Aislar a Israel

El primer ministro israelí Benjamín Netanyahu tiene motivos para celebrar. Contra todos los pronósticos, obtuvo una contundente victoria electoral y se aseguró un tercer mandato consecutivo, después de que su partido de derecha, el Likud, le sacó cinco asientos de ventaja en el Knesset a su principal rival, la Unión Sionista de centroizquierda. Pero es probable que los festejos no duren mucho. La forma en que Netanyahu se apoderó del resultado (renunciando a su compromiso con una solución de dos estados con Palestina y prometiendo continuar la construcción de asentamientos en tierras ocupadas) casi seguramente tendrá serias consecuencias políticas y diplomáticas para Israel.

Estos últimos años, la postura radical de Netanyahu dejó la credibilidad internacional de Israel cada vez más debilitada y convenció a los palestinos de los territorios ocupados de que es imposible lograr un acuerdo genuino con Israel. (De hecho, los palestinos no mostraron mucho interés por el resultado de la elección.)

Ahora que Netanyahu reforzó su retórica de derecha (y se ganó con eso otro mandato), el movimiento internacional que busca aislar a Israel cobrará más fuerza. Después de todo, apoyar negociaciones directas entre Israel y Palestina ya no tiene sentido (ni siquiera para Estados Unidos, el principal aliado de Israel), porque los supuestos de los que dependía esa estrategia fueron destruidos.

El primero de ellos era que ambas partes aceptaban la solución de dos estados como base general de un acuerdo negociado. De hecho, en 2009, en la Universidad Bar Ilan de Israel, Netanyahu se declaró dispuesto a aceptar la creación de un estado palestino, poniendo como condición su desmilitarización y el reconocimiento de los palestinos a Israel como hogar del pueblo judío. Pero ahora se desdijo: dos días antes de la elección, Netanyahu prometió expresamente que su gobierno jamás permitirá un estado palestino.

El segundo supuesto clave de las negociaciones de paz era que Israel, en tanto país democrático, no querría continuar para siempre la ocupación militar de otro pueblo, negándole de tal modo el derecho humano básico de la autodeterminación. Pero ahora Netanyahu dejó en claro que Israel es una democracia sólo para sus ciudadanos judíos, cuando descalificó a los ciudadanos árabes (que comprenden el 20% de la población del país) con términos groseramente racistas. En las últimas horas de la elección, Netanyahu exhortó a los israelíes judíos a presentarse en las urnas, porque “los árabes” estaban “yendo a votar en manada”.

Con la eliminación de los dos supuestos fundamentales de las negociaciones con los palestinos, los líderes actuales de Israel (e indirectamente, la mayoría de los israelíes) han destruido los últimos restos de legitimidad que la comunidad internacional erigió en torno de un país que lleva casi cinco décadas de ocupación sobre otro pueblo. Los argumentos para no tratar a Israel con excesiva dureza en las instituciones internacionales o boicotearlo en castigo de sus crímenes de guerra ya no tienen validez.

Hay quienes reconocen hace rato la necesidad de medidas más severas. Un caso notorio es el movimiento internacional de boicot, desinversión y sanciones (BDS) iniciado en 2005 por palestinos de la diáspora y otras organizaciones con el objetivo de obligar a Israel a cesar sus violaciones del derecho internacional, sobre todo la política de asentamientos. Este movimiento encontró muchos opositores alrededor del mundo que creen que sus tácticas son innecesarias e inconducentes. Pero ahora eso cambiará.

Asimismo, Estados Unidos se opuso a la decisión de Palestina (un estado observador no miembro reconocido por las Naciones Unidas) de unirse al Tribunal Penal Internacional (TPI). A pesar de la falta de avance de las negociaciones de paz, la dirigencia estadounidense siguió creyendo en la democracia israelí y en su voluntad de buscar una solución de dos estados. Pero eso también cambiará.

En pocas palabras: ahora que los líderes de Israel renunciaron a su compromiso con una paz negociada con Palestina, la comunidad internacional ya no puede seguir avalando la misma estrategia, sino que debe estar a la altura de los valores que profesa y aislar a Israel, política y económicamente.

Además, los líderes mundiales deben apoyar los intentos de Palestina de resolver sus conflictos con Israel a través de organismos internacionales neutrales como el TPI. Y foros internacionales como el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas deben condenar la negativa de Israel a poner fin a 47 años de ocupación, y dejar claro que el país ya no contará con el beneficio de una doble vara diplomática.

Cuando en 1990 Saddam Hussein envío tropas iraquíes a ocupar Kuwait con el argumento de estar recuperando territorio perdido, el Consejo de Seguridad se apoyó en el capítulo 7 de la Carta de las Naciones Unidas para aprobar un estricto embargo financiero y comercial a Irak a modo de castigo. Del mismo modo, cuando la Sudáfrica del apartheid se negaba a dar a su mayoría negra los derechos humanos fundamentales que le correspondían, la comunidad internacional apoyó una amplia campaña de desinversión y sanciones.

Hoy Israel justifica con reclamos históricos la ocupación de otro pueblo. Su gobierno, que dejó al descubierto sus bases racistas, niega a cuatro millones de palestinos sus derechos básicos e incluso usa la fuerza militar contra ellos. La comunidad internacional debe dar una respuesta adecuada e intensificar medidas de boicot, desinversión y sanciones, hasta que los palestinos puedan vivir en libertad, en un estado auténticamente independiente al lado de Israel.

Daoud Kuttab, a former professor at Princeton University and the founder and former director of the Institute of Modern Media at Al-Quds University in Ramallah, is a leading activist for media freedom in the Middle East. Traducción: Esteban Flamini.

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