Al rescate del euro

The Economist, semanario conservador británico de información general y económica, publicó un artículo en el que se refería a la situación de los países europeos con dificultades a consecuencia de la crisis. La primera referencia era Grecia, el problema, y también Irlanda, Portugal y España, que podrían llegar a convertirse en problemas. Los dos parámetros que mejor reflejan la situación de la economía de los estados son el déficit público, es decir, la diferencia entre ingresos y gastos de las administraciones públicas, y la deuda externa, es decir, la diferencia acumulada entre importaciones y exportaciones.

Un déficit público elevado significa que el Estado gasta e invierte más de lo que ingresa por impuestos. Una deuda externa alta significa que se importa más de lo que se exporta, lo cual significa una falta de competitividad de la propia economía, que tiene dificultades para vender al exterior productos y servicios. El Reino Unido tiene un déficit similar al de España, Portugal o Irlanda, y casi el doble de la media de los países de la UE-27, pero tiene una deuda externa doble a la de España y similar a la de Portugal.
Que The Economist no hiciera ninguna referencia al Reino Unido como país con una economía en dificultades pone en evidencia el cinismo del semanario; es decir, no se juzgan las cuestiones propias como las de los demás.
Es cuestionable si una asociación de estados, la UE –que no es realmente ni una federación ni una unión con moneda única–, puede mantenerse sin un Estado central, un presupuesto central y un tesoro que lo soporte. El Estado griego ha gastado más de lo que ha generado en los últimos años, y ahora tiene que pagar la deuda acumulada. No puede devaluar la moneda porque no la controla, y por tanto no puede más que aceptar un préstamo y ahorrar para devolverlo; pero si no existe un Estado europeo que pueda hacerlo, se produce un mecanismo perverso: quienes deben dejar el dinero, países de la UE y el FMI, piden medidas extremas de ahorro a Grecia para asegurar que el préstamo podrá ser devuelto porque lo más importante es su devolución. Así pues, hay riesgo de que estas medidas hagan entrar en deflación la economía griega. Falta un nivel superior de poder político y económico, el equivalente al Gobierno federal en Estados Unidos, que pueda ayudar a quien lo necesita obligándole, en contrapartida, a una política fiscal y financiera que haga compatible su recuperación con los límites de disciplina económica de la federación o unión de estados.

Para resolver este problema, el Ecofin decidió dotar un fondo en defensa de la moneda única de 750.000 millones de euros que va a permitir ayudar a los países en dificultades y que ha obligado a los estados miembros a una política estricta de equilibrio financiero, lo que ha forzado a los estados con déficit alto a ajustarlo con celeridad vía reducción del gasto y, por tanto, impactando fuertemente sobre sus políticas sociales. Esta política reducirá el crecimiento en tanto que decrece la inversión pública y el gasto que crean actividad económica y empleo. Es, pues, una política antikeynesiana que resulta comprensible porque se genera para proteger al euro como primera prioridad y evitar ataques especulativos, y no tanto para hacer que crezca la economía de los estados en dificultades. Es una política contraria a la desplegada por Franklin D. Roosevelt en 1933 y alineada con la de su predecesor, Herbert Hoover, que hizo cuadrar los números del presupuesto, pero empeoró la crisis al reducir la actividad económica.
La UE nació más en clave política que económica. La comunidad del carbón y el acero, previa al Tratado de Roma, quería evitar una nueva guerra europea poniendo en común los recursos básicos de la economía de la primera mitad del siglo XX. La pérdida de poder político y económico de los estados era limitada porque el mantenimiento de políticas fiscales y laborales diversas era compatible con el mercado único. El euro y la creación del Banco Central Europeo han dado lugar a la necesidad de homogeneizar políticas económicas para lograr que los déficits públicos de los estados miembros sean similares. Esto ha llevado a la paradoja de que ahora que la UE es más económica que en su origen es cuando los estados pierden más soberanía porque sus políticas económicas vienen necesariamente dictadas desde la UE. Es este y no otro el precio que debe pagarse por el mantenimiento del mercado y de la moneda única.

La política británica se ha guiado tradicionalmente por el fomento de una Europa continental no unida, con varios y dispersos objetivos. Ahora también. Probablemente el editorial de The Economist, que representa un ataque a la credibilidad del euro porque se plantea desde la base de que solo los países dentro de esta moneda tienen problemas, no es del todo inocente. Deberíamos evaluar las noticias de la precariedad de nuestra economía contando con este hecho. Las noticias, también las de la prensa más seria, no son neutras ni tienen intencionalidades concretas por azar o capricho.

Joaquim Coello, ingeniero.