Tras el rechazo por parte del parlamento de Chipre del rescate propuesto por el Eurogrupo el 16 de marzo, que incluía un impuesto sobre los depósitos, las instituciones europeas han lanzado un órdago a Chipre. Si el gobierno de Nicosia no es capaz de obtener de algún modo los 5.800 millones de euros necesarios para completar los 10.000 millones que el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) están dispuestos a prestarle, el Banco Central Europeo (BCE) dejará de proveer de liquidez a los bancos chipriotas el martes 26, forzando así su quiebra y abriendo la puerta a la salida de Chipre del euro (con sus bancos quebrados y sin euros frescos provenientes del BCE, la economía chipriota se transformaría rápidamente en una economía de trueque, lo que obligaría al país a emitir una nueva moneda y, seguidamente, a declarar un default sobre su deuda pública).
En los tratados europeos no existe ningún procedimiento para que un país abandone el euro, y además, en teoría, una salida de la moneda única obligaría también al país a abandonar la UE. Sin embargo, estas cuestiones legales quedarían en un segundo plano ante la debacle económica que sufriría Chipre, que además podría contagiarse a otros países.
Resulta llamativo lo duras que se están mostrando las instituciones europeas (o mejor dicho, Alemania) con Chipre, especialmente si se compara su actitud con la que ha tenido con otros países rescatados. La propuesta inicial que incluía el bail in de los ahorradores era durísima (imponía una quita a los depósitos asegurados, algo insólito en la UE). Y una vez que esta propuesta fue rechazada, en vez de flexibilizar su postura, el Eurogrupo simplemente han pedido a Chipre que explique cómo piensa conseguir el dinero, mientras el BCE amenaza con sacar al país de facto del euro. Al fin y al cabo, parecen decir las instituciones comunitarias, Chipre es un país soberano que puede decidir libremente sobre su futuro (mantenerse en el euro bajo las condiciones establecidas, aunque estas sean durísimas, o abandonarlo, recuperar su soberanía monetaria e intentar salir del pozo), pero que no puede chantajear a la UE, especialmente porque sus relaciones con Rusia disgustan profundamente a Alemania y a sus vecinos del norte de Europa.
De hecho, teniendo en cuenta el poco efecto contagio que por el momento está habiendo, pareciera como si Alemania estuviera deseando secretamente que Chipre abandonara el euro para poder comprobar si la moneda única puede sobrevivir sin uno de sus Estados miembros (algo que, por supuesto, no está asegurado). De hecho, no es un secreto que Alemania hubiera preferido un euro con menos países y tampoco ha ocultado su incomodidad al ser percibida como quien fuerza políticas de austeridad y reformas en los países del sur. Incluso titubeó durante el año pasado con forzar la salida de Grecia manteniendo una postura inflexible como la que ahora muestra con Chipre, que finalmente optó por relajar ante el temor al contagio. En definitiva, Alemania y sus socios del norte sueñan con una zona euro más pequeña (que nadie sabe a ciencia cierta si incluiría o no a España y que probablemente no incluiría a Italia, país del que cada vez se fían menos), compuesta de países con economías similares donde no haya necesidad de apretar las tuercas a nadie porque las divergencias en productividad, y por tanto los desequilibrios macroeconómicos, no serían considerables.
Y pareciera como si el descalabro chipriota les hubiera puesto sobre la mesa la oportunidad de poner este sueño en práctica. Chipre es el país más pequeño de la Unión Monetaria, con un PIB que asciende al 0,2% de la Unión. Por tanto, es el país idóneo para este experimento. Y además, desde el punto de vista alemán, más que forzar su salida, lo que la UE estaría haciendo es permitir que Chipre decida sobre su futuro, por lo que no se podría acusar a Alemania de tener una estrategia imperial.
El problema es que nadie puede predecir qué consecuencias tendría la salida de Chipre sobre el conjunto de la unión monetaria; es decir, nadie sabe si el sueño alemán puede transformarse rápidamente en pesadilla. Podría producirse un efecto contagio que destruyera la moneda única, en cuyo caso Alemania experimentaría enormes pérdidas, pero también podría ser que no pasara nada, con lo que Alemania comenzaría a negociar más duramente con Grecia, que sería el siguiente candidato para ser invitado a salir si le parece que las condiciones de Bruselas son demasiado duras.
Es muy probable que Chipre encuentre una fórmula para lograr el dinero, e incluso que Bruselas flexibilice algo su posición en el último momento. Pero lo que está claro es que Alemania ha decidido jugar con fuego, y los demás países podríamos terminar por pagarlo muy caro.
Federico Steinberg es investigador principal de Economía Internacional