Agua abundante y caballos sedientos

'Saliendo de la crisis del euro, la UE se enfrenta al riesgo de la deflación y el bajo crecimiento'. Este titular de un periódico europeo podría haber sido escrito ayer. Pero es de noviembre del 2013. Es decir, hace ya tiempo que le vemos las orejas al lobo de nuestros problemas.Ese viejo periódico pedía que el Banco Central Europeo (BCE) aplicara cuanto antes una política monetaria no convencional como la Reserva Federal de EEUU comprando masivamente deuda publica y privada y aplicase tipos de interés negativos.

Aunque sea tarde, la dicha es buena, puesto que eso es lo que el BCE se ha decidido a hacer. Pero no es buena del todo porque esas medidas, recientemente reforzadas, no parece que estén dando los resultados esperados frente a un problema de insuficiencia crónica de la demanda europea y a escala mundial. En la zona euro la inflación es negativa, en Japón es mínima y el crecimiento próximo a cero. En el Reino Unido la inflación es nula y el crecimiento baja. En EEUU están algo mejor pero el paro es aún superior al del 2007. Sin contar con el parón de los países emergentes y las dudas sobre el crecimiento chino. ¿Como relanzar la demanda de la economía mundial?

Hay que dudar de las buenas intenciones declaradas por los líderes del G-20 en su pasada reunión de Shangái, comprometiéndose a usar todas las medidas monetarias, fiscales y estructurales para impulsar el crecimiento. En lo que a las políticas monetarias se refiere, crece la sensación de que los tipos de interés negativos más que aumentar la demanda vía expansión del crédito van a provocar una nueva guerra de las monedas, tratando de exportar el paro a los vecinos a través de sus efectos en los tipos de cambio.

En Shangái, el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, calificó esta última bala de la política monetaria como un «juego de suma nula», porque lo que un país ganaría lo perderían los demás. Esa dura crítica de un gobernador de un banco central, tan acostumbrados ellos a un lenguaje de terciopelo, ha servido desde entonces como argumento para que los gobiernos actúen también por el lado de la política fiscal.

Dicen que a mediados de marzo Draghi se reunió con los líderes europeos para pedirles que clarificaran el futuro de la zona euro y reforzaran su crecimiento, completando la unión bancaria con la garantía común de depósitos y medidas fiscales que impulsaran la actividad. Pero es difícil que Merkel pueda convencer a sus electores de garantizar en común los depósitos bancarios de toda Europa en mitad de la crisis migratoria. Una crisis que está debilitado la ya escasa solidaridad entre los estados mientras el euroescepticismo impide a los gobiernos tomar medidas audaces a escala europea. Pero los gobiernos deberían ya haber aprendido que la política monetaria sola no resolverá los problemas de crecimiento en Europa y que Draghi, o quien sea el que gobierne el BCE, no tiene legitimidad para dirigir los destinos de la zona euro.

Es difícil confiar en una política monetaria más relajada para inducir cambios en la economía real. Como decía Keynes, se puede llevar el caballo a la fuente pero no obligarlo a beber. Y parece que ahora tenemos mucha agua gratis, pero los caballos no quieren beber, es decir, los agentes económicos no quieren consumir o invertir más. A no ser que el agua no llegue a los que verdaderamente están sedientos. Es decir, la inyección monetaria a través del sistema financiero no llega a los consumidores empobrecidos de las clases medias y bajas.

Si es así, el remedio es inyectar directamente capacidad de demanda en los flujos de renta, como decía Milton Friedman, permítanme citarlo para no aparecer como un trasnochado keynesiano. Y eso se hace disminuyendo la fiscalidad o aumentando el gasto público y financiando el déficit resultante con expansión monetaria. Más gasto en educación, creación de empleo con inversión pública, preparando la transición energética hacia el bajo carbono y aumentando la capacitación para la sociedad digital serviría también para luchar contra las crecientes desigualdades.

Financiar directamente, y de forma prudente, el gasto público por expansión monetaria sería más efectivo que una política de tipos de interés negativos que tiene efectos perversos sobre la igualdad porque arruina a los pequeños ahorradores y da oportunidades especulativas a los grandes agentes financieros.

Ciertamente esa clase de políticas, hasta hoy llamadas heterodoxas, requieren gran coordinación internacional. Pero a estas alturas ya deberíamos aceptar que las políticas ortodoxas y la falta de coordinación nos llevan al abismo de otra recesión mundial. De igual forma que los gobiernos deberían ya saber que la falta de coordinación entre sus políticas no hace sino agravar la crisis.

Josep Borrell, expresidente del Parlamento Europeo.

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