Un mes es suficiente para leer más noticias de las que la retina puede aguantar. Bien mirado, en ese tiempo pasan muchas cosas, quizá demasiadas, y, sin duda, la mayoría de ellas no deseables.
Según apuntaba, estuve una semana fuera de España, aunque no he dejado de leer los periódicos, afición que siempre me pareció estimulante de las tres potencias del alma de las que Cela hablaba: la memoria para recordar bonanzas y calamidades, el entendimiento para saber de qué va el asunto y la voluntad para vencer al tedio y la holganza. Con estas miras, escribo la presente crónica de sucesos, algunos de los cuales me han sonado como latidos incandescentes.
Errores y horrores en Afganistán. Terribles imágenes las de cientos de personas corriendo por la pista del aeropuerto de Kabul para encontrar un hueco en los aviones que les saquen del país y que recuerdan la huida de Estados Unidos de Saigón en 1975, tras el fracaso de Vietnam. Aparte de que la marcha de Afganistán sea una prueba evidente del naufragio de la política norteamericana y, en particular, del torpe presidente Biden, quien, junto a otros predecesores y gobernantes de Occidente, se ha ganado a pulso un lugar de oprobio en la historia, lo realmente preocupante son las terribles secuelas que de este amargo y doloroso abandono se derivarán para los hombres y mujeres afganos que no logren librarse de las garras de esa banda de fanáticos que gobernará Afganistán y que, a no dudar, lo harán sin paz ni libertad, aunque, eso sí, como marionetas de un siniestro tablero manejado por embaucadores y tahúres de la política mundial.
En qué momento se ha jodido el Perú. Menudo Gobierno de carnaval ha organizado el recién elegido presidente de Perú, el maestro de escuela Pedro Castillo, al elegir ministros como el de Asuntos Exteriores, un tal Héctor Béjar, que se ha visto obligado a renunciar al cargo después de acusar a la Marina de Guerra de ser la responsable del terrorismo en ese país y, por el contrario, exculpar al grupo Sendero Luminoso.
Y menudo ridículo hizo el propio Castillo en su discurso de investidura cuando, ante la presencia del Rey Felipe VI, pregonó necedades como que durante cuatro milenios y medio sus antepasados pudieron convivir en armonía «hasta que llegaron los hombres de Castilla con los múltiples felipillos» que nuestro Jefe del Estado escuchó imperturbable, sabedor de que la ignorancia es un camino sin fin y que no hay nada que más la engorde que la obsesión por el poder, ese mal nutriente que, por las pruebas ofrecidas, el presidente Castillo devora con glotonería.
Y menudo esperpento el de las trabas impuestas a los periodistas por el nuevo Gobierno de Perú, aunque ya se sabe que, según el manual del buen dictador, el derecho a expresarse libremente y recibir información es algo así como un hemorroide, con perdón, que no es grave pero sí puñetero.
O sea, lo que Santiago Zavala, el protagonista de Conversación en La Catedral, volvería a preguntarse hoy.
Noticia de un suicidio. El médico italiano Giuseppe De Donno, de 54 años, especialista en neumología e impulsor de la terapia del plasma hiperinmune contra la Covid-19, se ha suicidado. Lo ha hecho ahorcándose en su domicilio de Curtatone, localidad próxima a Mantua.
¿Por qué se mata la gente? En mi juventud se decía que la tendencia al suicidio aumentaba con la edad, que los hombres se suicidaban más que las mujeres, que los solteros más que los casados y los intelectuales más que los que no lo eran. No sé que habría de cierto en ello, pero hoy las cifras son aterradoras. Según datos de la revista Injury Prevention, en el mundo se producen 800.000 suicidios al año. En España la media es de 10 al día. Shakespeare se preguntaba si no era un crimen precipitarse en la secreta morada de la muerte antes de que esta venga a nosotros. Para mí es algo tan sencillo como una locura temporal, un simple movimiento del tiempo con el que, en una pirueta, pones el cartel de «Fin a mi vida».
Arde España. En lo que llevamos de verano los incendios han asolado buena parte del mapa nacional. La Comunidad de Castilla y León es la que ha corrido peor suerte con el incendio de Navalacruz y Cepeda de la Mora, en Ávila, donde el fuego ha arrasado 22.000 hectáreas, pero no se quedan atrás los de la isla de La Palma, Lucena del Puerto, Bonares y Tarifa, en Andalucía, o el de Albuquerque, en Badajoz, con cerca de 700 hectáreas pasto de las llamas.
España entera ha sido siempre tierra de fuego, de trágico fuego. Será porque tiene bosques para dar y arder. Por España, lo mismo que por otros lugares del mundo, el fuego se pasea igual que un fantasma, sembrando el pánico y el horror con sus lenguas burlonas y lúgubres.
Uso y abuso de la prisión preventiva. A primeros de mes, una magistrada de Ciudad Real decretó la prisión provisional incondicional de un hombre de 77 años que, un par de días antes, había dado muerte a otro, de 35 años, en el momento que éste, de madrugada, había allanado el domicilio del primero. El propio autor de los disparos llamó a la policía que, acto seguido, procedió a la detención.
Lejos de mi intención censurar a la señora jueza por la decisión tomada. También de ejercer de abogado defensor del encarcelado, lo que me ahorra hablar de circunstancias que pudieran exonerar de forma incompleta o, en otro caso, atenuar la responsabilidad de aquél. Distinto es pensar que una medida cautelar tan enérgica como la adoptada no sea «buen derecho», por imponerse sin posibilidad de evitarla con alternativas jurídicamente viables. O, si se prefiere, sin tener presente que la prisión preventiva ha de reducirse a los términos de necesidad, subsidiariedad e indispensabilidad, que son conceptos que presiden la institución de la privación de libertad. El drástico encarcelamiento de este septuagenario puede que no sea ajustado a derecho. En sentido opuesto, sí injusto e inmoral.
Gijón sin corrida de toros. La alcaldesa de esta ciudad, Ana González, ha decidido poner punto y final a la actual feria taurina. Lo ha hecho porque entiende que los nombres de dos toros, Feminista y Nigeriano, atentan a las políticas de género y fomentan el racismo, lo que demuestra que la señora regidora sabe de toros lo que yo de física nuclear y que ha metido la pata hasta el corvejón.
No recuerdo quién dijo que las corridas de toros forman parte del ser físico y psicológico de la patria hispana, cosa que es verdad, pero estoy seguro de que la fiesta nacional ni crecerá ni mermará porque una edil antojadiza e ignorante confunda el culo con las cuatro témporas. Si en todo hay una medida, admitamos que también ha de haber una balanza que pese los kilos de insensatez, esa actitud humana que es la más insensata de todas. El político, o mantiene el equilibrio o se descuerna. Y nunca mejor dicho.
Adiós a un hombre de bien. El lunes 16 de los corrientes falleció Ignacio Moreno Cuñat. Tenía 65 años y era conocido con el nombre artístico de Nacho. Fue coautor, junto a Ricardo Martínez, del cómic Goomer y de las viñetas políticas publicadas en este periódico hasta 2013. En junio de 1998, los dos me dedicaron una ilustración que ocupa un lugar preferente en mi despacho.
Es cierto que un hombre es la columna de una biografía, alguien que mientras vivió hizo cosas. Pero también es un ser que un día desaparece y se convierte en pasado. De Nacho, quienes han seguido su trayectoria recibieron muy saludables lecciones. Las contaba Ricardo Martínez en el obituario que a modo de historia íntima escribió el martes 17 en estas mismas páginas.
Nacho Moreno, que era la viva estampa del hombre de inteligencia sin poros, ni titubeos, ha muerto. En la hora triste de las alabanzas fáciles no quiero dejarme llevar por una estéril adulación. Para mí es suficiente confesar que en el mundo y en EL MUNDO hay un periodista menos a quien admirar.
En fin. El verano, poco a poco, va quedando atrás. Mientras, los que todavía vivimos volvemos disciplinadamente a nuestra faena diaria. Algunos lo hacemos cansados de contemplar tanto desmán y tanta tragedia.
Javier Gómez de Liaño es abogado. Fue vocal del Consejo General del Poder Judicial y magistrado.