Alemania-Estados Unidos, una nueva relación

Por Michael Däumer. Director de la Fundación Konrad Adenauer, Madrid (ABC, 24/01/06):

DESPUÉS de la reunificación, Helmut Kohl había apostado por la continuidad en la política alemana de relaciones exteriores, defensa y seguridad, dando prioridad a la unificación europea y la cooperación transatlántica. Con la formación de la coalición rojiverde en 1998, encabezada por Schröder, la política exterior alemana empezó a tener una nueva «conciencia de sí misma». Schröder dio carpetazo a la «diplomacia de chequera» de Kohl, que, como ocurrió con la liberación de Kuwait, descartaba una posible implicación activa de las tropas alemanas a cambio de dinero, e impuso la participación de Alemania en las intervenciones militares de paz. Esta nueva línea política estaba basada en el convencimiento de que la Alemania unificada también era más independiente de Estados Unidos en materia de política exterior.

La fecha del 11 de septiembre de 2001 trajo consigo un cambio radical en el ámbito de la seguridad, y no sólo para EE.UU., sino también para sus aliados transatlánticos. Bajo la impresión producida por los atentados terroristas, Schröder anunció la «ilimitada» solidaridad de los alemanes con los estadounidenses. Desde que se eliminó el régimen talibán de Kabul, el Ejército alemán está presente en el Hindu-Kush con el mayor contingente de paz aliado, defendiendo también allí intereses de seguridad alemanes.

La crisis de Irak de otoño de 2002 llegó en el peor momento para Alemania. Tras cuatro años de coalición rojiverde, el país iba a celebrar elecciones al Parlamento. A pesar de que la promesa de Schröder de no participar en una guerra contra Sadam Husein era claramente populista, proporcionó a la tambaleante coalición de Berlín la mayoría necesaria para seguir gobernando. Aunque, eso sí, a un precio muy alto: las relaciones entre Washington y Berlín se enfriaron de manera palpable. También fueron fatales las consecuencias en la UE, que, según la forma de verlo de Estados Unidos, se estaba escindiendo en una «vieja» y una «nueva» Europa. Las estructuras de seguridad y los mecanismos de coordinación de la ONU, la OTAN y la UE, que hasta ahora se habían mostrado eficaces, parecían venirse abajo. La alianza contra la guerra integrada por Alemania, Francia y Rusia funcionaba como contrapeso en el marco de las relaciones transatlánticas.

La toma de posesión de Angela Merkel como nueva canciller alemana ha puesto en marcha un claro cambio de actitud. La coalición considera irrenunciable una «estrecha relación de confianza entre Estados Unidos y una Europa consciente de su verdadero papel que no se conciba a sí misma como contrapeso, sino como socio». Angela Merkel fundamenta las relaciones transatlánticas sobre la acreditada base de los valores e intereses comunes. En este contexto nada ha cambiado a lo largo de las pasadas décadas. Con todo, Merkel no desea una relación transatlántica al estilo de la existente antes de la reunificación, tal y como se ha venido practicando hasta el año 1998. Alemania ha cambiado tras la unificación. El nuevo perfil de cometidos del Ejército, introducido bajo el Gobierno de Schröder, era bastante consecuente, ya que, en calidad de democracia estable y fuerza económica líder, Alemania tenía que asumir un compromiso internacional especial. Ahora bien, el modo en que Schröder concebía su propio papel no se correspondía con sus actuaciones concretas en materia de política exterior. La nueva canciller no tiene el menor interés en continuar con esa línea política, que tanta porcelana transatlántica ha destrozado. Angela Merkel tiene un estilo diferente cuyos rasgos distintivos son la honradez, la fiabilidad, la eficacia y la transparencia. Y en este contexto, también desempeña un papel importante lo que su personaje representa en el ámbito personal. Merkel encarna a una nueva generación de políticos. Criada en Alemania del Este, se vio obligada a adaptarse a unas condiciones de vida enteramente nuevas. Es la representante de una Alemania unida que amalgama las diferentes experiencias políticas y sociales del Este y el Oeste. Merkel ha logrado fusionar en sí misma estas dos vertientes.

La primera visita de Angela Merkel a Washington irradia mucho más que mera fuerza simbólica. También ha supuesto una prueba importante para su estilo político propio. Como preludio a esta visita, la Canciller criticó la existencia de los controvertidos campos de prisioneros de Guantánamo. Su crítica se basa en la comprensión de que es inútil pretender que no haya diferencias de opinión entre Estados Unidos y Alemania. Ahora bien, el trato recíproco ha de inscribirse en el marco del «diálogo propio de socios que cooperan con espíritu amistoso».

La mejora del clima transatlántico traerá consigo también la reactivación del proceso de integración europeo. La polémica surgida a la hora de definir el camino adecuado para luchar contra el terrorismo internacional había dividido Europa y, por ende, también había frenado el proceso de integración. Angela Merkel quiere una Europa fuerte y consciente de sus propias posibilidades, que hable con una sola voz. En este sentido ha sido muy satisfactorio constatar cómo esta vez la Unión Europea ha definido y aprobado de manera conjunta su posición en el litigio nuclear con Irán. Para el nuevo Gobierno alemán ése es el camino a seguir si se quiere consolidar la UE. La cooperación armoniosa entre Europa y Estados Unidos crea un clima de confianza recíproca. Angela Merkel sabe de sobra que la fiabilidad y la previsibilidad constituyen la base sobre la que cimentar un diálogo de igual a igual en el que impere la confianza. Por eso, durante su mandato seguirá fiel a este estilo tanto dentro como fuera del país. «La unión hace la fuerza» y Angela Merkel será fiel a esta máxima a fin de convertir Alemania y Europa en socios fuertes y conscientes de sus propias posibilidades.