mundo exterior y querrá responder positivamente.

Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París.

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