Al rescate de la política

En esta crisis es clamoroso el silencio de la izquierda. Y lo que está ocurriendo, sin embargo, toca de lleno la justicia social, que era lo suyo. Una vez archivado el marxismo, que mantenía viva la llama de una alternativa al capitalismo, la izquierda se había refugiado en el pragmatismo político, tratando de arrancar al sistema reformas que apuntalaran el Estado del bienestar. Ahora el sistema ha decidido que su mantenimiento es caro. La izquierda siente que se ha quedado sin alternativa, sin que el capitalismo le agradezca su leal colaboración. Es hora de hacer un alto.

El desconcierto tiene que ver con la novedad de la crisis. Sabíamos que el capitalismo tenía sus crisis periódicas pero que salía de ellas reforzado. Lo nuevo de la actual es que el capitalismo solo ha podido salvarse gracias a las garantías de los contribuyentes. El sistema no se sostiene con sus solas fuerzas y hubiera reventado de no contar con estos invisibles fiadores que han tenido que sacrificar recursos y derechos, lo que les ha empobrecido. Que ahora vengan los salvados a aprovecharse de su debilidad para sacar ventaja es un ejercicio de cinismo que no puede ser olvidado. Por si esta extraña situación fuera poco, hay que sumar a la crisis del euro la de Europa. Hace poco pedía Jorge Semprún en el campo de Buchenwald que no olvidáramos que allí nació el proyecto de la Unión Europea. La creación del Mercado Común es una decisión que tomaron los excontendientes para evitar que nadie monopolizara los materiales sin los que era imposible ganar una guerra moderna. La participación de la rica Alemania en el proyecto fue determinante. Entendía que una forma de saldar su responsabilidad histórica era apostar como contribuyente neto por la construcción europea. La experiencia del totalitarismo nazi y el estalinista obligaba a la construcción de democracias liberales garantes de un pacto social entre democristianos y socialdemócratas, dando así origen al Estado del bienestar. Así lo entendieron Adenauer, Brandt, Schmidt y Schröder, pero no Angela Merkel, quien, según un duro artículo de Jürgen Habermas, «por temor a la prensa amarillista», se convirtió en «una empedernida defensora de los intereses nacionales del Estado más rico de la Unión Europea», siendo al final víctima «de las armas de destrucción masiva de los mercados financieros». Merkel desertó del origen pensando salvarse sola. Lo peor no es que la factura contra los especuladores costará el doble, sino que se ha dado vida en Europa al demonio nacionalista.

Para Rodríguez Zapatero, la doble crisis ha tenido un efecto devastador. Había basado su política en la promesa electoral, hecha en sede sindical, de que jamás tomaría ninguna medida social sin contar con los sindicatos. De repente, y tras meses de resistencia, le fuerzan a congelar las pensiones, paralizar las obras públicas, reducir los gastos de la ley de dependencia, reducir los sueldos de los funcionarios y está la amenaza pendiente de abaratar el despido.

¿Qué hacer, entonces? Lo fácil sería reducir la pregunta a qué tiene que hacer Zapatero, si seguir o irse. Una crisis de esta envergadura solo es posible si se dan muchas complicidades. Por lo pronto, que vuelva la política, que hablemos de economía política. Los ciudadanos votan a los políticos, pero nos gobiernan los mercaderes. Y la política, desde Aristóteles hasta hoy, consiste en administrar el pan y la libertad, por ese orden. Se nos ha llenado la boca con el liberalismo y a él hemos entregado el mercado, cuya ley –«vicios privados hacen la prosperidad pública»– tomábamos por el bálsamo de Fierabrás. Asegurar el pan es, empero, hablar de justicia, y eso significa algo más que domar al asilvestrado capitalismo financiero. Ha habido una deserción general de la política, empezando por los propios políticos, anegados en fuegos fatuos.

El segundo frente al que habría que atender nos implica a todos. Las señales que esta y otras crisis emiten es que esto es insostenible. Esto es un modo de vida basado en un consumo que no solo desertiza el planeta, sino a la humanidad del hombre. Sobre los límites de los recursos naturales se ha dicho todo. Lo grave es el atentado que supone para el ser humano. Solo un par de apuntes: hemos despreciado tanto lo improductivo, inútil o gratuito; hemos magnificado tanto la producción y el tener, que cuando las circunstancias generan cuatro millones de parados les condenamos socialmente a estar de más, a ser seres superfluos. No valen. Por otro lado, para mantener el nivel de consumo hay que someter la existencia a una aceleración constante y pasa entonces lo que ocurrió el 7 de mayo en Wall Street: que en unos minutos se desplomó la bolsa porque las máquinas habían confundido millón con billón. Para llegar antes programamos máquinas que se hacen autónomas para ser más rápidas. La sociedad de consumo en la que estamos felizmente instalados ha degradado al hombre a objeto de sus propios experimentos y llega un momento en que las máquinas hacen la guerra por su cuenta. Esto no es una crisis coyuntural, es un problema civilizatorio que convoca a la izquierda al rescate de lo más básico: la política.

Reyes Mate, filósofo e investigador del CSIC.