Aguirre y las dimisiones vacías

De todas las obsesiones mediáticas españolas, ninguna es más difícil de entender que la de Esperanza Aguirre.

La (por ahora) expresidenta del Partido Popular en Madrid ya dimitió el 2012, también por sorpresa y también ”abandonando la política para siempre”. Ese día, si mal no recuerdo, algunos analistas hablaron sobre cómo su decisión era una muestra de fina estrategia política en su eterno pulso como Rajoy. En cuatro años a Aguirre le ha dado tiempo de abandonar su exilio, perder unas elecciones, escandalizarse por los mismos escándalos de corrupción y volver a dimitir, supongo que en otro pulso con el aún presidente del gobierno.

La realidad, sin embargo, es algo más prosaica. Esperanza Aguirre, a pesar de la devoción inquebrantable de la prensa, ha sido en realidad un político mediocre. Su carrera es una combinación de paciencia y golpes de suerte, siguiendo el peculiar cursus honorum de los cargos públicos en España.

Aguirre, como tantos otros, se metió en política siendo funcionaria en excedencia, la eterna red de seguridad de los apparatchik de partido. Empieza como concejal en el Ayuntamiento de Madrid, manejando carteras agradables pero con poco poder real como medio ambiente o cultura. Es teniente de alcalde, hace la casi obligatoria pernoctación como consejera en Caja Madrid y entra en los gobiernos de Aznar como ministra de Educación y Cultura, donde para con más pena que gloria. Es entonces cuando empieza su romance con los medios, gracias a sus excéntricas apariciones en Caiga quien Caiga. Sus escasos logros y el hecho de ser constante objeto de bromas acaban por enviarla al Senado, en la primera de sus muertes políticas.

En 2002, el partido anda necesitado de un candidato para la Comunidad de Madrid. Gallardón, el entonces presidente, fue llamado a salvar la alcaldía para evitar que Álvarez de Manzano la perdiera. Aguirre resultó ser la única persona con cierto perfil nacional a mano, pero acaba perdiendo las elecciones ante un don nadie como Rafael Simancas. Al inefable Partido Socialista de Madrid, sin embargo, le da por tirar los resultados a la basura con el tamayazo, y el golpe de suerte coloca a Aguirre al frente de la región. Sus años en el gobierno están marcados por el crecimiento fácil de los años de la burbuja, toneladas de corrupción política alegremente ignorada bajo las alfombras, y algunas líneas de metro en medio de ninguna parte.

Aguirre dimite el 2012, sin explicar exactamente por qué. Tras varios años fuera de la política, en marzo del 2015 vuelve como candidata a la alcaldía de Madrid, recuperada por un Mariano Rajoy que no debía saber ya dónde buscar. Aguirre pierde de nuevo, y esta vez los socialistas no le regalan el cargo.

Durante todos estos años, si hacemos caso a los medios, Aguirre ha sido una voz independiente dentro del PP, conspirando de forma incansable contra el liderazgo de Mariano Rajoy. El problema es que o bien nunca intentó realmente llegar a la presidencia del partido o era excepcionalmente mala haciéndolo (sus intrigas nunca le llevaron a ninguna parte). En el 2008, cuando su popularidad estaba en su cénit, Mariano Rajoy recién derrotado en unas generales y con la crisis apenas empezando, ni intentó ganar un congreso.

La realidad es que Esperanza Aguirre es, y ha sido siempre, una persona con cierto talento para meter la pata de forma creativa, decir cosas que a los periodistas les gusta escuchar y parecer muy ocupada, pero nunca ha sido el genio estratégico que algunos quieren ver. Es alguien que ha muerto cuatro veces en su carrera política (exilio al Senado, derrota en 2002, dimisión en 2012 y derrota de 2015) que siempre ha acabado volviendo porque el PP no tiene nadie más en el banquillo y los periodistas la echan de menos. Cualquier otro político con un historial similar, pero sin su capacidad para atraer la atención, llevaría años durmiendo el sueño de los justos en el Parlamento Europeo o algún consejo de administración de segunda fila. A Aguirre se le ha perdonado todo.

No debería haber sido así. Aguirre fue una ministra mediocre. Su paso por la comunidad fue el escenario de fiascos sonados como Eurovegas, privatizaciones torpes y escándalos constantes. Como presidenta nombró a Francisco Granados, Salvador Victoria, Lucía Figar, José Miguel Moreno Torres, Isabel Gallego, Agustín Juárez, Alejandro Utrilla Palombi, Mario Utrilla Palombi José Carlos Boza, Alberto López Viejo, Benjamín Martín Vasco, Alfonso Bosch Tejedor, Jesús Sepúlveda, Guillermo Ortega, Arturo González Panero, Ginés López, César Tomás Martín Morales, José María de Federico, José Ignacio Fernández Rubio y Miguel Ángel Santamaría, todos ellos están encausados por corrupción. De un modo u otro, Aguirre nunca se enteró de nada de lo que estaba pasando.

Su segunda dimisión, otra vez, ha sido vista por muchos observadores como la última batalla en la eterna guerra de Aguirre contra Mariano Rajoy. En realidad, deberíamos estar hablando sobre el final de la carrera política de una dirigente que lleva años rodeada de basura y escándalos de corrupción constantes. Hasta ahora, como parece divertir al respetable cuando le ponen un micrófono delante, los medios han insistido en tratarla como alguien que merece atención y relevancia. Aguirre no ha sido una hábil estratega, ni una gestora con talento, ni alguien capaz de dirigir un gobierno honesto y competente. Ver su caída como algo más que un fracaso es inexplicable.

En realidad, la pregunta que deberían hacerse periodistas, militantes del PP y votantes no es tanto qué significa su dimisión, sino por qué alguien como ella seguía ahí. El fracaso, probablemente, no es sólo cosa de Aguirre.

Roger Senserrich es licenciado en Ciencias Políticas y miembro de Politikon.

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