Albert Rivera, de vendepeines a objeto de deseo del PP

Si el PP quiere gobernar en Madrid, tanto en el Ayuntamiento como en la Comunidad, tendrá que pactar con Ciudadanos. Es su única opción. En un escenario en el que las mayorías absolutas desaparecen, los dos grandes partidos, que siguen siendo los más votados, tienen que adaptarse a la cultura del pacto. Aunque parezca increíble, el PP optó por una táctica de desprestigio de su mejor posible aliado. A toda prisa, cuando sólo falta mes y medio para las autonómicas y las municipales, Génova ha cambiado el tono hacia Albert Rivera. En la reunión que se celebrará el próximo martes, Rajoy explicará en qué consiste su plan para que no vuelvan a repetirse batacazos como el de Andalucía.

Albert Rivera, de vendepeines a objeto de deseo del PPEl pasado 23 de marzo murió en Jacksonville, a la edad de 78 años, Gary Dahl (http:nyti.ms/1FjpRo). A la mayoría de ustedes ese nombre no les dirá nada. Incluso a muchos norteamericanos tampoco. A veces, como decía Gilbert Keith Chesterton, «el periodismo consiste esencialmente en decir 'lord Jones ha muerto' a gente que no sabía que lord Jones estuviera vivo».

Sin embargo, en este caso, Dahl cobra actualidad por el lanzamiento que le hizo célebre allá por 1975. Se trata del Pet Rock. ¿Y qué es eso? Viajemos por un momento a la California todavía impregnada de los movimientos contraculturales. Estando un buen día tomando copas en un bar de Los Gatos con sus amigos, la conversación derivó hacia el incordio que representa tener un animal doméstico (pet, en inglés). Darles de comer, sacarlos a pasear, llevarlos al veterinario... en fin. Fue entonces cuando al bueno de Gary Dahl (publicitario que se ganaba la vida como reportero freelance) se le ocurrió la idea de convertir una piedra en un bicho de compañía. Y de ahí nació el Pet Rock. Con unos cuantos dólares aportados por sus amigos (probablemente los mismos de aquella noche loca de Los Gatos) se hicieron con un montón de piedras, las introdujeron, acunadas en un nidito de paja, en cajas de cartón con su asa y sus agujeros para respirar incluidos. En el manual de instrucciones que incluía el Pet Rock se advertía que la piedra se sentiría suficientemente reconfortada si, de vez en cuando, se la sacaba de la caja y se la depositaba sobre un periódico usado (para que luego digan que no hace falta papel).

¿Una tontería? Tal vez, pero Dahl consiguió vender más de un millón de Pet Rocks a tres dólares con 95 centavos la pieza. Nuestro hombre no sólo se hizo rico y famoso, sino que hizo popular un término que aún se sigue utilizando: Pet Rock.

Yo nunca había oído hablar de esa expresión hasta que hace unas semanas un dirigente del PP se refirió a Ciudadanos como «un Pet Rock». Y entonces me explicó: «Algo que tiene mucho éxito de repente pero que, en realidad, es una tontería».

Esa era la idea que, en general, se tenía en Génova y en Moncloa del partido de Albert Rivera -«No tienen programa, les faltan cuadros, no tienen estructura...»-. Por sólo mencionar los atributos más amables.

La ceguera de algunos dirigentes del PP llegó al paroxismo durante la campaña andaluza, cuando el delegado del Gobierno, en un mitin, llegó a decir que él no quería que un catalán gobernara en su tierra.

No se trata sólo de una anécdota. Refleja un comportamiento que ha determinado en gran parte el desafecto de votantes del PP que ahora miran al partido con recelo, con desconfianza, y que están dispuestos a votar por Ciudadanos.

Un conocido diputado popular me confesaba hace unos días: «Yo no he sentido una agresividad tan grande hacia nosotros desde los tiempos de la Guerra de Irak. La otra noche, uno en la calle me gritó: 'Me dan ganas de pegarte un tiro'. ¿Por qué nos está pasando esto?».

La política no sólo consiste en obtener unos resultados, aunque los resultados sean muy importantes. El ciudadano necesita percibir que sus representantes se preocupan de sus problemas y que se comportan con cierta ejemplaridad.

Por regla general, el PP ha estado en las antípodas de ese modelo.

Al contrario de lo que piensa la mayoría de sus dirigentes no se les castiga sólo por los recortes y por la corrupción, sino por cómo se han aplicado esas medidas y por la falta de decisiones valientes respecto a los casos de deshonestidad.

El Partido Popular ha gobernado con arrogancia. Es lo peor que se puede hacer cuando la gente lo está pasando mal. El caso de Ana Mato fue un ejemplo de falta de sensibilidad. Se la nombró ministra, se la mantuvo en el cargo pese a los datos que la apuntaban como beneficiaria de la trama Gürtel y, al final, no hubo más remedio que destituirla (tras su mala gestión de la crisis del ébola).

Naturalmente que había que recortar el gasto y reducir el déficit público y que eso ha posibilitado una mejora económica que ahora nadie niega y que no es consecuencia esencialmente de factores externos como la riada de liquidez del BCE o la caída de los precios del petróleo (fenómenos de los que también se benefician Francia o Italia sin que alcancen ni por asomo el crecimiento de España).

Es decir, no es la política económica lo que ha provocado la antipatía de los ciudadanos, sino que en los recortes no se haya tenido en cuenta a los más desfavorecidos.

Un ejemplo de que las cosas se pueden hacer de otra forma es la gestión que está llevando a cabo en el Ministerio de Sanidad Alfonso Alonso. Diálogo con los enfermos de hepatitis C, medidas para atenderlos, y, esta semana, la vuelta a la atención primaria a los inmigrantes sin papeles.

No es extraño que haya sido Alonso quien haya dicho a las claras que hay que acercarse a Ciudadanos, que un pacto es posible con políticas centristas.

Afortunadamente, en Madrid, tanto Esperanza Aguirre como Cristina Cifuentes supieron salirse de la corriente mayoritaria basada en la descalificación y lanzaron desde hace semanas mensajes conciliadores hacia Albert Rivera.

Cifuentes no dudó en mandarle un mensaje el 22-M tras el éxito de Ciudadanos en Andalucía.

«Las dos son inteligentes y con ellas me llevo bien», confiesa Rivera. ¿Un pacto? El dirigente de Ciudadanos no duda en apostar por un acuerdo siempre y cuando no haya ni un solo imputado en un cargo público, se reduzca sustancialmente el número de asesores y se impulse un cambio de la ley electoral, ajustando más la representatividad al número de ciudadanos y, por supuesto, imponiendo por ley las primarias.

En España llamamos vendepeines a los vendedores de Pet Rocks. Si alguien en el PP sigue pensando que Rivera es un vendepeines, lo mejor es que se dedique a otra cosa.

Casimiro García-Abadillo, director de El Mundo.

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