Agujeros negros sexistas

 Katie Bouman. MIT CSAIL
Katie Bouman. MIT CSAIL

La imagen del agujero negro supermasivo del centro de la galaxia M87 presentada el pasado día 10 de abril con inusual despliegue internacional mereció la atención no solo de la prensa especializada sino de todos los medios de comunicación en mayor o menor grado y, consecuentemente, de las propias redes sociales. No es algo extraño en temas astronómicos, incluso cuando son algo tan lejano, y no solo en distancia, a los acontecimientos habituales que son de interés popular. En cualquier caso, la imagen no era algo autoexplicativo y se hacía necesario contar su historia para permitir entender su relevancia. Para empezar, se trata de un agujero negro, un término que es ya parte del habla coloquial pero que no deja de ser un objeto astronómico extraño y contraintuitivo y nacido de una teoría, la Relatividad General de Einstein, que sigue con su halo de magia o misterio tras más de un siglo de su publicación. No es raro que muchos titulares se centraran, una vez más, en Einstein y cómo tenía razón.

La forma de obtener la imagen también es especial y complicada, incluso para un mundo como el de la astronomía donde todo vale para comprender el universo: una técnica que combina observaciones sincronizadas de radiotelescopios de todo el mundo para obtener datos que, tras un largo y complejo procesado, produce ese mapa de bits de cómo son las cercanías del agujero negro donde cae materia formando un disco de acrecimiento y se calienta antes de desaparecer engullido por el monstruo. Doscientas personas firmando los artículos, la colaboración de ocho observatorios, de grandes institutos de investigación, el uso de las tecnologías de la información… No es algo nuevo, pero no deja de ser notable, en la misma división donde juegan el LHC o LIGO desde el punto de vista mediático.

Pero para poder tener una noticia atractiva todo esto necesita del aderezo de transmitir la escala de la gesta. Hacen falta metáforas adecuadas. Por ejemplo, podemos hablar de la superresolución obtenida con el Telescopio del Horizonte de Sucesos (EHT por sus siglas en inglés), que nos permitiría distinguir un solo átomo a 1 metro de distancia o bien la ya famosa naranja sobre la superficie de la Luna. O la de que la información procesada para obtener esta imagen supone la de toda la música publicada en la historia de la humanidad, bueno, un millón de veces más. Son comparaciones que simplemente se traducen en la mente de quien las escucha o lee en “un montonazo”, pero funcionan. Es más, todo ello indica que el logro tecnológico de poner en marcha tanta gente y tantos equipos para conseguir la imagen es algo nada desdeñable, sino al contrario, y que solamente ahora podemos comenzar a hacer estas cosas. No se podían a comienzos de los 80 cuando comenzaron las primeras observaciones transoceánicas con antenas para observar en detalle el Universo; ni siquiera hace unos pocos años, sin potencia de cálculo y, sobre todo, algoritmos capaces de hacer brillar los datos en ese océano de ruido y conjetura.

Sin embargo, en esta historia había también algunas bonitas historias humanas, de esas que el periodismo actual utiliza (abusivamente muchas veces) como gancho para mantener la atención de quien lee y, así, cumplir parte de su objetivo. En el caso de M87 está la historia de la doctora Katie Bouman, del MIT, y funciona a la perfección, porque simboliza muy bien esa nueva ciencia que transforma datos y voluntades en conocimiento. Lo reconozco: aunque había leído sobre el proyecto de obtener una imagen de la sombra de un agujero negro supermasivo hace casi 20 años, de la mano de radioastrónomos europeos, el proyecto del EHT me llegó a través de las redes cuando me pasaron el enlace a una charla TEDx suya de noviembre de 2016. Si no la han visto, se la recomiendo: contiene todos los elementos que hace una semana confirmaron los datos y las publicaciones científicas.

No es raro que la foto que la doctora Bouman compartió en su Instagram comenzara el pasado miércoles a correr por las redes como la pólvora. Su centro, el Laboratorio de Computación e Interligencia Artificial (CSAIL) del Instituto de Tecnología de Massachusetts la difundió por Twitter, poniendo además a su lado la imagen de otra mujer fundamental hace 50 años para que fuera realidad el viaje tripulado a la Luna, Margaret Hamilton, también del MIT.

Muchos medios se hicieron eco de la historia de Bouman y todos entendimos que era una buena idea para acercar lo intangible que se presentaba en la imagen a la gente. ¿Es una cierta trivialización de la noticia? Sin duda, pero tampoco podemos quejarnos demasiado. Desde un criterio estrictamente periodístico la noticia está del lado de la astronomía: es un descubrimiento relacionado con un objeto lejano y su contextualización viene habitualmente de la mano de los profesionales del tema. Si se quiere enfatizar en la relevancia del método, sin duda se hará notar el esfuerzo de las técnicas de interferometría de muy larga base que lo han hecho posible y el complejo proceso de la imagen, ese Big data que ya empieza a ser cotidiando también en el estudio del Cosmos. No es sin embargo el primer caso de información emocional, ese “gran mal del periodismo”, como le escuché hace tiempo a Rosa María Calaf refiriendose, claro, a temas más sangrantes. Es más, en temas de ciencia entendemos que ese componente humano permite acercarla a la gente. Y más aún cuando, por ser mujer, siempre hemos de apoyar una mayor visibilización.

Pero este es el hecho que, en un fenómeno que ha crecido el último año, ha despertado a la bestia. De repente, Katie Bouman ya no era sino una parásita que se aprovechaba con su fama del trabajo de cientos de científicos simplemente por ser una cara bonita. Hombres, decían los habituales de este tipo de mensaje machista, a los que se ninguneaba en aras de la correción política. Por supuesto, nadie había hecho tal cosa, pero ya sabemos que en las redes sociales la mejor estrategia es crear un enemigo de paja para poderlo vapulear. Estas afirmaciones, y me resisto a poner los enlaces porque no merecen la amplificación que se les concede con ello, incluían por ejemplo que Bouman solamente había escrito unas decenas de miles de líneas de código del algoritmo que, afirmaban, ni siquiera fue el definitivo para obtener la imagen, mientras que su compañero, Andrew Chael, a quien se presentaba como hombre blanco y hetero para entender que aunque habría escrito 850.000 líneas del mismo código no se le había dado crédito. En Reddit y Twitter estas afirmaciones, aunque son siempre falsas y malintencionadas, funcionan porque viajan rápida y profundamente a todos los sitios de la red.

En este caso la acusación era más bien patética, porque Chael, astrofísico, no es nada heterosexual, con lo que llamarle “hombre blanco hetero” es sin duda insultante (a mi me lo hacen y me parecería un verdadero escupitajo a mis derechos). Pero, sobre todo, es falso: el código por cierto se encuentra accesible en Github, de la misma forma que los artículos están publicados en el Astrophisical Journal Letters y ahí uno puede especular lo que quiera, pero las personas que firman son las que consensuadamente están responsabilizándose de todo el proceso y de su comunicación. El mismo Chael lo explicaba en Twitter en un hilo el pasado día 12, donde añadía, por si alguien quería saberlo, que de casi un millón de líneas de código nada, que no llegaban a 60.000, y que no sabía cuántas eran suyas y cuántas de su compañera. El laboratorio del MIT, el CSAIL, ha tenido también que fijar en Twitter un hilo explicando cómo ni un solo algoritmo ni una sola persona son responsables de la foto, porque hablamos de un trabajo de equipo y de un proceso de años, pero que sin duda Bouman es parte de ese logro que celebran. Lo lógico, aunque esto no acalle los ladridos de la jauría machista.

La cuestión, entonces, no es si Katie Bouman fue “la noticia” dentro de esa imagen del agujero negro de M87, porque todos podemos entender que si no lo central sí era una buena historia dentro de la noticia y que muestra cómo la interdisciplinariedad y la colaboración son claves en la nueva ciencia de este siglo. La cuestión es, como suele pasar demasiado a menudo, cómo cuando en la historia, sea de ciencia o de otros temas, aparece destacada una mujer, esta se convierte en objeto de asaltos sexistas, demasiado tolerados por la gente en general. Y que pase esto en el ámbito de la ciencia es más preocupante porque este debería ser, al menos eso parecía, un reino de la racionalidad y de los argumentos sustentados en algo más que prejuicios o desdenes.

Pero es peor aún: conforme pasan los días, la noticia de la foto original ha ido perdiendo fuerza y hasta los memes graciosos de hace unos días han quedado pasados de moda, pero el acoso y el insulto a Katie Bouman permanece y sigue creciendo, amparado precisamente en quienes, en el mundo de las redes, suelen permitir idéntico acoso y ninguneo a cualquier mujer que se atreva a sobresalir. Aunque no haya sido por su voluntad sino por ser parte de una historia preciosa, la de la primera foto de un agujero negro que nadie se imaginó que se pudiera hacer.

Javier Armentia es astrofísico en el Planetario de Pamplona. @javierarmentia

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