Alemania vota continuidad

¿Se imaginan una campaña electoral en la que los partidos mayoritarios se trataran con exquisito respeto mutuo? ¿Se imaginan unas elecciones generales en las que los dos candidatos provinieran de un gobierno de coalición en el que uno de ellos fuese su presidente, a la vez que miembro de un partido comparable a nuestro PP, y el otro fuera ministro de asuntos exteriores a la par que cabeza de lista de un partido similar a nuestro PSOE? Eso es, más o menos, lo que ha ocurrido en Alemania en la pugna electoral previa a las elecciones generales de hoy.

El duelo entre Angela Merkel (CDU) y Frank-Walter Steinmeier (SPD) no deja de provocarnos cierta envidia política, aunque para muchos hayan sido términos como 'aburrimiento' o 'bostezo' los calificativos que mejor definieron por ejemplo el último debate televisivo entre ambos líderes. Igualmente sosegada, aunque ya no tan aburrida, ha sido también la campaña entre los otros tres contendientes minoritarios con resortes para favorecer o impedir futuras coaliciones de gobierno; de la mano precisamente de un enrevesado sistema electoral de doble voto que desaparecerá en 2011 por decisión del Tribunal Constitucional. Así, el previsible 14% de los votos atribuidos a los liberales de Guido Westerwelle (FDP) podría ser suficiente para formar gobierno con la coalición democristiana y bávara (CDU-CSU) si ésta a última hora lograra arrancar de la bolsa de indecisos el impulso que le permitiera superar el 35% que le atribuían los últimos sondeos. Por otro lado, también puede ser clave el resultado que obtengan los verdes de Jürgen Trittin ya que su esperado 10% de votos no sería suficiente para que, unido al 25% del voto dirigido a los socialdemócratas del SPD, pudieran alcanzar la mayoría necesaria para gobernar. Pero sumado al otro 10 u 11% que se cree que podría obtener la extraña amalgama de izquierdas resultante de la mezcla de antiguos comunistas de la RDA (dirigidos por Gregor Gisy) y de socialdemócratas insatisfechos (apadrinados por el incombustible Oskar Lafontaine) podría forzar a repetir gobierno de coalición entre los dos partidos mayoritarios, ya que el SPD parece negarse a gobernar con este grupo. La única nota disonante parecen haberla aportado Los Piratas, que han logrado a través de internet un protagonismo inesperado, y sobre todo los neonazis del xenófobo Udo Voigt, quienes con algunas deplorables acciones de campaña podrían haber traspasado la fina línea que les separa del Código Penal.

Así las cosas y dejando para elucubraciones de salón imposibles coaliciones 'tipo semáforo' -rojos del SPD, amarillos del FDP y verdes ecologistas- parece más que probable que, sea en coalición natural con los liberales o sea de nuevo en gran coalición con los socialdemócratas, el número 1 de la berlinesa calle Willy Brandt seguirá siendo durante los próximos años la dirección postal de Angela Merkel.

Sin duda, la canciller alemana rompe cualquier regla de la mercadotecnia política al uso. No tiene el atractivo de Obama. Carece del sentido de la improvisación de Zapatero. Es inmune al irreprimible protagonismo mediático de Sarkozy. Y, por supuesto, no padece la vergonzosa tendencia bufonesca de Berlusconi. Pero, en todo caso, por lo que más interesa a quienes vemos la faena desde el tendido, fuera de Alemania Merkel transmite confianza. Con el tesón de quien durante doce años fue una reputada investigadora en el campo de la física química, Merkel ha sabido ganarse durante los últimos cuatro años el mismo respeto internacional del que Alemania se ha hecho merecedora en el último medio siglo.

De hecho, en vísperas de celebrar la caída del muro de Berlín, parece increíble que hace veinte años Helmut Kohl, con la complicidad imprevista de un irrepetible Gorbachov, lograra la hábil pirueta diplomática de arrancar a la historia el atajo que conducía de nuevo a una Alemania unida; justamente el objetivo que los aliados occidentales deseaban impedir desde el final de la II Guerra Mundial y al que François Mitterand, Margaret Thatcher y Bush padre no pusieron precisamente facilidades.

El tiempo ha demostrado, empero, la equivocación de quienes se oponían a la reunificación por temor a que la nueva Alemania diera la espalda al proceso de integración europea y cayera de nuevo en la tentación nacionalista. Evidentemente este país ha podido cometer errores como impulsar una rápida ampliación comunitaria hacia el Este o promover en su momento el reconocimiento prematuro de Estados como Croacia o Eslovenia. Pero la Alemania de Merkel sigue siendo no sólo un socio fiable dentro de la Unión Europea -cosa que por desgracia para Europa no se puede decir ya de gran parte de sus más relevantes miembros-, sino uno de los principales Estados impulsores de la construcción europea. En la vertiente económica ha seguido aceptando su complicada posición de 'pagador neto' al presupuesto comunitario y ha logrado, junto a Francia y Reino Unido, una razonable posición propia en las tres reuniones del G-20 (Londres, Washington y ahora Pittsburgh). Igualmente, las exigencias de estabilidad monetaria que Alemania defendió en su día al implantarse el euro se han demostrado en el actual tiempo de crisis como el paraguas que han echado de menos tanto Estados pequeños o medianos al borde de la quiebra (Islandia, Hungría, Polonia...) como economías tan orgullosas de no pertenecer a la zona euro como Reino Unido. Y en la vertiente política, además de reencauzar las maltrechas relaciones trasatlánticas y mantener su difícil compromiso en Afganistán, fue el buen hacer de la presidencia alemana de Merkel el que en junio de 2007 logró desbloquear el peligroso 'impasse' en que se encontraba la UE tras el rechazo de Francia y Países Bajos a la Constitución europea. Afortunadamente, Angela Merkel sigue haciendo suya la afirmación de su mentor político cuando al defender la reunificación afirmó que «la construcción de la casa europea es la única garantía verdadera para la paz y la libertad» en el siglo XXI. Alemania por sí sola no puede hacer avanzar la Unión Europea. Pero sin ella es inimaginable cualquier progreso.

En suma, en unos tiempos tan convulsos como los actuales nada podemos celebrar más que unas elecciones generales alemanas en las que el sosiego sea la tónica predominante y la continuidad política internacional su principal consecuencia.

José Martín y Pérez de Nanclares, catedrático de Derecho Internacional Público.