Ahora todos somos socialmente torpes

Ahora todos somos socialmente torpes

Mientras el año escolar comienza en medio de una pandemia mundial, mucha gente está preocupada por el impacto negativo que el aprendizaje virtual o con distanciamiento social podría tener en el desarrollo de las habilidades sociales de los niños.

Sin embargo, ¿qué pasa con los adultos? Parece que los adultos privados de un contacto variado y constante con sus pares pueden volverse tan torpes en las interacciones sociales como los niños sin experiencia.

Investigaciones realizadas con presos, ermitaños, soldados, astronautas, exploradores polares y otras personas que han pasado largos periodos en aislamiento indican que las habilidades sociales son como un músculo que se atrofia por la falta de uso. La gente separada de la sociedad —por las circunstancias o por decisión propia— reporta haberse sentido más ansiosa, impulsiva, torpe e intolerante en términos sociales cuando regresó a la vida normal.

Los psicólogos y los neurólogos aseguran que ahora nos está pasando algo similar a todos nosotros, debido a la pandemia. Estamos perdiendo, de una manera sutil pero inexorable, nuestra facilidad y agilidad en situaciones sociales… nos percatemos o no. Las señales están por todas partes: la gente que comparte de más en Zoom, la exageración o la malinterpretación de los comportamientos del otro, el anhelo de tener contacto con los demás para luego no disfrutarlo de verdad.

Es un malestar social extraño que se puede arraigar con facilidad si no reconocemos por qué está ocurriendo y no tomamos las medidas para minimizar sus efectos.

“Lo primero que se debe entender es que hay razones biológicas detrás de esto”, comentó Stephanie Cacioppo, la directora del Laboratorio de Dinámica Cerebral de la Universidad de Chicago. “No es una patología ni un trastorno mental”.

Según Cacioppo, hasta los más introvertidos de nosotros estamos programados para querer compañía. Es un imperativo evolutivo porque, en términos históricos, hay seguridad en los grupos grandes de personas. La gente solitaria tenía dificultades para matar mamuts lanudos y para defenderse de los ataques enemigos.

Por lo tanto, cuando estamos desconectados de los demás, nuestros cerebros lo interpretan como una amenaza mortal. Sentirse solo o aislado es una señal biológica como el hambre y la sed. Además, al igual que no comer cuando tienes hambre o no beber algo cuando estás deshidratado, no interactuar con más personas cuando te sientes solo produce efectos negativos cognitivos, emocionales y psicológicos, los cuales probablemente muchos de nosotros estemos sintiendo ahora, según explica Cacioppo.

Aunque te sientas muy cómodo en una burbuja pandémica con una pareja romántica o familiares, de todas maneras te puedes sentir solo —una sensación que a menudo se disfraza de tristeza, irritabilidad, enojo y letargo— porque no estás obteniendo la gama completa de interacciones humanas que necesitas, casi como no comer una dieta balanceada. Subestimamos el beneficio de la camaradería casual en la oficina, el gimnasio, las prácticas del coro o las clases de arte, sin mencionar los intercambios espontáneos con extraños.

Muchos de nosotros no hemos conocido a nadie en meses.

“La interacción diaria con individuos en el mundo te da una sensación de pertenencia y seguridad que proviene de sentirte parte de una comunidad y una red más amplias, o de tener acceso a ellas”, comentó Stefan Hofmann, profesor de Psicología de la Universidad de Boston. “El aislamiento social destruye esa red”.

La privación pone a nuestros cerebros en modo de supervivencia, lo cual disminuye nuestra capacidad para reconocer y responder de manera apropiada a las sutilezas y complejidades inherentes en las situaciones sociales. En cambio, nos volvemos hipervigilantes e hipersensibles. Si encima de eso agregas un virus aparentemente caprichoso, todos estamos programados para pelear o escapar.

Si te miran de reojo, de inmediato crees que le caes mal a la otra persona. Un comentario confuso es interpretado como un insulto. Al mismo tiempo, te sientes más cohibido y temes que cualquier paso en falso te pondrá en riesgo. Como resultado, las situaciones sociales, incluso una llamada amigable, se convierten en problemas que es mejor evitar. La gente comienza a retraerse y encuentra como justificación que está demasiado cansada, que no le caía muy bien esa persona desde el principio o que hay algo que preferiría ver en Netflix.

Es un fenómeno que la médica británica Beth Healey conoce muy bien. Healey pasó un año en un puesto remoto en la Antártida como parte de un equipo que realizaba investigaciones para la Agencia Espacial Europea.

“Antes de empezar el proyecto tuvimos mucha capacitación acerca de lo complicado que puede ser regresar a casa”, comentó. “Te lo tomas un poco en broma y piensas que no te sucederá a ti”.

Sin embargo, como era de esperarse, cuando Healey regresó a la civilización a inicios de 2016, dijo que se sintió intranquila. “Me vi con una buena amiga en Nueva Zelanda y me di cuenta cómo me escondía un poco detrás de ella al momento de registrarnos en el hotel”, mencionó. “Normalmente habría tomado la iniciativa con gusto, pero prefería que hablaran con ella”.

Durante meses, le daba ansiedad subirse a un autobús y se sentía abrumada de ir al supermercado. “Fue muy extraño y se siente parecido a lo que estamos viendo ahora después del aislamiento” por el coronavirus, comentó. “De cierta manera fue más fácil salir de la Antártida al mundo porque nadie más se sentía así, pero ahora todo el mundo está un poco raro”.

A algunos de sus compañeros de equipo les costó tanto readaptarse que de inmediato se apuntaron para regresar a la Antártida. A menudo les sucede lo mismo a los soldados que regresan después de estar mucho tiempo apostados y también a los presos que han pasado años en confinamiento solitario. Aunque regresan a casa con familias que los apoyan, después de días o semanas, quieren volver.

“No quiero hacer una equivalencia entre los presos en confinamiento solitario y la situación que todos estamos pasando, pero definitivamente hay similitudes”, comentó Craig Haney, profesor de Psicología de la Universidad de California, campus Santa Cruz, que estudia los efectos del aislamiento en presos. “El hecho de que la gente se sienta incómoda con otras personas es parte de lo que ocurre cuando se nos niega el contacto social normal del que tanto dependemos”.

En todas las interacciones debes hacer incontables juicios intuitivos: interpretar palabras, gestos y expresiones, y reaccionar acorde a ello. También debes comprender el tiempo y el ritmo correctos, así como valorar qué tanto compartir y a quién. La interacción social es una de las cosas más complicadas que les pedimos a nuestros cerebros. En circunstancias normales, podemos practicar mucho, por eso casi no se siente. No piensas en ello. Sin embargo, cuando tienes menos oportunidades para practicar, pierdes el toque. La calidad surreal y tosca de las interacciones virtuales o con mascarilla solo empeoran la situación.

Los expertos en aislamiento aseguran que este es un terreno complicado y aconsejan tomar medidas para mantener tus habilidades sociales lo más activas que puedas durante este tiempo antisocial. Haney comentó que los presos que regresan después de pasar un tiempo en confinamiento solitario son los que se percataron de que el aislamiento era una amenaza grave para su sentido de identidad y seguridad, y aprovecharon todas las oportunidades para tener contacto con otras personas.

“La gente que sobrelleva la situación de mejor manera es la que escribe cartas y tiene visitas, y quienes mantienen comunicación con otras personas, aunque sea tan solo a través de los muros de un pabellón”, señaló. “A los que les va peor son los que se retraen profundamente y le rehúyen al contacto con otras personas”.

Por eso es importante apartar tiempo todos los días para conectar con los demás, sin importar que sea por medio de un chat, una llamada telefónica o, como mínimo, un texto amable, manteniendo el distanciamiento social.

Además, conforme todos volvamos a salir de nuestro confinamiento y ampliemos nuestros círculos sociales, no esperes que todo ni todos se hayan mantenido iguales. Healey comentó que los miembros de su equipo de expedición polar que tuvieron más dificultades para reintegrarse fueron los que esperaban regresar a sus trabajos y relaciones exactamente como las habían dejado. Es inevitable que la gente cambie con el tiempo y, sin duda, después de un evento significativo, como una pandemia, que cambia su vida de forma drástica y la hace desconfiar de lo que creía conocer. Los valores cambian. Las personalidades se alteran. No somos los mismos.

Por lo tanto, no seas tan duro contigo mismo ni con los demás. Ten paciencia con tu rareza y la de otras personas.

Kate Murphy, colaboradora frecuente de The New York Times, es la autora de You’re Not Listening: What You’re Missing and Why It Matters.

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