Aguirre y la imprescindible regeneración del PP

“No pongáis las cámaras tan cerca que me sacáis todas las arrugas. Poneos más atrás".

Así empezó la rueda de prensa en la que Esperanza Aguirre anunció su dimisión como presidenta del Partido Popular de Madrid. Genio y figura. Mandona, coqueta y siempre, siempre, con sentido del humor. Como su forma de pronunciar “La SeXta” para que ningún malpensado piense que compara a la cadena que hace un deporte de la crítica diaria hacia su persona con algún ente sectario.

Pero, más allá de las formas, Aguirre ha dejado con su dimisión un hueco en el centro-derecha español de enormes dimensiones. Esa proclividad a no escabullirse de los problemas, a dar la cara siempre, a desconocer el significado del término “complejo ideológico” y a defender las esencias del pensamiento liberal sobresalen hoy por su escasez.

Nada hay más peligroso para la derecha española que someterse al “consenso socialdemócrata” -tanto por consenso como por socialdemócrata- y a desafiarlo se ha dedicado Aguirre en sus 33 años de carrera política. Una carrera que, por suerte, no ha terminado aún dado que seguirá como portavoz del PP en el Ayuntamiento de Madrid. Hoy, como en 1983, se enfrenta a un gobierno madrileño de socialistas y comunistas con la diferencia de que ahora son los comunistas los que tienen la sartén municipal por el mango y los socialistas quienes les bailan el agua.

En coherencia con su trayectoria, Aguirre ha dimitido para asumir la responsabilidad política derivada de las últimas informaciones publicadas sobre las corruptas andanzas de Paco Granados. La corrupción se ha convertido en el enemigo número 1 del Partido Popular. O la derrotamos o nos derrotará ella a nosotros. Aquí no hay medias tintas que valgan. Los eufemismos suenan huecos. Hacen falta decisiones, y decisiones contundentes.

El vacío que deja Aguirre no se colmará con un nombre sino con un proceso. Su dimisión es una llamada a la regeneración urgente del Partido Popular. Tan importante fue el anuncio de su dimisión como su defensa de la celebración de congresos futuros bajo la fórmula de “un militante, un voto”. Sería un grave error pensar que los millones de votantes del Partido Popular y sus miles de militantes no quieren que mejore la democracia interna del partido. Aferrarse a la idea de que ya somos muy democráticos y que nadie puede venir a darnos lecciones de nada es un ejercicio suicida de narcisismo político.

Los tiempos han cambiado. Los gravísimos casos de corrupción, combinados con la terrible crisis económica han aumentado el nivel de exigencia de los españoles hacia sus partidos políticos en términos de transparencia y de rendición de cuentas. El propósito de enmienda del Partido Popular debe reflejarse también en sus estructuras internas.

Por ello, espero fervientemente que, pase lo que pase, el próximo presidente del PP de Madrid sea elegido por sus militantes de base a través de su voto en urna y sin que ninguno de los posibles candidatos pueda acaparar los avales necesarios para presentarse.

Percival Manglano es concejal del PP en el Ayuntamiento de Madrid.

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