Alarma por los resultados, indiferencia en el día a día

Si piensan que el titular se refiere solamente al terremoto mediático que han provocado los penosos resultados del Informe PISA 2006, están muy confundidos. Yo me quiero referir más bien a cómo la bronca que le ha caído a su hijo de 15 años por los suspensos de su primera evaluación no ha tenido consecuencias ni en la paga ni en sus horarios del inmediato fin de semana. O a todos esos alumnos tan preocupados por la recuperación de una asignatura que se han permitido faltar y romper el ritmo de otras cinco, náufragos de examen en examen. O puede que me refiera al profesorado mismo, tan atentos como estamos a los resultados de la evaluación que muchas veces ni nos molestamos en corregir las tareas para casa ni en supervisar los cuadernos, apuntes o ejercicios de cada día. Si tanto nos importan los resultados, padres, alumnos y profesores deberíamos dejar de lamentarnos y ponernos a la faena de acortar distancias entre el sistema educativo y todas esas otras cosas (trabajo, familia, ocio, etcétera) que llamamos vida.

Cambian las leyes, sí, llámense LOGSE, LODE, LOCE o LOE, y cambian los gobiernos, pero llevo los suficientes años en la enseñanza para constatar que no varían mucho ni los métodos del profesorado ni, sobre todo, la distancia que establecemos hacia los alumnos basada en 'la verdad' que nosotros les vamos administrando. Lo dijo Platón hace ya mucho: la educación no es dar ciencia al alma que no la tiene, como dar vista al ciego, sino orientar la visión de quien, teniendo bien la vista, no mira hacia donde debe; pero todavía no acabamos de entenderlo. En muchos institutos y colegios seguimos empeñados en 'dar' la clase, con todo el protagonismo 'magistral' que ello implica, sin comprender que nuestra tarea no es dar sino sacar (educere: educar, extraer) del alumno la curiosidad por el conocimiento que es consustancial a todo ser humano.

Quizás a ello se refería Andreas Schleicher, responsable de la elaboración del Informe PISA, cuando compareció por videoconferencia ante la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados hace dos años para recomendar, entre otras cosas, el fomento de las tutorías personalizadas y la consolidación de equipos directivos fuertes en los centros escolares. Hasta que no veamos, como en las películas americanas, que el alumno y el profesor se encuentran en un despacho no ya porque hay conflicto, sino porque existe una relación académica personalizada en la que el profesor no sólo conoce el nombre del alumno sino sus circunstancias, aficiones, cualidades y defectos, será muy difícil extraer de él las ganas por aprender que constituyen el centro del sistema. Puede que a eso se refiriera la LOGSE cuando hablaba de un aprendizaje significativo, de la comprensividad, del constructivismo y de interesar al estudiante por su propio proceso de aprendizaje.

Lamentablemente, las buenas intenciones pedagógicas de la época transformaron la reforma educativa en una rebaja generalizada de la importancia del esfuerzo, de la memoria y de los contenidos, efecto pendular respecto a la rigidez franquista del que todavía estamos pagando las consecuencias. Ahora bien, quien de verdad se alarme por el terrible suspenso que la OCDE nos ha puesto en comprensión lectora habrá de reconocer que la afición a la lectura sólo puede inculcarse desde la emoción, la comprensión y el disfrute que el niño encuentra en los libros desde pequeño, algo no tan distinto, quizás, de esa comprensividad de la LOGSE que en su día no supimos aplicar.

Es obvio que para llevar adelante una educación más individualizada hacen falta más recursos económicos, refuerzos educativos, desdobles, flexibilidad horaria, mayor autonomía de centros y toda una serie de consensos legales, políticos y sindicales de los que actualmente estamos muy lejos. Basta ver el rechazo de la mayoría sindical del País Vasco a las retribuciones especiales para tutores que el Gobierno de Vitoria ha negociado con Comisiones Obreras. Mientras domine el igualitarismo a la baja y no aceptemos que no se puede pedir lo mismo ni a los alumnos ni a los profesores -en eso consiste aceptar la diversidad-, pero que los esfuerzos añadidos han de recompensarse tanto a unos como a otros, estamos perdidos. Y en los próximos PISA estaremos aún más cerca de Kirguistán que de Finlandia. Hasta que el trabajo de los profesores no se vea económicamente estimulado no mejorará el sistema educativo. Cuando se gana lo mismo metiendo muchas horas de preparación, correcciones, visitas y seguimiento personal que metiendo las mínimas, la conclusión se hace evidente: sólo los voluntarismos excepcionales nos salvan de la mediocridad.

Si esto ocurre a título individual, si tocamos el tema de los equipos directivos de los centros de la red pública, podríamos entender que bastaría una reconsideración económica de tales cargos y una cierta profesionalización de las tareas directivas para mejorar notablemente el sistema. Ahora nadie quiere pertenecer a un equipo directivo porque la carga laboral es abrumadora y la recompensa ínfima, si no es para acumular puntos para cambiar de destino cuanto antes. Justo lo contrario de lo que recomienda Schleicher. Falla así el complemento imprescindible para apoyar, gestionar y dirigir los equipos docentes: una dirección no únicamente administrativa sino también pedagógica, que dé vida al centro no sólo ocupándose de faltas y sanciones sino promoviendo el uso de los solitarios salones de actos, de exposiciones en donde se muestren con orgullo las tareas realizadas en clase, de fiestas en donde se refuercen los vínculos de la comunidad educativa... ¿Ilusiones? ¿Idealismo platónico? ¿Juvenilismo excesivo? No lo creo. Me considero extremadamente realista: hasta que padres, alumnos y profesores no nos ocupemos exhaustivamente de lo que pasa en clase -de quien tiene el derecho y el deber de tomar la iniciativa didáctica-; en los pasillos -por lo que se refiere a la educación en valores convivenciales-; y en casa -por la implicación familiar en las tareas escolares-, marcando así los temas del debate educativo a todos esos politicastros que mercadean con la educación de sus hijos como si sólo buscaran arrimar el ascua a su sardina, no habrá mejoría en el próximo Informe. Sólo ruido, mucho ruido.

Vicente Carrión Arregui