Agosto no es un mes de fiar. No es febrero ni octubre, meses estáticos y medidos. Agosto se extiende y se contrae, se expande y se repliega en un ritmo informe y arbitrario. Puede contener tiempos infinitos o micromomentos, puede detenerse o correr. Agosto a veces pasa de la celebración inmensa a la soledad infinita. Agosto, más que ninguno de los otros 11 meses, nos muestra la metafísica del tiempo, sus capas, su caudal y su desmesura. Agosto nos muestra la insuficiencia de la razón para desentrañar en qué consiste en realidad el tiempo. Porque agosto a veces es la culminación del instante, el logro del descanso, el colmo del encuentro y el triunfo del ocio (otium) frente al negocio (negotium). Dinámico y movedizo, en agosto, más que nunca, el tiempo se hace pura durée bergsoniana, manifestando su estructura heterogénea, mientras se resiste a nuestra humana intención de parcelarlo y cuantificarlo. El tiempo que es agosto contiene todos los tiempos a la vez. Su inmensidad abisma, asusta. Solo agosto, entre todos los otros meses, puede ser el Tipasa luminoso habitado por los dioses del que escribió Camus, o el erial estéril de una tierra baldía. Sorprende agosto, olas y tierra seca a la vez. Y es que agosto es pura sensación, magma subjetivo y cualitativo en el extremo.
Más que nunca, a veces el mes de agosto es el tiempo vivido y la memoria intensa del sujeto que somos cada uno de nosotros. No se entiende bien agosto, porque la temporalidad que es agosto solo puede ser pensada con la intuición; el latido que es agosto no es el de un mes cartesiano; agosto no es un mes para el intelecto, sino más bien para el corazón, un mes para la pura sensación. Agosto no es sensato. El mes de agosto se desprende de la mano de Cronos, el dios del tiempo de cada día, el dios ordenado, secuenciado, encajonado, el devorador de sus hijos, de sus horas. Al mes que es agosto le apetece mucho más ir de la mano de Aión, el tiempo privilegiado de la divinidad, de la eternidad, el tiempo generoso que es capaz de detener el devenir, el tiempo circular. Desmesurado, sin duda agosto no tiene remedio, paralítico y a la vez veloz.
Agosto a veces es inmenso, es anómalo, de naturaleza espectacular, y en ocasiones es breve como un destello, como el rayo de Heráclito que todo gobierna, que enlaza noche y día, cielo y tierra. El mes de agosto tiene naturaleza de coágulo, posee textura de grumo en mitad del año. Discontinuo y sagrado, agosto es una extrañeza, un lugar disimuladamente inscrito entre la vida y la muerte, aromático y evocador, proustiano, visitador de lugares del pasado y tiempos de infancia, amasijo de esperanzas y escombros. Aventurero o reposado, en agosto se está más vivo que nunca, más muerto que siempre. Admite agosto lecturas de piscina y de sol, pero agosto tiene también sed de lecturas carnívoras. Aunque queramos, nunca agosto es tiempo de paso, no deja indiferente a nadie. Agosto a veces es un instante que consigue ser un remanso o un remolino. No es un mes discreto agosto, nadie puede ignorarlo. Invencible, es la presencia contundente de la dificultad que es la temporalidad. Y no es un mes kantiano, no es una categoría, no obedece al deber, ni al imperativo categórico, pero abre la posibilidad a un cambio de aliento. Agosto, si sabemos verlo, está lleno de dioses.
Pero agosto a veces es calladamente el mes del destierro, oscuro pese a su vasta luz. Tiene aspecto de paz, pero guarda corrientes frías submarinas. Agosto, el mes de la excepción, el mes carnavalesco, el tiempo de la sucesión de instantes, el mes del kairós, del dios de la oportunidad, el mes que tiene pretensiones de ser el instante sostenido. Y es que agosto tiene la vocación de ser el mes logrado. Con su peculiaridad, agosto nos ofrece tomar el ritmo del dinamismo interno del tiempo que en el resto del año parcelamos, porque en él la temporalidad asoma con su realidad no cuantificable. Da miedo agosto, da ganas agosto. Agosto para el aburrimiento a veces, el leve e infecundo, pero también para el aburrimiento profundo, heideggeriano, el posibilitante, operador metafísico abridor de mundo, de otra atención, de otros modos de vida. Agosto a veces también dispuesto para cumplir el imperativo de la aceleración y el deseo de estar en el todo. Inaprensible y de naturaleza contradictoria, cénit y punto cero, el más excelente de los meses. A veces agosto es la posibilidad de un poema. Agosto, y no abril, a veces es el mes más cruel.
Después, una vez más, necesariamente septiembre. Con su llegada, la vuelta a la seguridad del orden y a la atadura al reloj. Y nos entregamos a los brazos de Cronos, el del pecho aprisionado, al regazo del rendimiento, dispuestos de nuevo para la utilidad y el cansancio.
Aurora Freijo es escritora y profesora de Filosofía. Su última novela es Cuerpo vítreo (Anagrama).