Alcanzar una recuperación china sostenible

Cuando estalló la crisis financiera global de 2008, las exportaciones de China colapsaron, amenazando con pérdidas de empleos monstruosas. En respuesta, China puso en marcha el mayor boom de construcción que alguna vez se haya visto en el mundo, derramando más concreto entre 2011-13 que Estados Unidos en todo el siglo XX.

La inversión total aumentó del 43% al 48% del PIB durante ese período y la deuda total, del 140% en 2008 a más del 200% en 2013, alcanzando el 250% en 2017 cuando los bancos prestaban libremente a los gobiernos locales, a la industria pesada de propiedad del estado y a los desarrolladores de bienes raíces. Los empleos en la construcción aumentaron de 39 millones a 53 millones, y el empleo urbano total siguió creciendo al ritmo anual de 12 millones necesario para absorber la migración de las zonas rurales. El crecimiento anual del PIB cayó sólo ligeramente, del 9,6% en 2008 al 9,2% en 2009.

Hoy, China enfrenta un desafío similar. Al igual que otras economías asiáticas, ha contenido la amenaza del COVID-19 de manera más efectiva que Europa occidental o Estados Unidos; casi todas sus fábricas han vuelto a abrir y las cifras de exportación de abril demuestran un comercio pujante con los vecinos asiáticos. Pero en un contexto en que las economías desarrolladas en Occidente todavía están en un cierre parcial y tal vez sólo se recuperen lentamente, China enfrenta enormes vientos de frente para el crecimiento. La tentación será repetir un estímulo liderado por la construcción.

Ahora bien, el boom de construcción post-2008 tuvo tres efectos adversos.

El primero es la inversión desaprovechada. En 2017, el presidente Xi Jinping declaró que “las casas se construyen para ser habitadas, no por especulación”. Hasta el momento, sin embargo, sus palabras han tenido poco impacto: los dueños de alrededor del 15% de todos los departamentos hoy los tienen como inversión, y muchas veces ni siquiera están conectados a un suministro de electricidad.

En muchas ciudades del interior que enfrentan una futura caída de la población, algunos de estos edificios nunca serán ocupados y, llegado el caso, serán demolidos. Otra infraestructura completada –autopistas y sistemas de desagüe, subterráneos y centros de convenciones- excede igualmente los requerimientos futuros.

El exceso de construcción financiada con deuda, a su vez, ha amenazado la estabilidad del sistema bancario oficial y paralelo –un problema que el Banco Popular de China (el banco central) y el regulador bancario han intentado resolver en los últimos cinco años.

Finalmente, el boom de la construcción, basado en una producción de acero y cemento de alto consumo de carbono, llevó las emisiones de CO2 de China de 7,4 gigatoneladas en 2008 a 9,8 gigatoneladas en 2017, convirtiendo al país en el mayor emisor del mundo. Esto obviamente atenta contra la visión del gobierno de que China es una economía limpia y una “civilización ecológica”.

En resumen, el estímulo de 2009, si bien fue necesario en ese momento, era financiera y ambientalmente insostenible. China necesita una mejor recuperación de la crisis económica actual.

En términos ideales, una mejor recuperación debería implicar un fuerte crecimiento del consumo y una reducción de la tasa de inversión excesivamente alta de China. Pero las consecuencias del COVID-19 hacen que esto resulte difícil en el corto plazo. Es mucho más sencillo mantener el distanciamiento social en un predio de construcción que en un restaurante y, aún si se relajan las restricciones vinculadas a la salud, los consumidores quizá tengan reparo con los entornos donde la convivencia es densa.

Las últimas cifras demuestran que las ventas de bienes raíces y la actividad de construcción están rebotando a pasos mucho más acelerados que los servicios al consumidor y el comercio minorista. La inversión en infraestructura de los gobiernos locales, financiada por bonos de propósito especial, ya está aumentando marcadamente.

Sin embargo, dos episodios importantes desde 2009 deberían hacer que el gobierno chino sea cauteloso con el estímulo de la inversión tradicional. La urbanización está mucho más avanzada: el 61% de la gente hoy vive en áreas urbanas oficialmente designadas, con respecto al 48% en 2009, y muchos residentes “rurales” también viven en ciudades de un tamaño significativo.

En el lapso de diez años, China alcanzará niveles de urbanización de economías avanzadas. A menos que modere la inversión en vivienda e infraestructura urbana pronto, quedará con enormes activos desaprovechados y un exceso de capacidad importante en la industria pesada. Las estimaciones de la Comisión de Transiciones Energéticas demuestran que la demanda doméstica de acero y cemento podría caer el 30% y más del 60% respectivamente en los próximos 30 años.

Por otra parte, la población de China alcanzará un pico a mediados de los años 2020 y la población en edad laboral probablemente caiga el 20% entre hoy y 2050. La cantidad de personas de 20-30 años caerá 22 millones (el 12%) en los próximos diez años. En el corto plazo, China necesita garantizar una creación de empleos adecuada frente a la crisis cíclica de hoy. Pero el desafío de mediano plazo de China es aumentar la prosperidad a pesar de la fuerza laboral menguante, lo que le exigirá acelerar la automatización y el crecimiento de la productividad.

Los líderes nacionales y provinciales chinos, por lo tanto, hacen hincapié correctamente en la necesidad de “nuevas” formas de inversión en infraestructura, con un foco en la tecnología de la automatización, la inteligencia artificial y la instalación de 5G. Pero deberían ser realistas respecto de cuánto estímulo inmediato y cuánta generación de empleos esto puede ofrecer.

La innovación hace que el costo de la tecnología de la información y de las comunicaciones (tanto hardware como software) siga cayendo en relación a otros bienes y servicios. Como resultado de ello, el plan de China de construir cerca de 700.000 estaciones base de 5G en 2020 requerirá sólo unos 200.000 millones de yuanes (28,200 millones de dólares) de inversión, comparado con una inversión anual en infraestructura tradicional de unos 20 billones de dólares. De manera que, un incremento del 1% en inversión en infraestructura tradicional ofrecería tanto estímulo de corto plazo como duplicar la inversión en 5G, pero le sumaría mucho menos valor a la economía de China en el largo plazo.

China debe lograr el equilibrio adecuado entre mantener el crecimiento de corto plazo y sentar las bases para un crecimiento futuro. Acelerar el progreso hacia una economía de bajo consumo de carbono sería una buena manera de hacerlo. Aún aquí, la inversión tiene que ser pequeña en comparación con el gasto potencialmente desperdiciado en bienes raíces e infraestructura tradicional. Duplicar el ritmo de la inversión eólica y solar costaría menos del 1% del PIB.

Combinado con inversión adicional en transmisión de electricidad de voltaje ultra alto (UHV por su sigla en inglés), redes de suministro eléctrico y múltiples formas de almacenamiento de energía, e infraestructura de carga para respaldar la electrificación del transporte terrestre, el incremento en el gasto para alcanzar una economía de bajo consumo de carbono podría compensar significativamente la caída en la demanda de exportaciones. Como con la inversión “tradicional”, la existencia de regulaciones de construcción más estrictas podría garantizar que China construyera ciudades más eficientes en materia de consumo de energía en lugar de derramar cada vez más concreto.

China podría recuperarse con la misma fortaleza del COVID-19 como lo hizo de la crisis de 2008, pero de una manera mucho más sustentable. Para hacerlo, deber resistir la tentación de utilizar sus herramientas de estímulo tradicionales y concretar su propia visión de su economía futura.

Adair Turner, Chair of the Energy Transitions Commission, was Chair of the UK Financial Services Authority from 2008 to 2012. His latest book is Between Debt and the Devil.

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