Alemania, Europa y la salida de la crisis

La victoria de Ángela Merkel en las elecciones alemanas ha ratificado la tendencia que se había puesto de manifiesto durante los pasados comicios europeos. Una mayoría de los votantes alemanes y europeos considera que el centro-derecha gestiona mejor la economía en la crisis y entiende que las soluciones no pasan por un aumento de la carga fiscal del Estado. El temor a que ahora, tras los salvamentos in extremis de las instituciones financieras y las inyecciones de dinero público en empresas y sectores con dificultades, el Estado intente reducir la expansión del déficit público con subidas de impuestos y reparta la factura entre los sufridos ciudadanos, ha pesado más que el populismo de los partidos de izquierda, cuyos cantos de sirena no han dudado en proclamar la necesidad de cambios más profundos del sistema. Resultó victoriosa la Canciller y triunfó sobre todo el partido con más propuestas reformistas, el FDP de Guido Westerwelle, mientras el partido socialdemócrata, el más antiguo de Alemania, sufría el mayor descalabro de su historia. En paralelo, se ha producido la consolidación del Partido de la Izquierda, que se perfila como la auténtica oposición; los Verdes, que se mantienen; a la vez que emerge un nuevo partido libertario y heterodoxo, el Partido de los Piratas, que ha hecho de la ilimitada libertad en Internet una bandera cada vez más atractiva para los nuevos grupos sociales.

Son todos datos que tienen un significado preciso. Muestran el cambio estructural que se ha producido en las sociedades occidentales y que cada vez gana más terreno en su reflejo electoral. La fragmentación del espectro político en cinco partidos es el espejo de la fragmentación creciente del espacio público y el final de los grandes partidos de masas que surgieron a principios del siglo pasado y fueron refundados, adquiriendo sus líneas definitorias, después de la Segunda Guerra Mundial. El potencial de protesta y de desapego de los electores respecto de partidos tradicionales no ha dejado de aumentar. El impulso electoral a un partido como la Izquierda, que ha dejado de ser un simple receptor de los votos desengañados de los alemanes del Este para convertirse en un coaligado indispensable para los socialdemócratas si no quieren dejar de ser partido de gobierno, es un buen ejemplo de la nueva sensibilidad política. El Partido de la Izquierda moderará su discurso para poder ser aceptable por mayorías más amplias, pero si la socialdemocracia se acerca demasiado a este nuevo competidor, acabará siendo reducido a una posición testimonial. Como consecuencia de los resultados, parecen dibujarse dos frentes, el centro derecha de cristiano-demócratas y liberales, situado ante dos partidos de izquierda moderada y radical, junto al partido de los Verdes que puede jugar la función de hacedor de reyes que antes le cupo a los liberales, inclinando la balanza hacia uno u otro lado. Un espectro más ideologizado que el actual, que antes o después planteará abiertamente la cuestión que la crisis ha abierto en canal, la pregunta sobre el papel del Estado y la regulación, el interrogante sobre el sesgo futuro del capitalismo.
Si algo llama la atención de las campañas alemanas comparadas con sus homónimas españolas es la transparencia con la cual se tratan los temas que importan a los ciudadanos: junto a la crisis económica y la reducción del déficit público, convertidos ya en clichés mil veces repetidos, la prioridad han sido la educación, el problema estructural del envejecimiento de la población y la necesidad de políticas de familia que equilibren la pirámide social, si es necesario favoreciendo la entrada de inmigrantes, la cuestión de una integración exitosa de los extranjeros para impedir que se deshilvane el tejido social, también la propuesta programática de aplazar el parón nuclear comprometido en su día por gobiernos del SPD, energía nuclear que garantiza el 25% de las necesidades energéticas alemanas, o el debate sobre las intervenciones en el extranjero de un Ejército que hasta hace muy poco tenía vedada cualquier salida exterior. En este contexto, no deja de resultar sorprendente que Ángela Merkel haya propuesto la vuelta a la conscripción militar obligatoria, como única alternativa para hacer frente al aumento de las responsabilidades de las tropas, o que se frague progresivamente un consenso en torno a una reforma radical del sistema impositivo. Las campañas electorales alemanas no tienen reparo en hacer que los votantes reflexionen sobre cuestiones como el Islam en la escuela, las consecuencias ambiguas que las políticas de igualdad de género están ocasionando, o el papel inexcusable de la religión en la sociedad. Y todo ello en una campaña que se ha considerado generalmente como aburrida.
La reforma del sistema político corre pareja a la de la economía. Desde hace casi una década las empresas alemanas han ido llevando a cabo la restructuración que la crisis ha convertido en urgente, poniendo énfasis particular en las tres grandes e ineludibles herramientas: educación y formación, innovación, competitividad. Ante la dura concurrencia de los países emergentes y las economías asiáticas, la respuesta de las empresas alemanas ha sido la de la calidad tecnológica, la estrecha vinculación entre la universidad y la empresa, y el énfasis en la formación profesional. Gracias a ello, aún en la crisis, las empresas alemanas han seguido siendo líderes en las exportaciones, garantizando con ello una saneada balanza comercial. No deja de ser significativo que una mayoría de electores haya comprendido que el objetivo es contar con una política fiscal que fomente la productividad y la innovación para poder ser competitivos a nivel internacional. Obviamente queda mucho por hacer para reducir la burocracia y un Estado agigantado, y ampliar los ámbitos de libertad social de los ciudadanos. Pero como primera medida de cara a su programa de coalición, democristianos y liberales abogan por una rebaja de los impuestos de sucesiones y actividades económicas, así como una reducción de los impuestos que gravan las rentas del trabajo de los asalariados. El objetivo ahora no puede ser otro que fomentar el empleo sin aumentar la deuda.

El triunfo de cristiano-demócratas y liberales da esperanzas de que la salida de la crisis en Europa se realice aprovechando las oportunidades que ésta, paradójicamente, ofrece. Es el momento de proceder a una revisión en profundidad de concepciones que han resultado obsoletas con el paso del tiempo. La opinión cada vez más extendida entre la población alemana de que una reforma a fondo del sistema impositivo es absolutamente necesario, o de que el futuro se juega en la cohesión y la integración social, en el apoyo a las unidades familiares, en las nuevas energías, lo que incluye no sólo las energías renovables, sino también la nuclear y las derivadas del desarrollo tecnológico, avalan la gran oportunidad del reformismo.

También la Unión Europea y el resto de los países europeos tienen ante sí una coyuntura decisiva. España en primer término, pues es en nuestro país donde las consecuencias de la crisis pueden ser más devastadoras en términos de empleo y generación de riqueza. Si algo ha puesto de manifiesto la crisis, es que no hay alternativa fuera de la Unión. En momentos de debilidad económica, el paraguas de la moneda única y la estabilidad del marco del mercado único, han sido garantes de que no se produjeran situaciones límite para algunos países. La puesta en marcha del Tratado de Lisboa debería despejar definitivamente los obstáculos a la reforma institucional, de manera que la Comisión, el Consejo y el Parlamento Europeo, junto con los Gobiernos nacionales, puedan generar un programa de reformas que vuelva a situar a Europa en los lugares del liderazgo que no ha dejado de perder en la última década. Los primeros y ambiciosos pasos en política exterior del presidente norteamericano muestran que es ineludible una posición fuerte de la Unión Europea, capaz de revigorizar la unidad transatlántica y jugar un papel crucial, junto con las potencias emergentes, en los nuevos diseños de la gobernanza global.

José María Beneyto, catedrático de Derecho y abogado.