Ahora, Siria

En política exterior, raramente se escoge entre una opción buena y otra mala. Lo más frecuente es tener que elegir entre una mala y otra peor. Esto es lo que le ha ocurrido a Estados Unidos en Siria. Fijó una línea roja: el uso de armas de destrucción masiva. El régimen de Bashar el Asad se la saltó y utilizó armas químicas, o al menos esto cree la inteligencia norteamericana. Mirar para otro lado hubiera sido demoledor para la credibilidad de Estados Unidos. Evidentemente, era una opción mala. Atacar Siria, aunque sea con un golpe quirúrgico, implica entrar en guerra de nuevo en Oriente Medio. Puede ser una opción menos mala que quedarse cruzado de brazos. También puede ser peor. En todo caso, no es una buena opción.

No lo es por muchas razones. En las relaciones internacionales rige la ley de la tienda de antigüedades: quien rompe un jarrón se lo queda. Intervenir en Siria implica asumir un serio riesgo de tenerse que ocupar del país durante mucho tiempo. La guerra civil siria es muy compleja. Es una guerra para deponer a un dictador y es una guerra religiosa entre chiíes y suníes. También es uno de los escenarios del enfrentamiento regional entre Irán y Arabia Saudí. La oposición está muy fragmentada. Hay elementos que son probablemente peores que el Gobierno de El Asad. Los yihadistas que luchan contra el régimen hacen pensar en lo que Kissinger dijo sobre la guerra entre Iraq e Irán: qué pena que no puedan perder los dos bandos. Seguro que tratarán de forzar por todos los medios que Estados Unidos y sus aliados se tengan que implicar definitivamente en el conflicto. El caos de Libia podría no ser nada comparado con el de Siria. Por otra parte, no es nada claro que el conflicto tenga solución militar, a menos que las potencias aliadas estén dispuestas a ocupar el país.

Es muy difícil que Estados Unidos y sus aliados obtengan el respaldo del Consejo de Seguridad. El veto de Rusia y China parece seguro. Pero no faltan precedentes de intervenciones con fines humanitarios sin autorización del Consejo de Seguridad, Kosovo entre ellos. Además, la posición de Rusia y China contiene un punto de ambigüedad. No facilitarán la intervención pero tampoco harán mucho por evitarla. El apoyo de la Unión Europea y de la Liga Árabe puede ofrecer suficiente cobertura.

En las guerras, se sabe cómo se entra pero no cómo se sale. Los acontecimientos tienen su propia lógica. Igual que ahora Estados Unidos se siente obligado a intervenir, tras la intervención puede sentirse obligado a continuar utilizando su fuerza contra el régimen de El Asad. La opinión pública norteamericana no está preparada para una guerra de larga duración. En el Reino Unido y en Francia –las antiguas potencias coloniales– el apoyo a la intervención es todavía más frágil, como se acaba de ver en Londres, donde la autoridad de David Cameron en política exterior es ya la primera baja de esta fase del conflicto.

La guerra civil siria tiene muchas ramificaciones y un enorme potencial para desestabilizar toda la región. De una manera u otra, Irán, Turquía, Líbano, Jordania, Israel y Arabia Saudí están implicados en el conflicto. Estados Unidos y sus aliados asumen el riesgo de tenerse que quedar no sólo con el jarrón sirio sino con varios de los que lo rodean. La estabilidad en Líbano e Iraq está hoy íntimamente ligada a la situación siria. La convergencia de intereses entre Israel, Arabia Saudí y Turquía, todos enemigos del régimen de El Asad, puede ser una de las próximas bajas tras la intervención.

Es previsible que Estados Unidos y sus aliados intenten no romper el delicado equilibrio entre el régimen de El Asad y la oposición, con el fin de no dar una victoria a los yihadistas. Pero intervenir en una guerra sin desequilibrar la relación de fuerzas entre los contendientes no es fácil, aunque la intervención se limite a unos pocos objetivos militares. Arabia Saudí, Israel y Qatar presionarán para una intervención mayor. Tras un primer ataque, para Estados Unidos y sus aliados no será fácil resistir a estas presiones.

La comunidad internacional no puede consentir el uso de armas químicas. Hay fronteras que no deben cruzarse. Es lógico que Estados Unidos quiera dejar claro que ningún país que utilice armas de destrucción masiva se saldrá con la suya. Está en juego su credibilidad con Irán y con Corea del Norte. No intervenir sería equivalente a dar carta blanca a estos países para llevar a cabo sus planes nucleares.

Pero la intervención abre muchos interrogantes. El del día siguiente no es el menor. ¿Qué harán Estados Unidos y sus aliados si, después de la intervención, el régimen de El Asad persiste en el uso de armas químicas?

Carles Casajuana, diplomático.

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