Al «Señor Dios de las Montañas»

Hay recuerdos que, por fortuna, no se borran con facilidad de la memoria. Y en los del autor que escribe estas líneas están, desde su infancia, los de los militares de las Unidades de Montaña de nuestras Fuerzas Armadas del Reino de España cuando se acuartelaban en el campurriano pueblo de Villar en sus cursos invernales de montaña. Quién me iba a decir que al cabo de muchos años hoy sus sucesores serían mis actuales compañeros de la Escuela Militar de Montaña y Operaciones Especiales (EMMOE), y del Regimiento de Infantería “Galicia” 64 de Cazadores de Montaña. A ellos, y al valle de Campoo, se dedican estas líneas con mi admiración y gratitud, fundidas en el amor a la Patria en las montañas, brañas y bosques de Cantabria y de España.

Soldados de España a quienes, desde el caserón que mis padres tenían en Campoo para esquiar en Invierno y disfrutar sus hayedos, ríos y cimas en Verano, contemplaba en silencio cómo formaban a la orden del oficial de la compañía, portando sus pesadas mochilas donde sobresalían los piolets y los crampones, y los entonces largos esquís de travesía para ascender nuestras montañas. Con ellos, pasados los años y ya en la juventud, coincidíamos en la interminable ascensión del Liguardi y luego al Cordel por La Colladía, en las deliciosas y técnicas laderas desde el Iján hacia los míticos parajes de Sejos o descendiendo la más traicionera por los aludes de Cuenca Gen hasta Campoo. Asimismo, evoco sus cursos de esquí en Alto Campoo desde la Tabla al Tres Mares y Cuchillón. E, incluso, he recuperado en imágenes del álbum de fotos algún encuentro en Picos “foqueando” hacia Peña Vieja, la cima de Cantabria.

Como con la Armada en la Comandancia y barcos de Santander, con el Ejército del Aire en su base radar del limítrofe Picón del Fraile (tanto da que sea de Castilla o Cantabria: es una cumbre de España), con el Ejército de Tierra en Ibio o la Remonta, con otros destinos de feliz presencia castrense en Cantabria, el sentir del pueblo montañés es de cariñosa acogida a nuestros soldados. No sólo porque los militares nacemos y pertenecemos al pueblo español, sino por el reconocimiento de los cántabros a la donación abnegada, humilde, sacrificada y fiel de nuestros militares a España y Cantabria. Amor a la Patria de nuestros soldados correspondido por la gratitud de los cántabros a nuestros militares, como se demuestra cada celebración del Día de las Fuerzas Armadas, volcados los montañeses en las exhibiciones y desfiles castrenses en Santander.

Y en esta Navidad, por recíproco amor del pueblo español y nuestras Fuerzas Armadas, al cumplir la tradición de depositar un nacimiento en una blanca cima pirenaica, con nuestros compañeros militares hemos rendido homenaje a los españoles fallecidos, algunos en nuestros hogares, por el COVID. Una tradición donde los presentes, creyentes o no, honramos a quienes nos preceden sobre las nieves de la vida al rezar por ellos nuestra oración montañera al “Señor Dios de las Montañas, Señor Dios de los azules cielos, Señor Dios de las nieves y los hielos”. Y, asimismo, al pedir al Creador que “proteja a los que guardan la paz de España en sus solitarias cumbres”. Costumbres castrenses también en Cantabria, porque más de un belén militar coronó alguna Navidad las cúspides del Cuchillón, de Peña Vieja y del Tres Mares. Montañas donde resuena el poema del montañero y humanista Unamuno, cuando al contemplar desde el Pico Almanzor las aldeas de los valles, al hollar piedra y hielo, al sentir el gélido aire puro, al escuchar el silencio sonoro sobre las vertiginosas paredes, al compartir la amistad con su cordada, al latir en su pecho militar y sabio la paz de España, oró a Dios: “aquí, a tu corazón, Patria querida ¡Oh, mi España inmortal!”.

Este artículo evoca con gratitud a las Unidades de Montaña de nuestras Fuerzas Armadas del Reino de España, durante años acogidas por la Hermandad de Campoo de Suso. Porque, quizá, cuando frente al fuego de la gran chimenea del salón de la casa de mis padres en el pueblo de Villar admiraba las gestas que leía de los valientes y nobles soldados de “la religión de hombres honrados”, como describió el sacerdote y soldado Calderón de la Barca a la familia militar, entonces se unieron para siempre la vocación sacerdotal y la militar desde la romántica pasión por la conquista de la naturaleza y sus montañas. Picos de la Cordillera Cantábrica, de Pirineos, todas cimas de la amada España eternamente custodiadas en nuestra región y en nuestra Patria por los soldados de nuestras Unidades de Montaña. A ellos y, con nuestros militares, a Campoo, a Cantabria, a España: ¡gracias!

Alberto Gatón Lasheras, Comandante Capellán y Profesor de la Escuela Militar de Montaña y Operaciones Especiales (EMMOE).

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