Aires de locura desde México

Cada semana nos trae su ración de delirios políticos, tan característicos de nuestra época. Se podría establecer un palmarés y conceder una vez al año los Oscars al summum de la locura. Nuestro candidato de esta semana es el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, por haber exigido al Rey de España y al Papa que pidan perdón por la manera en que su país fue conquistado y convertido al cristianismo. Según López Obrador, 2021, cinco siglos después de la victoria de Cortés frente a los aztecas, sería una fecha oportuna. La prensa española ha comentado esta misiva, pero permítanme que añada mi granito de arena: ¿al ser yo francés y dado que Napoleón III envió un ejército para establecer un imperio en México, no tengo yo también parte de culpa? En caso de que haya un proceso, me defenderé alegando que en 1862 mis ancestros eran rusos.

Sabemos que ahora están de moda la contrición y el victimismo; Obrador se inscribe en este movimiento, pues no se felicita por el éxito de los mexicanos contemporáneos, sino que exige que se los reconozca como víctimas de su propia historia. Evidentemente, se trata de una aberración, ya que en la época de la conquista, México no existía. En el lugar que hoy ocupa México, un imperio azteca colonizaba a los pueblos de los alrededores y Cortés venció a los aztecas con la cooperación de esos pueblos oprimidos. De modo que la conquista fue, al mismo tiempo, una colonización y una liberación. Dar a entender que México fue colonizado demuestra desconocimiento de la naturaleza del imperio azteca y desprecio por los pueblos oprimidos. Y creíamos que Obrador era de izquierdas. Fíjense en que en España, el único que apoya a Obrador es Podemos, surgido de la misma izquierda reaccionaria. ¿Deberían todos los españoles y todos los sacerdotes pagar una indemnización que compensara la deuda de Cortés más los intereses? ¿Pero a quién?

Aún más absurda es la confusión entre lo que hoy quiere decir mexicano y lo que significaba en 1519, cuando desembarcó Cortés. Obrador debería releer, o leer, El laberinto de la soledad, de Octavio Paz. Este recuerda cómo, durante la conquista, Cortés, al unirse a una princesa local del pueblo náhuatl, la Malinche, fundó un nuevo pueblo, mestizo; su hijo se llamó Martín Cortés. Es decir, que el mexicano es heredero histórico y genético del conquistador y del conquistado. Octavio Paz admitía que no es necesariamente fácil de entender ni de vivir, pero así son todas las sociedades de Latinoamérica. Si se aplica la lógica obradoriana, cada mexicano debería excusarse consigo mismo por ser a la vez colonizador y colonizado, un interesante ejercicio de esquizofrenia nacional.

La culpabilidad del Vaticano nos deja igual de perplejos, por poco familiarizados que estemos con el cristianismo mexicano, tan mestizo como el pueblo. Porque los mexicanos no se convirtieron en verdaderos creyentes hasta la aparición, en 1531, a un joven campesino indio llamado Juan Diego, de una Virgen María muy india, que se convertiría en Nuestra Señora de Guadalupe. El cristianismo mexicano es tan mexicano como cristiano. Está también por demostrar que el pueblo convertido debiera añorar la época de los sacrificios humanos, habituales en el imperio azteca y suprimidos por los misioneros del Vaticano. A este respecto, el Papa Francisco ha demostrado ser mejor historiador que López Obrador cuando, al acudir en 2016 al santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, reconoció en ella la encarnación del cristianismo para todo el continente latinoamericano: «La Virgen de Guadalupe», dijo Francisco, «no es indígena, española, hispana o afroamericana. Es, sencillamente, latinoamericana». Lo que simbólicamente, al menos, me parece indiscutible.

La prensa española se pregunta sobre los motivos de López Obrador, político profesional y astuto. En mi opinión, se trata de desviar la atención, no de los disturbios actuales, sino más bien de lo que sigue siendo una brecha constitutiva de la sociedad mexicana, el mestizaje, que desde la década de 1930, sustituye a una ideología nacional, y disimula una discriminación racial persistente. Sin necesidad de recurrir a análisis genéticos, está claro que la clase dirigente es más blanca que el pueblo; en México, cuanto más blanco se es, más deprisa se asciende en la escala social. López Obrador es la prueba, pues al ser nieto de un inmigrante español llegado de Cantabria en 1917, no tiene ni una gota de sangre india. Si alguien tiene la culpa, en México, como en todos los países de Latinoamérica, son las élites dirigentes las que marginan a los pueblos mestizos. En este aspecto, Cortés fue más progresista que López Obrador, al engendrar a Martín Cortés con la india Malinche.

No me quiero inmiscuir en la vida privada del presidente mexicano, pero debería reflexionar. A menos que prefiera exigir que Emmanuel Macron se excuse por la invasión napoleónica (un desastre para los franceses) y Donald Trump por la anexión por parte de Estados Unidos de la mitad norte de México con el Tratado de Guadalupe de 1848. En cuanto a los italianos, mejor que no se fíen; ¿exigirán a los franceses una reparación porque Julio César conquistó la Galia? Hay que rendirse a la evidencia: todos somos mestizos de la Historia. Excepto López Obrador.

Guy Sorman

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *