Al-Qaida, en la cresta de la ola

El relativo silencio que la prensa ha mantenido últimamente con respecto a las actividades de Al-Qaida podría fácilmente inducir a pensar que la organización terrorista atraviesa una fase de debilitamiento que conduciría a su extinción. La ausencia de atentados notorios, con excepción de la masacre permanente en Irak con la que desayunamos todos los días, ha venido restando actualidad a Al-Qaida y se ha traducido en una falta de interés mediático. No obstante, el aldabonazo que ha supuesto la explosión en la base militar norteamericana de Bagram, en Afganistán, durante la visita del vicepresidente estadounidense Cheney, nos devuelve a la actualidad de las relaciones entre el integrismo islamista -ya sea en su vertiente talibán como en la de Al-Qaida- y el mundo occidental. Por este motivo merece la pena dirigir la mirada hacia la última declaración de Ayman al-Zawahiri, que tuvo lugar el pasado 20 de diciembre, y que fue recogida por la cadena de televisión Al-Yazira.

Con frecuencia los comunicados periódicos de los líderes de Al-Qaida han sido minusvalorados por los medios de comunicación occidentales, que tendían a ver en ellos simples manifestaciones de radicalismo sembradas de amenazas. Sin embargo, con el paso del tiempo, ha podido ser apreciada la significación de este tipo de textos, por la mención de objetivos luego atacados, la valoración de las distintas situaciones y la exposición cada vez más coherente de los supuestos en que se basa la estrategia del terrorismo islamista. Si las palabras de Osama Bin Laden componían, a juicio de Bernard Lewis, «una magnífica pieza de prosa árabe elocuente, y a veces incluso hasta poética», en Ayman al-Zawahiri, que parece haber tomado el relevo como portavoz, destaca el discurso perfectamente organizado que de acuerdo con su profesión inicial de médico disecciona los componentes del argumento central, el enfrentamiento del islam y Occidente, al mismo tiempo que establece el cuadro en cuyo interior va a moverse la puesta en práctica de la yihad.

Esta vez la declaración de Al-Zawahiri rebosa de optimismo. La victoria de Hezbolá en la guerra con Israel, el callejón sin salida de Afganistán y, sobre todo, el rotundo fracaso de Bush en Irak hacen posible que el 'número dos' de Al-Qaida vea en todos esos acontecimientos el signo inequívoco de la futura victoria de su causa. Incluso el triunfo demócrata en las elecciones norteamericanas es un fruto de la actuación triunfante de los guerreros de Alá. Resulta difícil encontrar una justificación más rotunda del terror: «Sólo os disteis cuenta del fracaso de la Administración Bush y desplazasteis a los republicanos después de la matanza ejecutada por los muyahidines, y no escuchasteis la voz de la moralidad, la justicia, los principios y el intelecto. Y las armas de los muyahidines siguen alzadas por la gracia de Alá». La consecuencia es clara: los nuevos cruzados americanos deben reconocer su derrota y evacuar las tierras del Islam.

En la actual situación, Palestina emerge como emblema de la confrontación, el 'axis mundi' sobre el cual convergen los vectores del bien y del mal, del islam y del descreimiento ('kufr') propio de Occidente. No se trata de encontrar una solución al problema palestino, y Al-Zawahiri tiene palabras muy duras contra los que ven ahí un problema de opresión nacional, sino de erradicar el Estado de Israel, lo que tampoco sería el fin último de la lucha, ya que la victoria debiera suponer el establecimiento de un Estado islámico. En la línea de Sayyid Qutb, artífice del radicalismo islamista, Al-Zawahiri piensa que lo esencial consiste en afirmar el predominio irreversible de la teocracia sobre la democracia, el imperio de la divina 'sharía'. Ambos planteamientos invalidan la tesis habitual de una solución de compromiso para el tema palestino o la instauración de una democracia que segaría la hierba bajo los pies del terrorismo. Para los teóricos de Al-Qaida, la democracia es satánica, encarna el poder del hombre desafiando a Alá, y más allá del 'grano de arena' representado por Palestina, importa la victoria de la religión. Con su recuperación plena, entraría en juego un efecto dominó por el cual irían cayendo uno tras otro los enemigos de Alá.

Paralelamente, y en contra de tantas interpretaciones simplificadoras, el líder islamista ofrece una visión del mundo en cuya conformación no interviene como factor principal la pobreza, tampoco los derechos humanos, sino ese omnipresente imperio del islam por realizar. De una parte se encuentra la 'umma', la comunidad integrada por todos los musulmanes del mundo, y frente a ella los enemigos exteriores, quienes rechazan la religión de Alá. Con razón, el ideario de Al-Qaida es un salafismo, la descripción de unos fines inspirados en la utopía arcaizante de 'los piadosos antepasados', la edad de oro forjada por el genio de Mahoma en tanto que enviado de Alá merced a la revelación. La relación de los enemigos se abre con los judíos de Israel, usurpadores de un territorio sagrado, sigue con Estados Unidos, vanguardia de la cruzada anti-islámica, y se cierra con su sumisa ONU. Curiosamente, la descalificación de las Naciones Unidas por Al-Zawahiri se basa en que no está regida por la 'sharía'. Por añadidura, la ONU ratifica la ocupación de Chechenia por Rusia, de los territorios musulmanes en poder de China y, no lo olvidemos por lo que nos toca, de Ceuta y Melilla. No hay derecho internacional que valga. Sólo cuenta el principio ortodoxo de que toda tierra que un día formó parte de 'dar-al islam' ha de ser recuperada. Por extensión, cabe suponer que todo edificio o lugar sagrado que en un momento de la historia hubiera escapado a la soberanía islámica debe también regresar al seno de Alá.

En el bien elaborado discurso de Al-Zawahiri, el salafismo deviene necesariamente yihadismo. «No hay solución sin yihad», proclama. Es una consecuencia lógica de su enfoque dualista. Si sólo cuenta la bipolaridad que enfrente a la 'umma' con el mundo de los infieles, acaudillados por los nuevos cruzados americanos y por los judíos, la única solución es la guerra que los creyentes han de poner en marcha para derrotarles con la protección de Alá. La imagen tradicional del Corán y la espada, aún presente en Bin Laden, resulta modernizada: «¿Aferraos a vuestro Corán, aferraos a vuestros fusiles!». Todos los musulmanes son convocados, desde la pantalla de Al-Yazira, para que participen de acuerdo con sus posibilidades.

Al-Zawahiri configura de este modo una 'umma' virtual cuyos ecos alcanzan a todo el mundo islámico, una 'umma' sin fisuras, con continuidad territorial y con epicentro emotivo en Palestina. Así todas las contiendas que afectan al mundo musulmán, desde Irak a Somalia, se empapan de contenido religioso y por lo mismo quedan conectadas entre sí hasta formar un solo conflicto sacralizado de múltiples frentes. Los últimos llamamientos de la última lucha de fondo islamista, la de Somalia, nos recuerdan el protagonismo que en todo ello desempeña la comunión en la yihad. Una única yihad.

Por Eva Borreguero, profesora de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid.