Alemania debe pagar por sus crímenes de guerra en Polonia

Angela Merkel con Morawiecki en su primera visita al campo de concentración de Auschwitz, en 2019. Reuters
Angela Merkel con Morawiecki en su primera visita al campo de concentración de Auschwitz, en 2019. Reuters

Hay crímenes que ni se perdonan, ni se olvidan por completo. El paso del tiempo no exime al perpetrador de la obligación de indemnizar a la víctima, a pesar de la dificultad de calcular los costes de los crímenes.

Tengo la sensación de que no todos los ciudadanos de los países de Europa Occidental comprenden bien la escala del drama que la Segunda Guerra Mundial representó para Polonia. Desde la perspectiva del oeste, puede que el conflicto se vea, en esencia, como una serie de batallas, movimientos militares y decisiones políticas.

Pero para nosotros es, ante todo, una larga retahíla de crímenes, atrocidades y oportunidades de desarrollo perdidas.

Desde su inicio, la Segunda Guerra Mundial fue planificada como un crimen a sangre fría destinado a aniquilar naciones enteras. Trajo muerte y destrucción en todas partes. Pero en Europa del Este fue cien veces peor que en Francia, Bélgica, los Países Bajos o Dinamarca.

Hoy cuesta imaginar que, hace sólo tres generaciones, la Alemania nazi negó el derecho a la vida de los polacos, clasificándonos como una nación esclava en la que realizar con impunidad terribles crímenes y experimentos.

Los prejuicios raciales, el sentido de superioridad y las ambiciones coloniales del Tercer Reich condujeron a la mayor tragedia en la historia de mi país, acabando con las posibilidades y esperanzas de toda la nación polaca. Polonia sigue lidiando todavía hoy con las consecuencias de la guerra, y seguirá lidiando con ello mucho tiempo después de que hayan fallecido los últimos testigos presenciales de este pasaje inhumano.

Según el Generalplan Ost alemán, la mayoría de los polacos debían ser exterminados y la parte restante convertida en esclavos destinados a trabajos forzosos. Este plan genocida se implantó desde el primer día de la Segunda Guerra Mundial.

Las primeras bombas, que cayeron en Polonia el 1 de septiembre de 1939 a las 4:40 de la madrugada, no estaban dirigidas a las instalaciones militares, sino al hospital y los edificios residenciales de la indefensa ciudad de Wieluń. Los alemanes lanzaron 380 bombas de un peso total de 46 toneladas sobre una ciudad tranquila y dormida.

Fue una matanza sádica y aterradora.

Ya en los primeros días, la Wehrmacht, junto a las unidades auxiliares compuestas por civiles alemanes, quemó vivos a niños y mujeres indefensos.

Kazimiera Kostewicz llora el cadáver de su hermana Anna. Julien Bryan Institute of National Remembrance

En una famosa foto de septiembre de 1939, el fotógrafo estadounidense Julien Bryan captó la imagen de una niña de 12 años, Kazimiera Kostewicz, llorando frente al cuerpo de su hermana pequeña Anna, acribillada por un soldado alemán.

Su llanto mudo fue el de uno de los millones de niños polacos que se quedaron solos llorando a sus padres, hermanos y amigos, al tiempo que millones de padres lloraban la muerte de sus hijos.

Fue una matanza infernal. Una que los alemanes llevaron a cabo, en gran medida, contra civiles inocentes.

La realidad polaca durante la ocupación incluye crímenes constantes, saqueos de propiedades polacas y el robo de más de 500.000 pinturas, esculturas y otras obras de arte. En algún lugar de alguna casa señorial alemana desconocida cuelga todavía el Retrato de joven de Rafael.

Durante el cautiverio alemán se redujeron ciudades enteras a ruinas, se vivió una realidad de destrucción de edificios culturales y religiosos, de redadas en las calles, de ejecuciones públicas, de experimentos médicos con prisioneros y de secuestro masivo de niños (al menos 200.000) para proceder a su germanización en el corazón del Reich.

El epítome de esta realidad fue la construcción de una terrible máquina de muerte en suelo polaco: los campos de concentración.

Los actos de violencia homicida fueron cuidadosamente planificados y tenían sus propios nombres. Intelligenzaktion, SonderaktionAußerordentliche, Befriedungsaktion. Fueron operaciones organizadas y dirigidas por los alemanes contra la élite de la nación polaca.

En una sola operación llamada Tannenberg, durante los primeros meses de la guerra, los alemanes asesinaron a unos 55.000 ciudadanos polacos. Entre ellos se encontraban funcionarios de todos los niveles, activistas locales, profesores, policías y representantes de muchas otras profesiones fundamentales para el funcionamiento del Estado. Durante seis años, más de 5,2 millones de ciudadanos de mi país fueron asesinados y la población disminuyó en unos doce millones de personas.

Al final de la guerra, Polonia se encontró con una economía completamente arruinada, con industrias destruidas y con ciudades arrasadas.

¿Qué pasó con los que lideraron el terror en Polonia durante todo este tiempo?

Muchos de ellos se convirtieron en élites locales, vivieron en prosperidad y eludieron la responsabilidad de sus crímenes.

Por ejemplo, Heinz Reinefahrt, uno de los verdugos del Levantamiento de Varsovia, se convirtió después de la guerra en alcalde de la ciudad de Westerland, en la famosa isla de Sylt, para luego formar parte del Parlamento estatal en Schleswig-Holstein.

Reinefarth es sólo uno de los innumerables ejemplos de lo ocurrido tras la Segunda Guerra Mundial, de esa gran injusticia. La guerra más sangrienta de la historia mundial jamás se resolvió.

Es por eso por lo que desde el Gobierno polaco estamos exigiendo reparaciones y la compensación por los crímenes alemanes contra nuestra nación nuestros ciudadanos. Crímenes que no pueden ser simplemente olvidados.

Con la justicia y el buen nombre de las víctimas en el corazón hemos preparado un informe sobre las pérdidas sufridas por Polonia como resultado de la agresión y la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial entre los años 1939 y 1945.

Este informe, de tres volúmenes, es el resultado de más de cuatro años de trabajo de un equipo de expertos especialmente designado, y la factura de un futuro robado.

La lección que debemos aprender de la Segunda Guerra Mundial es que los crímenes olvidados, no registrados, no juzgados e impunes sirven como preludio de los siguientes.

Hoy, con Europa entera por testigo, las tropas rusas están cometiendo crímenes de guerra en suelo ucraniano.

Los bárbaros modernos deben saber que no pueden escapar de sus crímenes de genocidio, destrucción y saqueo. Deben ser conscientes de que la justicia, inevitablemente, los alcanzará.

Durante muchos años, Alemania sostuvo que el asunto de las reparaciones de guerra se había resuelto. No obstante, Alemania tomó la decisión reciente de indemnizar a los grupos étnicos herero y nama por el genocidio en Namibia, cometido hace más de un siglo.

Después de casi cincuenta años, Alemania también ha acordado pagar indemnizaciones a las familias de las víctimas de los ataques terroristas contra deportistas israelíes durante los Juegos Olímpicos de Múnich.

No importa que hayan pasado diez, cincuenta o cien años. Lo importante es cuantificar y reparar los daños causados por esos crímenes. Cualquier debate sobre las reparaciones debe tener en cuenta estos gestos por parte de las autoridades alemanas.

Las víctimas de la maquinaria totalitaria alemana no sólo merecen el mismo respeto y memoria que las víctimas del colonialismo y del terrorismo. La magnitud de los daños que se produjeron en Polonia entre 1939 y 1945 es inmensa, y la reparación de las pérdidas debe ser un proceso continuo que abarque varios años.

Desde que acabó la Segunda Guerra Mundial, cada año nos unimos a la voz del "nunca más". Pero la compensación para la nación polaca sigue sin hacerse realidad. En un sentido existencial, estas pérdidas no pueden ser cuantificadas ni compensadas. A fin de cuentas, ¿quién puede calcular el precio de la vida humana?

Sin embargo, existe la responsabilidad de las sociedades y de los Estados, y esa responsabilidad puede ser medida y cuantificada. Creemos que asumir la responsabilidad por los agravios cometidos es la base para construir un futuro común entre nuestras naciones.

Es imposible mirar hacia el futuro sin una honesta mirada hacia el pasado.

Debemos y queremos ir más allá, y el único camino que nos lleva hacia adelante es el camino de la verdad. Espero que de esta manera consigamos cerrar uno de los capítulos más oscuros de la historia de Polonia, de Europa y del mundo.

Mateusz Morawiecki es el primer ministro de la República de Polonia.

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