Alemania, unas elecciones para recuperar el liderazgo internacional

Por Bernardo M. Cremades (ABC, 03/09/05):

En los años sesenta fui uno de los muchos españoles que nos trasladamos a Alemania con la ilusión de encontrar un futuro personal y profesional. La diferencia con otros compatriotas fue la suerte de conseguir una beca del gobierno alemán que me permitió estudiar Derecho y obtener el doctorado. Numerosos españoles encontraron allí la oportunidad de lograr un medio de vida, obligados por la penosa situación económica española y prosperar en una sociedad moderna para así poder alimentar a su familia. Todos fuimos recibidos por un pueblo acogedor en el que aprendimos a vivir en libertad y democracia.

España tiene una gran deuda frente a Alemania. Acogió en momentos difíciles a la emigración, formó a nuestros trabajadores, que obtuvieron una formación profesional excelente. La inversión alemana permitió incorporar nuestra economía a la actividad internacional, fomentó la masiva creación de puestos de trabajo en nuestras fronteras. Los empresarios españoles conocieron las técnicas de gestión, pasando de ser meros empleados directivos a llevar las riendas supremas de las empresas españolas con capital alemán, hoy entre los mayores consorcios industriales y de negocios. Gracias a los políticos alemanes y a su muy generosa ayuda hicimos la transición política y tras ella nos dieron el definitivo espaldarazo para el ingreso en las comunidades europeas. Después, los fondos estructurales, con gran contribución alemana, permitieron cambiar infraestructuras, convirtiéndonos en una sociedad próspera. Buena parte del llamado milagro español lo debemos al buen uso que hemos sabido hacer de la contribución alemana, en lo político, en lo económico, en lo social y en lo cultural.

Por eso miramos con gran interés cuanto sucede en Alemania. Nos preocupa el ambiente pesimista de su sociedad en los últimos años. El éxito de la reunificación alemana, tan deseada por todos antes de la caída del muro de Berlín, ha supuesto un alto precio que todavía lastra su vida cotidiana. El ciudadano alemán es muy dado a planteamientos profundos que en la actualidad le conducen a una cierta depresión. La economía necesita de un fuerte optimismo colectivo para lograr la deseada prosperidad. La sociedad alemana está convencida que son necesarias profundas reformas estructurales y que la situación política actual no las hace viables. La falta clara de un liderazgo político repercute en la economía y, como consecuencia, en la convivencia.

Especialmente, cuando las reformas deben afectar a la paz social ya que para agilizar la economía alemana surge la duda de si en el Derecho individual y sobre todo en el colectivo del trabajo se exigen dolorosos retoques. El paro es el gran problema que deben afrontar los políticos tras las elecciones, con medidas que no siempre son fáciles de asumir. El intento de la socialdemocracia de abordar el tema provocó una enorme división en el primer gabinete Schröder, que incluso ha cristalizado en estas elecciones en la unión de prominentes socialdemócratas al partido poscomunista formando un partido de fusión autodenominado La Iquierda. La tutela del puesto de trabajo, el sindicalismo y la negociación colectiva, el sistema de cogestión y, en general, la protección social están bajo la lupa de las deseadas transformaciones. Sólo un gobierno fuerte puede abordar objetivos de tan gran calado en la vida social alemana. Todos están conformes en su necesario planteamiento, la división comienza cuando se trata de los caminos para ponerlas en práctica. La crisis económica ha pasado factura y las soluciones que se adopten tendrán también repercusión en los países del entorno comunitario. La inmigración está presente en la vida diaria, como lo ha estado siempre en la República Federal. Hoy nuestras sociedades están además comprobando la adaptación a veces desgarradora de la segunda generación a la vida diaria y a la participación en los valores colectivos.

La lacra del terrorismo exige hoy más que nunca difíciles equilibrios entre las garantías constitucionales a los derechos de la persona y las exigencias de la seguridad colectiva. Este no es un problema aislado de la sociedad alemana, pero afecta a la política del momento. La diplomacia alemana ha sabido superar la enorme brecha entre ambos lados del Atlántico como consecuencia de la reacción frente al terrorismo internacional. Sin embargo, sigue presente de forma activa en la discusión electoral sobre el modelo a adoptar y las pretensiones alemanas de ser, junto con Japón, la India y Brasil, miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Frente a la Alemania que vivimos en nuestra juventud, vemos hoy una muy pujante economía envuelta en serias dudas estructurales, con una política carente de ilusión y unos políticos incapaces de transmitirla. La gran incógnita se centra sobre si el futuro va a permitir continuar disfrutando de la llamada sociedad del bienestar que tantos años de prosperidad ha dado tras los enormes esfuerzos que fueron necesarios para superar la penuria de la ya lejana posguerra.

Toda elección supone una verdadera catarsis democrática en cualquier sitio. En la actual Alemania, más. Acostumbrados los alemanes a ser el motor de la economía europea, los forjadores del entramado institucional de la moderna Europa y los garantes de la seguridad de los países de su entorno en base a una fructífera política atlantista, hoy no quieren ni pueden resignarse a perder el fértil protagonismo de las últimas décadas. Al depositar su voto en las urnas, el ciudadano debe enjuiciar a sus políticos, en el gobierno y en la oposición. La coalición rojiverde no ha dado los resultados que se esperaba de la alternancia en el poder, tras la jubilación del gran canciller H. Kohl, y por eso los sondeos anuncian el correspondiente castigo electoral. La preocupación, sin embargo, también se centra en el partido conservador, a quien en su interna división no se le ve con clara capacidad para abordar con fortaleza las reformas estructurales que son necesarias y urgentes. Por ello, brotan los recuerdos lejanos de experiencias de gran coalición, precisamente de los partidos enemigos acérrimos en la contienda electoral pero que sienten la responsabilidad de colaborar lealmente en el logro de unas metas necesarias para seguir liderando esta complicada Europa que hemos construido.

La gran deuda que los españoles tenemos con Alemania, muy especialmente de los que tanto debemos a ese gran país, nos lleva a enfocar las próximas elecciones con atención. Deseamos que su pueblo recupere un nuevo liderazgo capaz de generar la ilusión que requiere su puesto en la economía mundial, en la política internacional y en el progreso social del que todos nos hemos beneficiado.