Aguas nuevas, aguas estancadas

Jon Lee Anderson, gran periodista norteamericano, biógrafo del Che Guevara, dice que estamos en aguas nuevas y que lo estamos por dos razones: por la muerte de Fidel Castro y por el triunfo electoral de Donald Trump. Por mi parte, no sé si son aguas enteramente nuevas o son aguas estancadas y hasta peligrosas. Escucho las declaraciones de estos días de grandes personajes de la izquierda hispanoamericana, europea, de diversas partes del mundo, y me viene a la memoria un episodio extraño, incómodo, que conocí de cerca: la Oda a Stalin del Pablo Neruda de 1953. ¿Por qué me viene a la memoria? Porque observé más tarde las dificultades angustiosas del poeta, su arrepentimiento tardío, sus explicaciones siempre incompletas. En vísperas de la decisión de la academia sueca sobre el premio Nobel de Literatura de 1971, el poeta, en el salón privado de la residencia diplomática de la Motte-Picquet, al costado del edificio monumental de los Inválidos, se encontraba asediado, casi acorralado, por las preguntas de un conocido periodista de L’Express, Edouard Bailby. ¿Y la Oda a Stalin –preguntaba Bailby–, y la complicidad con David Alfaro Siqueiros, que intentó asesinar a Trotsky, y…? Yo estaba en ese mismo salón, puesto que era ministro consejero de la Embajada chilena, y era testigo de ese insólito interrogatorio. El poeta, de repente, guardó unos segundos de silencio, cruzó las manos, pareció respirar hondo, y dijo con un tono solemne que sabía asumir: «Je me suis trompé» (me he equivocado). Bailby aceptó la confesión y comprendió el arrepentimiento implícito. La entrevista entera fue publicada al día subsiguiente. El poeta obtuvo el premio Nobel tres o cuatro días más tarde. De los arrepentidos, pensé yo, es el Reino de los Cielos. O el reino transitorio, no tan sólido como parece a primera vista, de las Bellas Letras.

Muchas de las cabezas actuales de la izquierda, en Chile y fuera de Chile, han sido benévolas, laudatorias, sumisas, con motivo de la muerte del Comandante en Jefe. Me he preguntado si tendrán que arrepentirse en algún tiempo más, como tuvo que hacerlo en su momento nuestro poeta, y si comprenderán a fondo la razón de ese probable arrepentimiento. He sostenido alguna vez que el famoso revisionismo, tantas veces denunciado por los cubanos revolucionarios y por el castrismo internacional, no era más que la revisión radical, absolutamente necesaria, del estalinismo. ¿Cómo se planteará ahora el tema de la revisión del castrismo y sus derivados, el chavismo, el madurismo, el sedicente peronismo maquillado en las formas recientes del kirchnerismo?

Tal como se presentan las cosas en estos primeros días, el castrismo tenderá a convertirse en una dictadura militar dinástica y seudosocialista, muy en el estilo de Corea del Norte. El hermano menor del Gran Jefe, que George Orwell, con visión anticipada, habría bautizado como el Hermano Mayor, parece decidido a entregar el poder dentro de dos años más a un hijo suyo, al que ahora exige adquirir experiencia en calidad de ministro de Estado, conforme con las costumbres sucesorias de todas las dinastías de este mundo. El izquierdismo blando, oportunista, amnésico, aplaudirá. ¿Y la gente que piensa, o los que tratan de mantener viva la opción de un socialismo humanista, democrático?

En España he observado que los dirigentes históricos del socialismo todavía tratan de mantener sus principios fundamentales, mientras los jóvenes, los recién llegados, practican el anticuado y autoritario «culto de la personalidad» sin la menor conciencia del problema. ¡Cosas del tiempo, me digo, cosas de la falta de lectura, de la memoria frágil! A mí se me acercan personas con expresiones de agradecimiento. Dicen que mi viejo libro sobre Cuba, mi temprana crítica, los ayudó a no convertirse en sectarios, en beatos, en militantes cuadrados. Recibo estas manifestaciones como un consuelo, como un agua fresca, lo contrario de un agua estancada. Pero el hedor de los pantanos se levanta en diversos lados. Los griegos clásicos decían que Mnemosine, la memoria, era una fuente de agua pura que salvaba de la sed ardiente de la muerte. La memoria, digo yo, nos salva del conocimiento congelado, no revisado, convertido en dogma. Ahora tengo la más viva curiosidad por conocer y seguir el proceso de revisión, de análisis lúcido, que se iniciará en estos días, contra viento y marea, a pesar de los cánticos de alabanza.

La disidencia cubana, tanto la del interior como la del exilio, es el sector más inteligente, más progresista en el sentido real de la expresión, mejor informado, de la Cuba actual. Aunque Fidel Castro los haya tratado de gusanos y aunque tanto personaje espiritual o político de estos días los haya menospreciado. Habrá censura todavía, dentro y fuera de la isla, pero será, creo, una censura sin hegemonía intelectual, en franco retroceso. Estas sí que serán aguas nuevas, querido Jon Lee, torrentes de nuevo cuño, de fuerza inédita.

Tengo una observación final. En la izquierda socialista de antes, en Chile y en todas partes, había gente de calidad, de mirada humanista, de apertura intelectual. Cuando el presidente Allende, después de escuchar a sus amigos cubanos, sin querer saber nada del punto de vista mío, intentó aplicarme sanciones como funcionario, Clodomiro Almeyda, ministro de Relaciones Exteriores, autor, profesor, escuchó con atención mi versión personal de los hechos y después le dijo al presidente que yo contaba con toda su confianza. Eran otros tiempos de la izquierda, del socialismo del siglo XX, de la cultura política de nuestro mundo. La derecha, el centro-derecha, asediados, amenazados, se hicieron golpistas en muchos lugares y han tenido después que revisar sus posiciones. No comprender estos complicados asuntos es no tener una noción racional, equilibrada, humana, de los temas. Detesto a los vociferantes y tomo las indispensables distancias. No quiero que las aguas revueltas me lleven en su caudal maloliente. Miro con paciencia los sucesos y mantengo mi optimismo de fondo. El presidente del Perú acaba de afirmar en Chile, con calma, con una pizca de humor, que es más optimista que los chilenos. He sido diplomático en el Perú, tengo amigos allá y me interesa y me gusta el país, con su naturaleza, su historia, su gente. ¡Qué quieren ustedes!

Jorge Edwards, escritor.

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