Albaceas de nuestra historia

En el año 1976 ETA asesinó a 18 personas; en el 77 fueron 11 los muertos a manos de la banda terrorista. En el año 1978, el de la aprobación ampliamente mayoritaria de la Constitución, la organización terrorista ETA asesinó a 68 personas; el siguiente fueron 80; en el año 1980 la cifra llegó al récord dramático de 98. De 18 asesinatos a 98 en cuatro años, justo los más determinantes del periodo histórico que solemos reconocer como la Transición. Si la banda terrorista vasca deseó algo con ahínco inhumano fue el fracaso de la reconciliación de los españoles. Bien sabían que la tarea común de pasar de una dictadura a una democracia marcaba inexorablemente el camino de su fracaso militar, político y moral. ¡Bien lo sabían los más inteligentes! No fueron pocos los que en aquel tiempo renunciaron a la "lucha armada" y tampoco fueron pocos los que iniciaron en aquel azaroso tiempo una denuncia sistemática desde todos los puntos de vista posible de la acción terrorista de ETA.

Albaceas de nuestra historiaAlgunos de aquellos "traidores" terminaron siendo los mejores representantes, los más sagaces, los más influyentes en sus respectivos ámbitos de la España democrática. A esa repulsa les movió con igual fuerza un impulso moral y un análisis racional de la realidad plenamente democrática en la que vivían. Hace unos días ha muerto uno de los periodistas más influyentes en la vida política española que hizo esa evolución digna de reconocimiento y admiración. En mi memoria están algunos fallecidos hace tiempo, como Onaindia, y otros, por suerte vivos, como Teo Uriarte, Iñaki Viar, Jon Juaristi o Javier Elorrieta.

Por contra, otros, a pesar de la derrota moral y política, siguieron en su locura sanguinaria hasta bien entrado el siglo XXI. ETA, durante todos aquellos años, con el paréntesis establecido durante los gobiernos de Aznar, gozó además de la posibilidad de tener "terminales" en las instituciones democráticas. Eran los que justificaban sus asesinatos, sus atentados, sus secuestros y extorsiones. ¡Qué paradójica es la democracia!, pareciendo débil termina por vencer a los enemigos de las sociedades libres.

En esa victoria tuvieron mucho que ver un buen grupo de intelectuales, de periodistas, los dos grandes partidos nacionales, que a pesar de sus mezquindades, y en ocasiones de su estupidez, escribieron dramáticas y brillantes paginas de su historia, defendiendo la democracia española. Capítulo aparte merecen las Fuerzas de Seguridad a las que siempre tendremos que agradecer su tributo en vidas defendiendo la libertad de los españoles y más concretamente de los vascos.

Justamente, lo que ha pervivido después de su derrota policial, política y moral ha sido su expresión partidaria, paradójicamente como un recuerdo imborrable de su derrota. Estos siguen negando tanto la derrota -la visten de mil maneras con la contribución de personajes de muy dudosa catadura- como el contendido delictivo de la pasada acción terrorista. No pierden ocasión de vestir aquellos crímenes con retórica épica y de enaltecer, en las parcelas de libertad que la democracia siempre ofrece, la "lucha" de los terroristas. Hoy son capaces de mostrar un ánimo inquisitorial con cualquier exceso punible de los representantes del Estado, siempre perseguido por la justicia, y pedir la excarcelación de los etarras que hoy en día siguen en las cárceles, acompañados en esta ambivalencia moral por aquellos que son más severos con la democracia que con las dictaduras, más duros con los amantes de la libertad que con los totalitarios; aquellos, y no son pocos, dispuestos a pedir perdón con mas intensidad por los pecados de su enemigo que por los propios.

Como en España no sucede lo que no acontece en otros países, esta expresión política, que no ha reconocido su derrota, ni ha reflexionado críticamente sobre el daño causado, al cabo de muy poco tiempo se ha convertido en protagonista de la vida política española y, además, ese encumbramiento se lo ha facilitado, por necesidades muy coyunturales, uno de los partidos que más heroicamente contribuyó a la derrota de ETA. Hoy deciden, negocian y pactan políticas que nos afectan a todos. En cierta medida -es justo y doloroso reconocerlo-, la política española está en sus manos, y ese papel protagonista sin crítica a su pasado, con la clara voluntad de aprovechar cualquier resquicio para consolidar su leyenda, terminará siendo terreno fértil para que pueda volver a suceder lo que creímos finalizado para siempre. Todo esto era ya muy lamentable, pero otórgales el protagonismo de una dudosa revisión de nuestro pasado roza la caricatura.

Decía Renán que los sufrimientos, las derrotas, unen a los pueblos más que las alegrías y las victorias. Pues bien, sin meditación, sin reflexión, sin causa que veamos los demás, en medio de la Cumbre de la OTAN, evento que ponía al presidente del Gobierno en el escenario mundial, nombramos albacea de nuestro reciente pasado a Bildu. Yo soy más partidario de la historia que de la memoria. Conociendo la historia podemos rectificar, esgrimiendo la memoria y las causas que la provocan siguen vivas. La memoria es inevitable y justamente reivindicativa, subjetiva y combativa, siéndolo en muchas ocasiones con razón; la historia no busca culpables, enumera causas y consecuencias. La historia es un relato continuo e imparable, la memoria se agota en los acontecimientos que recuerda. Pero en cualquiera de los casos no pueden ser administradores de nuestro pasado quienes más contribuyeron a oscurecerlo.

Me hubiera gustado dedicar este artículo a nuestra innegable capacidad para organizar actos que trascienden nuestras fronteras, buen ejemplo ha sido la histórica Cumbre de la OTAN. Sería un buen momento para reseñar que estos días hemos dado un paso más en nuestro compromiso con el mundo libre; un paso en dirección contraria a nuestra tendencia a aislarnos, a una apatía que nos lleva a pensar que lo que sucede fuera de nuestras fronteras no va con nosotros. Habría sido el momento de hablar de nuestro futuro seriamente, con mayúsculas. Pero ha terminado venciendo la política del momento, de la necesidad coyuntural, la carente de grandeza, la que nace del desconocimiento histórico y de la incapacidad política.

Señor presidente, no si volverá a repetir en las próximas elecciones o buscará otros lares para seguir en la vida pública, pero para ambas posibilidades líbrese de lo pequeño, de lo mezquino, del oportunismo. Mire al futuro por encima de los intereses más cercanos, de las necesidades más próximas y de los apoyos más dudosos, y esos se pueden señalar sin problemas: los que terminan siendo más sanchistas que usted y los que políticamente no serían nada sin la carcasa del Gobierno. Hacer ese esfuerzo de clarificación le allanará el camino futuro, decida lo que decida sobre su futuro; pero además, y más importante, nos permitirá a los españoles encarar el futuro con más confianza, con más esperanza en que estos malos tiempos sólo sean el prolegómeno de otros mejores.

Las encrucijadas se presentan en los momentos más insospechados y por cuestiones imprevisibles. Los próximos días tendrá que someter sus acuerdos con EEUU a ratificación por el Gobierno y en lo que corresponda por el Congreso de los Diputados; justamente durante ese debate se establecerá una frontera entre los que miran con valentía el futuro y los que prefieren desatender las obligaciones de la modernización amparados en la política tribal, en el pasado y en la agresividad de las identidades... yo sé ya donde estarán algunos de los apoyos con los que cuenta, desde luego sé que Bildu estará con lo peor de nuestro pasado: el aislacionismo, el guerracivilismo y el nacionalismo incívico, escarbando morbosamente en el pasado para echárselo en cara al adversario político.

Nicolás Redondo Terreros fue dirigente del PSE.

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