Alejar a Europa del borde del abismo

En 2007, Estados Unidos sufrió una crisis financiera grave y muy contagiosa. Ocho años después, finalmente se está recuperando de forma convincente, tanto así que el mes pasado su Reserva Federal subió la tasa de interés base por primera vez en casi una década. Sin embargo, Europa sigue en malas condiciones. No solamente por no haberse recuperado de su crisis posterior a 2008; acosada por varias crisis que se multiplican, parece a punto de coger una neumonía.

La mejor defensa contra los patógenos es un sistema inmune fuerte, del que en la actualidad Europa carece, en forma de líderes políticos que den una visión inspiradora y de futuro a sus pueblos. Los niveles de desencanto político han llegado a niveles que no se veían desde los oscuros años 30, y el riesgo de que el continente sucumba a las fuerzas destructivas del populismo es mayor que nunca.

Pero es demasiado pronto para abandonar las esperanzas; por el contrario, Europa está en una buena posición para tener éxito en el largo plazo. Y para ello, su clase política debe ampliar su perspectiva en lugar de enfrentar una crisis tras otra a medida que van surgiendo, logrando prever y abordar los retos e inspirando una vez más a sus pueblos.

¿Es esto demasiado pedir? La historia nos responde con un categórico no. Hace seis décadas, cuando su economía se recuperaba de la destrucción causada por la Segunda Guerra Mundial, los líderes europeos alzaron la mirada por sobre las dificultades cotidianas para dar forma a un futuro más esperanzador que se apoyara en la integración europea. Hoy se necesita esa misma visión preclara, y la Unión Europea, con su inigualable habilidad para facilitar la cooperación regional, seguirá siendo un actor esencial.

Por supuesto, hay algunas diferencias clave entre las circunstancias que llevaron a la creación de la UE y las que hoy enfrentan los líderes europeos. La más notable es que gracias a la UE, gran parte de los europeos no han tenido que sufrir la guerra ni condiciones absolutas de privación económica. Ahora que la demagogia no está limitada por el recuerdo de sus experiencias vitales, muchos europeos son mucho más vulnerables a quienes siembran temores y ofrecen falsas promesas, lo que se puede advertir en la creciente influencia de narrativas nacionalistas y movimientos populistas. Peor aún, frente a la erosión de su base de votantes, muchos partidos tradicionales están intentando adaptarse a estas fuerzas destructivas, fustigando ellos mismos a la UE.

Claramente, la UE precisa de nuevos ímpetus que reflejen los retos y oportunidades del siglo veintiuno. Pero será casi imposible hacerlo (e inspirar a las personas con ello) si ella misma y los gobiernos de sus estados miembros no logran controlar las crisis que hoy les amenazan. Por eso es tan urgente que Europa ponga orden de una buena vez a su situación económica.

No será rápido ni fácil hacerlo, no en menor lugar porque nos exigirá abordar los muchos problemas que por años se han barrido bajo la alfombra, como proyectos a medio acabar cuya implementación se le endilgó a la UE. El ejemplo más claro es la unión económica y monetaria parcial que ha existido cerca de veinte años, y que hoy debe hacerse plena para que pueda tener éxito y dar resultados.

Es hora de que los líderes de la UE rompan el hábito de décadas de impulsar proyectos a medio cocer que apenas alivian los síntomas de las crisis, e implementar reformas reales que aborden sus causas raíz. La solidaridad al interior de Europa sólo se puede recuperar con un enfoque nuevo y avances tangibles.

Mi llamado a renovar el compromiso con la UE no viene de ningún estribillo federalista. Soy el primero en subrayar que los actores políticos de todos los niveles tienen un papel que desarrollar en Europa, en la medida que sean capaces de poner en práctica políticas de manera eficiente. Y también reconozco que es necesario reformar las instituciones de la UE para que hagan frente a la situación con altura de miras, en lugar de centrarse sólo en los detalles.

No obstante, la UE y sus instituciones siguen siendo parte integral de las iniciativas para dar respuesta a retos que exigen un frente unido, como los que Europa enfrenta en la actualidad.

Para que los líderes europeos puedan realmente inspirar a sus pueblos a construir un futuro en común, es necesario que demuestren que comprenden lo que éste nos depara y cómo sacarle el máximo partido. Deben comenzar por flexibilizar sus actitudes y comprometerse a trabajar en conjunto para hacer frente con decisión a las crisis actuales y futuras.

Si bien no podemos saber con certeza lo que nos depara el futuro en los próximos 10 a 20 años, tenemos unas cuantas pistas importantes. Por una parte, la Cuarta Revolución Industrial promete transformar nuestras economías y sociedades de maneras fundamentales. También están en juego muchos otros retos trasnacionales, como abordar las causas de origen de la crisis de refugiados de Oriente Próximo o implementar el acuerdo al que se llegó en París el mes pasado para mitigar el cambio climático.

Sería irónico si los europeos, cegados por promesas ilusorias de prosperidad y felicidad dentro de sus respectivas fronteras nacionales, tiraran por la borda 60 años de profunda cooperación cuando más se la necesita. Por supuesto, el nacionalismo autodestructivo no tiene nada de nuevo, pero por lo general los líderes se las han arreglado para no caer en la tentación. La clave para Europa será proponer una visión coherente y atractiva que justifique la necesidad de que cooperemos en las décadas que se avecinan.

Martin Schulz is President of the European Parliament. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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