Al Estado eficaz, lo que es suyo

El triunfo de la democracia y la economía de mercado que la caída del Muro de Berlín consideraba inevitable —el “fin de la historia” de la famosa expresión acuñada por el filósofo político estadounidense Francis Fukuyama—, no tardó en revelarse poco más que un espejismo. Sin embargo, después de la pirueta intelectual de China, que mantiene un Estado de partido único al tiempo que abraza el credo capitalista, los intérpretes de la historia centraron su atención en la economía: no todo el mundo sería libre para elegir su Gobierno, pero la prosperidad capitalista se impondría en todo el mundo.

No obstante, en la actualidad el revuelo económico que sacude Europa, la erosión de la clase media occidental y las crecientes desigualdades sociales que se aprecian en el mundo están minando las pretensiones de triunfo universal del capitalismo. Se plantean preguntas difíciles: ¿está condenado el capitalismo tal como lo conocemos?, ¿acaso el mercado ya no puede generar prosperidad?, ¿es el capitalismo de cuño chino una alternativa y un paradigma potencialmente victorioso?

El examen de conciencia desatado por estas preguntas nos ha hecho ver que los éxitos del capitalismo no solo dependen de las políticas macroeconómicas y los indicadores económicos, sino que se asientan en el buen gobierno y el Estado de derecho; dicho de otro modo, en un Estado eficaz. Mientras luchaba contra el comunismo, Occidente pasó por alto este asunto clave.

Los abanderados de la Guerra Fría no solo fueron Estados Unidos y la Unión Soviética, también, en términos ideológicos, el individuo y la colectividad. Al competir en países recién independizados o en desarrollo, esa oposición ideológica se tornó maniquea, suscitando virulentas sospechas, cuando no el puro y simple rechazo de los principios rivales. En Occidente, la consecuencia fue que el fortalecimiento de las instituciones públicas se considerara con demasiada frecuencia un subterfugio comunista, mientras que para el bloque soviético el más leve atisbo de libertad individual y de responsabilidad era una tapadera para la contrarrevolución capitalista.

Hace tiempo que destacados economistas señalan que Occidente, al confiar en los mercados, generó un crecimiento económico más rápido y sostenido. Pero ver el Estado y el mercado como ámbitos intrínsecamente enfrentados ya no refleja la realidad (si es que alguna vez lo hizo). De hecho, cada vez está más claro que hoy en día la amenaza que pesa sobre el capitalismo no emana de la presencia del Estado, sino de la ausencia del mismo o de su mal funcionamiento.

Pensemos en los acontecimientos registrados últimamente en Argentina, que, después de la nacionalización por parte de su Gobierno del gigante energético YPF, tendrá dificultades económicas a causa de las dudas y la inquietud que suscita el país entre los inversores. Esa respuesta es absolutamente lógica, ya que quien invierte busca la seguridad de un orden jurídico bien articulado que lo proteja de decisiones políticas caprichosas.

El ejemplo de México demuestra también que el mercado, por sí solo, no basta. Para que el capitalismo prospere, hacen falta una judicatura y una policía eficaces. En Brasil, el Gobierno se está atreviendo por primera vez a enfrentarse a la anarquía imperante en las atestadas favelas que rodean las grandes ciudades del país. Pensemos igualmente en la prosperidad de Ghana y en que, al igual que la de Brasil, va unida a una mejora de la gobernanza. En el extremo opuesto, el minado por parte del presidente venezolano Hugo Chávez de las instituciones de su país, cuya trayectoria está empujando a la de un narcoestado, sitúa a Venezuela junto a Haití, convirtiéndolo en una excepción frente a los recientes éxitos económicos de Latinoamérica en conjunto.

En términos más generales, los países del mundo que más prosperan son los que cuentan con instituciones fuertes y eficaces, respaldadas por marcos legales que garantizan el Estado de derecho. Latinoamérica y África no son los únicos ejemplos. Está claro que los problemas internos de la Unión Europea y la crisis actual de su deuda soberana están muy relacionados con la debilidad de sus instituciones y, en la periferia de Europa, con la presencia de democracias aún por cuajar.

De hecho, a las puertas de nuestra Comunidad, el juicio amañado y el encarcelamiento de la exprimera ministra ucraniana Yulia Timoshenko están poniendo en peligro la posición económica internacional de su país. En concreto, sus relaciones con la Unión Europea, ahora congeladas, han dejado en suspenso un importante acuerdo de libre comercio y asociación hasta que Timoshenko y otros prisioneros políticos sean liberados. En puridad, ese acuerdo entre Ucrania y la UE ha sido víctima del desprecio que muestra el presidente Viktor Yanukovich por el Estado de derecho. Entretanto, en Egipto los juicios políticos atraen la atención internacional y disuaden a los inversores extranjeros.

En Asia, China pone de manifiesto la falacia que supone ver en el capitalismo de Estado una posible alternativa al capitalismo liberal. En realidad, este concepto alternativo, como el propio “capitalismo de Estado”, no es más que una construcción intelectual, un vestigio de la Guerra Fría. Con su notable capacidad de adaptación, China está dando grandes pasos para dar cabida al poder creciente de sus mercados y de su pueblo, y, al hacerlo, sus autoridades reconocen la importancia de un buen gobierno, como demuestran, sin ir más lejos, las medidas tomadas últimamente para justificar la purga e investigación de Bo Xilai, calificadas de ejemplo de la labor de “salvaguarda del Estado de derecho” por parte del Partido Comunista Chino.

Según Adam Smith, símbolo del libre mercado, se crea riqueza cuando las instituciones públicas permiten que la “mano invisible” del mercado armonice los distintos intereses. La Guerra Fría distorsionó esa sabia concepción. En un mundo libre de las restricciones ideológicas de esa época, ha llegado la hora de decir alto y claro que el futuro del capitalismo va unido a la buena gobernanza y al imperio de la ley, y por tanto a la consolidación del Estado eficaz.

Ana Palacio es abogada, exministra de Asuntos Exteriores y ex senior vicepresident y general councel del grupo Banco Mundial.Traducción de Jesús Cuéllar Menezo

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