Ahorro familiar y endeudamiento

El ahorro familiar se situó en el 2009 en un valor récord en la moderna historia de España, en el entorno del 19% de la renta disponible. Al mismo tiempo, su inversión, básicamente dedicada a inmuebles, continuó reduciéndose, desde más del 15% de la renta en el 2006 al 9,5% en el 2009. Esta conducta se explica por diversas razones. En primerísimo lugar, por el aumento de la precaución que el paro y la incertidumbre sobre el futuro generan. Los individuos ahorran, en general, para acumular un patrimonio que les sirva de colchón para mantener su nivel de vida en momentos imprevisibles (paro, enfermedad) o previsibles (vejez). La propensión al ahorro, desde este punto de vista, tiene poco que ver con el comportamiento del avaro de Molière, que disfrutaba contando su capital por la noche. Para el grueso de las familias, ahorrar es prevenir. Y cuando, como ahora, la situación actual y la futura se adivinan complicadas, la respuesta es aumentar el ahorro.

Pero hay otro importante motivo para eso: la reducción de la riqueza familiar. Para un español medio, el valor de su piso o de sus colocaciones financieras es hoy menor que hace tres años. Dado que el motivo último del ahorro es la acumulación para la precaución (también aquí se podrían incluir las herencias, como una prevención intergeneracional), cuando los precios de los activos aumentan, como sucedió entre 1996 y el 2007, la riqueza se incrementa de la misma forma en que lo haría si las familias hubieran ahorrado, por lo que la necesidad de ahorro disminuye. Esto es lo que pasó en España hasta el comienzo de la crisis, de forma que las familias españolas, sintiéndose más ricas y con unas expectativas de crecimiento de la renta al alza, redujeron intensamente su ahorro. Este pasó del entorno del 15% de la renta disponible al comienzo de la expansión (en 1995) al 10% escaso del 2007.
Además, y en un contexto de bajos tipos de interés y aumento de precio de sus activos, los hogares españoles comenzaron a incrementar su inversión en activos físicos, básicamente en inmuebles. De esta forma, de unos valores que, históricamente, se habían situado en el entorno del 6%-8% de la renta familiar, se pasó al 15% citado.
La diferencia entre el ahorro y la inversión física son recursos que quedan disponibles, y que los hogares dejan a disposición del resto de la economía, habitualmente a través del sistema financiero, que es donde se deposita esta diferencia. Y con ella las familias aumentan su patrimonio financiero (depósitos, fondos de inversión, acciones, obligaciones…). Históricamente, las familias de los países más avanzados, con la excepción de las de EEUU y Gran Bretaña en la última expansión, prestan recursos al resto de la economía: aquellos 16 millones de hogares españoles, de forma agregada, solían ahorrar más de lo que invertían. Pero nuestras familias pasaron de esa situación normal, prestando a las empresas o al Gobierno, a una posición excepcional, y en absoluto positiva, en la que se han estado endeudando para financiar su inversión, básicamente la inmobiliaria, dado que su ahorro no era suficiente.
De esta forma, y desde el 2005 al 2007, las familias españolas pasaron de prestar dinero a recibirlo (del país o, a través del sector financiero, del exterior). Esto no había sucedido nunca en la moderna historia del país. Este ha sido uno de los factores que han impulsado el volumen de deuda familiar de una manera que, en el mejor de los casos, cabría calificar de espectacular: desde los 200.000 millones de euros en el 2000 a casi un billón en el 2008. Y con ello su deuda ha estado aumentando muy por encima de su renta: desde valores del 60% (el cociente deuda/renta) en 1996 al 135% al estallar la crisis. Valores que nos sitúan entre los hogares más endeudados del mundo, acompañando el liderazgo de Gran Bretaña y EEUU en este no deseable ranking.
¿Qué problemas plantea esta situación? Y, ¿qué tiene ello que ver con el ahorro? Pues que la deuda debe continuar su proceso natural de devolución. Y por ello nuestros hogares están ahorrando más, para reducir su nivel de deuda. También porque, dada la situación del mercado laboral, temen no poder hacer frente a sus pagos futuros. Y, además, dado que ahora los aumentos de la riqueza familiar ya no proceden de la mejora de los precios de las viviendas o de la bolsa, el ahorro es la única fuente de recuperación de la riqueza perdida.

Todo lo anterior se resume en que nuestras familias van a mantener una tasa de ahorro elevada los próximos años, lo que va a redundar en un menor crecimiento del consumo. Dado el volumen acumulado de deuda, este es un comportamiento del todo necesario. Es cierto que, a mayor ahorro, menor consumo y, en el corto plazo, menor crecimiento. Pero no lo es menos que hay que recuperar niveles de deuda sostenibles en el medio y largo plazo. Y ello implica mayor ahorro. En especial, porque una parte no menor del mismo se obtuvo del exterior. Y ahora los mercados nos aprietan para su devolución. Lo que hoy sucede no es más que uno de los ajustes, imprescindibles, de los desequilibrios generados por la gran fiesta de la expansión. Esta terminó, y ahora hay que barrer la casa y reordenarla otra vez.

Josep Oliver Alonso, catedrático de Economía Aplicada de la UAB.