Alambradas, visados, fronteras, personas

Se ha inaugurado en el palacio de Santa Cruz la exposición «Más allá de deber. La respuesta humanitaria del Servicio Exterior frente al Holocausto». Margallo no es el primer ministro de Exteriores que recuerda a estos funcionarios admirables. En 2000, con Abel Matutes, fue creada una página web titulada «Diplomáticos españoles durante el Holocausto», ciertamente modesta, pero que trataba de restituir la memoria de nombres como Julio Palencia, Bernardo Rolland, Sebastián Romero Radrigales, Miguel Ángel Muguiro o José Rojas, además de Ángel Sanz-Briz, prácticamente el único que hasta entonces había logrado reconocimiento por haber salvado a miles de judíos de la deportación y la muerte. Sobre esta base, en 2008 Moratinos inauguró la exposición «Visados para la libertad». Antes, el franquismo había tratado de apropiarse de estos actos heroicos, con maniobras que han sido documentadas por el periodista Eduardo Martín de Pozuelo, que ha puesto singularmente en valor la audacia de unos funcionarios que no solo osaron desafiar a los nazis, sino a su propio Gobierno.

La exposición, comisariada por el historiador José Antonio Lisbona, ha indagado con acierto en los archivos desvelando nuevos nombres. Como Ireneo Typaldos, que evitó la deportación de sefardíes desde la Embajada de España en Atenas. O Eduardo Gasset en Sofía y Alejandro Pons en Niza entre otros.

Sin estos esfuerzos por rescatar del olvido a estas personas extraordinarias es muy dudoso que un ignorado Romero Radrigales (cuyo caso fue decisivamente impulsado entre otros por el citado Martín de Pozuelo y la Fundación Wallenberg) hubiese sido declarado «justo entre las naciones» por el Museo Yad Washem. Otros, como el valeroso Julio Palencia, que literalmente «se la jugó» por los sefardíes búlgaros, esperan turno.

Sorprendentemente, en nuestro entorno el conocimiento de estas personas –con la excepción de Sanz-Briz, que fue póstumamente homenajeado por los ministros Ordóñez y Solana, y que ha protagonizado libros y películas– ha permanecido ajeno al gran público (otra excepciónes Eduardo Propper, de cierta notoriedad gracias a su nieta, la actriz Helena Bonham-Carter). En otros países es frecuente utilizar estos ejemplos para difundir valores altruistas entre los escolares. La Historia puede ser también pedagogía. Fuera de Suecia, su país natal, hay muchas escuelas dedicadas a Wallenberg, salvador de miles de judíos en Budapest. Aquí deben de ser muy pocas –si es que hay alguna– las calles y escuelas dedicadas a la memoria de Palencia, Romero y otros héroes, como Miguel Giner el aduanero de Les (Valle de Arán), que ayudó a muchos judíos a cruzar clandestinamente la frontera.

Una sala del Senado italiano lleva el nombre de Giorgio Perlasca, un oscuro comerciante italiano (combatiente franquista en 1936) que ayudó a Sanz Briz en Budapest, y que murió en la indigencia olvidado. Nunca será tarde para dedicar algún busto, calle o aula, en un reconocimiento que nunca buscaron, a estos héroes que en la hora más oscura supieron estar a la altura de la condición humana. En el conmovedor Memorial dedicado a Walter Benjamin en Portbou, donde no tuvo la suerte de encontrar a ningún aduanero compasivo como Miguel Giner, y se suicidó desesperado al ver que el franquismo se disponía a entregarlo a la Gestapo, se interpela al peso del pasado y la memoria con esta cita del pensador alemán: «Es una tarea más ardua honrar la memoria de los seres anónimos que la de las personas célebres. La construcción histórica se consagra a la memoria de los que no tienen nombre».

Carles Pérez-Desoy, diplomático.

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