Al final, 'fumata nera'

Pedro Sánchez ha vuelto a sorprender a propios y extraños. Estaba dispuesto a incluir comunistas en su Gobierno por primera vez desde que Largo Caballero, en noviembre de 1936, encomendara la cartera de Agricultura a Vicente Uribe y la de Instrucción a Jesús Hernández, aunque el tiro le saliera por la culata porque los comunistas le pusieron en la calle y le sustituyeron por Negrín (después de que les dio todo lo que podía darles). Y ha debido de recordarlo porque, cuando todos dábamos por hecho un Gobierno de coalición entre el PSOE y Podemos, ha volcado la mesa y ha pedido nuevas cartas. Si nunca es fácil adivinar sus intenciones, en esta ocasión no se me ha antojado tan difícil porque, dada la intensidad de las negociaciones, no descarto que este antecedente le haya movido a romper la baraja.

No descarto tampoco que no haya cedido a las pretensiones de Pablo Iglesias porque sabe que en las cancillerías europeas no gustan nada los proyectos extremistas y excéntricos y no hay un solo Gobierno con ministros comunistas. Con Syriza han tenido bastante; y Podemos no sólo es extrema izquierda, es que está en Caracas. Comunistas sí, pero en pequeñas diócesis, como diría el castizo.

Sin duda, lo volverá a intentar en septiembre cuando a Iglesias se le hayan pasado los calores del verano. Y, si no lo doblega, llamará a las urnas una vez más. Por si acaso, ha manejado los tiempos de tal manera que las elecciones serán en noviembre, pasado el puente de Todos los Santos, no vaya a ser que a los de izquierdas les dé por honrar a sus difuntos o por irse de excursión. Pero ceder, no va a ceder ...

Y es que a Sánchez no le hemos calado todavía. A los socialistas históricos, los centristas y los conservadores, la pluma les rezuma hiel cuando escriben de él. La crítica superficial confunde siempre sus silencios -su falta de relato- con su numantina capacidad de resistencia. No dice nada, porque no quiere comprometerse a nada ni con nadie. Sólo algunos de sus antiguos compañeros han descubierto el volumen y la dimensión de su única pasión: el deseo de mandar y su capacidad para aniquilar a sus enemigos internos o neutralizar a sus adversarios externos.

Cuando los socialistas decidieron abstenerse para hacer presidente a Mariano Rajoy, Sánchez supo anticipar el futuro leyendo correctamente los sentimientos de los militantes de su partido. Lo echaron, pero él prometió volver;y volvió para no dejar títere con cabeza. Susana Díaz -"Pedro, cariño, no mientas"- hoy pasea su duelo en silencio por las tierras andaluzas. Sus compañeros de bancada que entonces no le siguieron están hoy criando malvas.

A Podemos -su "socio preferente" y su adversario en el campo de la izquierda- no le ha ido mucho mejor. Pedro Sánchez ha cultivado a todos los adversarios de Iglesias con mimo exquisito, dándoles útiles consejos y situándolos en el centro de la escena política y mediática. Hoy ya no siguen al líder de la formación morada ni Carmena, ni Errejón, ni Bescansa ni Domènech... Y cuando ha tenido a Iglesias suficientemente aislado, le ha intentado forzar a sacar bandera blanca y a resignarse a ser la guardia mora del nuevo caudillo. Le ofreció una vicepresidencia de cartón piedra a su compañera sentimental y varios ministerios, algunos perfectamente irrelevantes, para otros discípulos de Iglesias dispuestos a aceptar su protección. Con sus presuntos socios en Cataluña ha aplicado una estrategia similar: ha sabido explotar con habilidad las diferencias entre ERC y Junts Per Catalunya, y dentro de ésta, las discrepancias entre el dúo Puigdemont-Torra y los dirigentes más posibilistas.

Con Ciudadanos ha pasado del calor al frío. En un primer momento, intentó atraerlos para armar un Gobierno más centrado, le hizo arrumacos a Macron para que le hiciese de Celestina y se aproximó a los poderes económicos para que apadrinasen un matrimonio de conveniencia que sólo a él convenía, cuando Rivera no cedió a sus encantos, cambió radicalmente de estrategia. Aplaudió a los críticos al líder de Cs que apostaban por la colaboración y lideró una campaña mediática como sólo los socialistas saben orquestar, estigmatizándolo como escudero de la derecha más extrema. Ahora cuesta trabajo imaginar que el mismo Rivera, paladín del centrismo cuando suscribió el pacto del abrazo, haya pasado a ser un peligroso fascistoide en tan poco tiempo. En todo caso, Rivera haría bien en atarse los machos porque la cosa no ha hecho más que empezar.

Con el Partido Popular la estrategia ha sido diferente. Ha intentado asimilarnos a Vox, calificándolo previamente como ultraderecha, para colocarnos en el desván de la Historia. Sánchez sabe -y me consta que Iván Redondo también- que desde la derecha no se amenaza a las posiciones socialistas, porque el centroderecha sólo ha ganado cuando ha sido más centro que derecha y ha perdido cuando ha aparecido como una derecha sin complejos, por mucho ardor guerrero que se le echase.

El Partido Popular sólo ha ganado las elecciones cuando se ha situado en el centro de la escena y, dato significativo, cuando España entró en estado de quiebra, porque sólo entonces el electorado llamó a su rescate a un partido que seguía siendo percibido como demasiado a la derecha. Aznar ganó cuando la corrupción del PSOE, el escándalo de los GAL y la crisis económica hicieron insostenible la situación. Rajoy cuando dejaron a España en quiebra. Y a lo que nosotros tenemos que aspirar es a que el centroderecha pueda llegar al Gobierno en situaciones de normalidad. No podemos conformarnos con ser la Unidad Militar de Emergencia.

¿Y ahora qué? Si Sánchez logra hacer Gobierno en septiembre habrá que apretar los dientes y prepararse para una travesía del desierto que será muy dura y habrá que cambiar de estrategia porque la nueva izquierda no tiene que ver con la izquierda clásica. Lo cuenta muy bien Miguel Ángel Quintana Paz(Lo que la derecha no entiende de la izquierda actual). El socialismo ya no puede cifrar sus esperanzas en un proletariado que se ha ido aburguesando progresivamente. La nueva izquierda sólo puede triunfar si logra movilizar a los colectivos que sienten cuestionada su identidad (mujeres, minorías sexuales, inmigrantes, etnias, nacionalidades...).

La lucha por la identidad ha sustituido a la de clases como factor de movilización. Por su parte, el centroderecha ha intentado responder a esta estrategia: esperando que el nivel de vida vaya diluyendo las reivindicaciones identitarias y centrándose en la economía; cortejando a los colectivos que la izquierda olvida (cristianos que se ven amenazadas por otras religiones, hombres amenazados por las leyes de género...) y finalmente intentando ser aceptados por los colectivos que la izquierda quiere monopolizar. Por ahora, no ha funcionado. Lo que necesita es incluir sus pretensiones en un proyecto transversal e inclusivo.

Por lo que, si Sánchez convoca elecciones, habrá llegado la hora de poner en marcha una nueva estrategia. Y la única posibilidad de dejar de representar un papel tan desairado y convertirnos en una alternativa real al cesarismo sanchista es armar una conjunción de fuerzas políticas firmemente asentada en el centro de la escena, con un programa que asuma lo mejor de la democracia cristiana y del liberalismo progresista, capaz de servir de banderín de enganche a los millones de españoles que miran el futuro con temor y sin esperanza.

En cualquier caso, algo ha quedado claro como aviso a navegantes: es mucho más sencillo aunar fuerzas políticas para desalojar a un presidente que construir un programa político capaz de sumar fuerzas y convertir a un candidato en presidente.

José Manuel García-Margallo es diputado del Partido Popular en el Parlamento Europeo.

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