Alarma de Estado

La brigada de las demoliciones acusa una repentina preocupación por el Estado. Tan intensa es la alarma que podría destronar al patriotismo como último refugio de los pícaros. Sí, prefiero ‘pícaros a canallas’; ‘scoundrel’ es el sustantivo que usó Samuel Johnson, quien por supuesto no se refería al vero patriotismo sino al cuento chino de los sedicentes patriotas. Igual que aquí no nos referimos al genuino interés por el Estado sino a la penúltima farsa del sanchismo: guiñol, demonio de Vox con garrote y cortedad.

La contrariedad con que han recibido la sentencia del TC sobre el estado de Alarma revela un exceso de confianza. Estaban persuadidos de la vigencia de su autocracia. ¡A ver qué órgano o institución tiene bemoles para llevarle la contraria al Gobierno! Pues unos cuantos. El nuevo régimen está en construcción, y no todos se han sometido ni todos se someterán al autoritarismo chorra de Sánchez. Sindicatos, sí; patronales, más; titiriteros, dame vaselina. Pero las expectativas y prioridades de los rendidos son muy distintas de las que mueven un universo de valores que el sanchismo ni siquiera sabe que existe.

Alarma de EstadoEl sanchismo es un descojone. Sus gobernantes sueltan disparates que sonrojarían a un reo avispado. Y en vez de corregirse, se revuelcan en la charca de su ignorancia. Creen que el TC es Poder Judicial y atribuyen sus fallos a la falta de renovación del CGPJ. Han alcanzado el estadio siguiente al del gobierno de los inútiles, que es el de los orgullosos de su inutilidad. Y qué decir del regodeo en el poder, esa cosa hortera que se les nota en las comisuras de los labios y en las hipotecas llenas de optimismo.

Da alipori, la verdad. No es agradable adentrarse por tales grutas, pero el columnista se debe a sus lectores. Obsérvenles bien en la pantalla, con el aparato en silencio. No importa porque nada de lo que digan cumplirá los tres requisitos de ser cierto, claro y bienintencionado. Así que en realidad sus palabras no merecen atención. Sus gestos, sí. Sus ademanes, sus rigideces. Atención. Nada encontrarán en Garzón, no pierdan el tiempo ahí. Es de los pocos que no se regodea. Quizá sea un buen actor, capaz de parecer siempre aburrido. O bien es el comunista perfecto y se declararía culpable de cosas que no ha hecho si el partido se lo pidiera. Olviden a Garzón, PCE, demonio y carne. Reparen en cualquier otro ministro, de los nuevos o de los recién escupidos de su boca por Sánchez.

Yerra quien piense que una discrepancia política extrema conlleva odio o desprecio. Doy fe de que no es así. Al ministro que desprecio lo despreciaría igual si fuera liberal. Y haber negociado con algunas damas que hoy ocupan ministerios me permitió conocer su valía personal. Esto, paradójicamente, puede resultarle incomprensible a ellas, dada su adscripción a la superstición según la cual todo es política. Como me dijo una vez Octavio Paz, ensanchando mi juvenil mentalidad sectaria y provocando en mi interior una huida que no ha terminado, la política es solo una parte pequeñita y muy poco relevante de la realidad. Por eso puedo verlas u oírlas ahí, en sus entrevistas, con sus afirmaciones aberrantes, y seguir apreciándolas. ¿Reñiría usted con un amigo o compañero de trabajo solo porque creyera que la Tierra es plana?

Esta disquisición me ha llevado a otras: las que Margarita Robles ha afeado a unos magistrados tan osados como para enmendarle la plana al Gobierno. Si la ministra de Defensa conoce la primera acepción de ‘disquisición’, aplaudo su juego limpio, pues ha reconocido que el tribunal ha cumplido con su trabajo. Disquisición: «Examen riguroso que se hace de algo, considerando cada una de sus partes». Pero sospecho que Robles pensaba en la segunda acepción, tesis que vendría avalada por el uso del plural. Disquisición: «Divagación, digresión».

A muchos sorprende que los sanchistas de primera fila, cuanto más Derecho saben, más se cisquen en la división de poderes, en los controles y equilibrios y esas cosillas. ¡Precisamente! El quemado Campo, campo quemado, es magistrado. Igual que los supervivientes Marlaska y Margarita Robles. Aquí no hay ignorancia. Que una indocumentada salga del Consejo de Ministros, exhiba su zurupetismo y lance mensajes apocalípticos sobre instituciones cuya naturaleza y funciones desconoce no es grave. Solo es ridículo, pero como ella no lo nota, adelante. La miga está en los magistrados. ¿Qué sucede aquí, cuál es el misterio? ¿Ha dado Sánchez con unos malvados que gozan violando los principios de aquello que constituye su estructura intelectual? No y mil veces no. Los magistrados que hoy gobiernan, mañana juzgan y pasado mañana Dios dirá, están todos en el ajo de la más perniciosa corriente, de una amenaza principal contra nuestro sistema: el uso alternativo del Derecho. Solo se entenderá la mecánica del cambio de régimen en marcha desde esa teoría y esa práctica, desde la usurpación, desde la arrogancia de quienes creen que a la ley no se la puede dejar sola.

Por eso resulta interesante leer la Tercera de ABC de anteayer, del magistrado discrepante Andrés Ollero, a la luz de las reflexiones que el profesor expuso en 1992 en la pieza «¿Qué podría significar hoy ‘uso alternativo del Derecho’?». Porque el hecho es que así despachaba a los seguidores de Kelsen: «Si los ciudadanos fueran tan inteligentes como para ser positivistas en serio, el Derecho dejaría de funcionar». Sin expertos juristas dispuestos a depositar el Derecho en la razón práctica de este juez, y de ese, y de aquel otro, la ley solo sería ley positiva y no habría manera de hacerle decir lo que no dice.

Juan Carlos Girauta

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