Al-Qaida cinco años después del 11-S

Por Javier Jordán, profesor de Ciencia Política. Universidad de Granada (ABC, 13/09/06):

EL año pasado, el diario árabe «Asharq Al-Awsat» publicó las memorias de Abu al-Walid, un importante teórico de la yihad afgana y antiguo miembro del Consejo Consultivo de Al-Qaida. En ellas Al-Walid rememoraba los debates internos que tuvieron lugar entre los miembros del Consejo cuando Bin Laden, apoyado por el grupo de «halcones», anunció el plan para atacar a Estados Unidos en su territorio. Algunos de los componentes del Consejo se opusieron por temor a las consecuencias que ello podía conllevar. Pero Bin Laden no les prestó atención y dio luz verde a la operación del 11-S. Según Al-Walid, Bin Laden cometió el error de subestimar la capacidad de respuesta de los norteamericanos y, de ese modo, condujo la organización al abismo.

¿Hasta qué punto es acertado el análisis de Al-Walid? ¿Marcó el 11-S el principio del fin de la organización terrorista? Indudablemente, la lucha internacional contra Al-Qaida y sus grupos asociados ha rendido abundantes frutos en los últimos cinco años. Sin embargo, continúa siendo muy difícil de medir el deterioro real que ha sufrido la organización dirigida por Bin Laden. Por ejemplo, la Casa Blanca afirma que el 75 por ciento de los dirigentes de Al-Qaida están muertos o han sido capturados, y que una suerte similar han seguido tres mil de sus militantes. Sin embargo, son cifras que posiblemente tienen mucho de marketing político. La propia comunidad de inteligencia norteamericana reconoce que ni antes ni ahora ha podido completar el mapa del liderazgo de Al-Qaida, y que una mayoría de esos tres mil militantes habrían sido incapaces de actuar en un escenario diferente al de Afganistán. Además, es preciso tener en cuenta la fluidez de la organización y su capacidad para reemplazar las pérdidas.

El balance de detenciones no es un indicador definitivo. Por eso vamos a pasar revista a otros aspectos que pueden ayudar a esclarecer la situación actual. Un hecho objetivo es que, como consecuencia de la intervención norteamericana en Afganistán, Al-Qaida perdió la que hasta entonces era conocida como «Universidad de la yihad». El emirato talibán dejó de ser un refugio seguro de los terroristas, y los voluntarios captados en los más diversos lugares del mundo -incluida España- perdieron la oportunidad de adiestrarse en sus campos de entrenamiento. Es cierto que el Irak de la posguerra está produciendo no sólo los operativos del mañana, sino también sus líderes. Sin embargo, no está claro el mando real que ejerce la organización Al-Qaida sobre los grupos yihadistas que combaten en aquel país, ni tampoco qué número de veteranos se encuadrarán más tarde bajo su control operativo.

Otra realidad constatable es que los dos principales líderes de Al-Qaida, Osama Bin Laden y Ayman al-Zawahiri, continúan en libertad y con capacidad de realizar declaraciones que hacen referencia a acontecimientos recientes. Zawahiri, con un lapso de aproximadamente dos semanas, y Bin Laden, de tres. Es innegable también que As-Sahab, el departamento audiovisual de Al-Qaida, ha mejorado sustancialmente la calidad técnica de sus producciones, y que quien quiera que esté a cargo de colgar los comunicados dispone de una línea de conexión a internet de gran capacidad. Es decir, que no se encuentra en una montaña perdida, sino en una zona urbana, posiblemente de Pakistán. Pero por otra parte es incierto el grado de potestad que tienen Bin Laden y Zawahiri sobre las células de su organización situadas fuera de Asia Central. No está claro si desde el 11-S la función de ambos líderes se reduce a la de simples incitadores -el número de comunicados es verdaderamente notable, 19 en lo que va de año- o si todavía llevan las riendas de la organización. Tampoco se sabe mucho de los mandos intermedios de Al-Qaida. Es decir, de aquéllos que convierten los dictados estratégicos en operaciones concretas.

Un tercer y último aspecto son los atentados terroristas. Desde el 11-S se han producido decenas de ataques en nombre de la yihad global. Sin embargo, la mayoría de ellos han sido obra de grupos asociados a Al-Qaida o de redes yihadistas de base (simpatizantes que en gran medida han actuado por su cuenta). Un buen número de proyectos terroristas han sido abortados a tiempo. En varios de ellos aparece el rastro de Al-Qaida, y en más de uno su sello característico de «pensar a lo grande». Sin ir más lejos, en el plan de hacer estallar nueve aviones sobre el Atlántico, desmantelado el pasado mes de agosto. Pero las operaciones terroristas abortadas no son precisamente un síntoma de fortaleza. Tampoco lo es que Al-Qaida no haya conseguido atentar de nuevo en territorio norteamericano, a pesar de que sigue siendo una de sus principales aspiraciones.

Por tanto, con los datos disponibles, no es posible realizar un balance certero del estado de Al-Qaida. Es probable que el juicio de Abu al-Walid sea correcto, y que aquella decisión de provocar una masacre en territorio norteamericano haya conducido a la destrucción casi completa de la organización terrorista. Sin embargo, los atentados del 11-S fueron también uno de los ejemplos más claros sobre la utilidad del terrorismo como «propaganda por el hecho». Desde aquel otoño de 2001, Al-Qaida se ha visto sobrepasada por un fenómeno mucho más amplio, conocido como el movimiento yihadista global, que ella misma ha contribuido a crear. Una constelación de grupos y células más descentralizados que la antigua organización jerárquica de Al-Qaida. Aunque en algunos aspectos esta mutación plantea nuevos problemas a la lucha antiterrorista, la buena noticia consiste en que esos grupos más pequeños, y habitualmente menos profesionales, lo tienen ahora mucho más difícil para repetir una operación tan sofisticada como la del 11-S o para hacer realidad una pesadilla con armas de destrucción masiva.