Alemania y la solidaridad europea

La Europa que estamos viviendo no es la Europa que quieren los ciudadanos. Las políticas de austeridad a ultranza y de cumplimiento de los objetivos de déficit por encima de cualquier otra consideración, los ajustes y recortes en el Estado de bienestar, los temores que ha levantado el rescate chipriota están situando a Europa en el estancamiento económico y provocando una mayor desigualdad, pobreza y exclusión social. Del euroescepticismo al eurodesencanto: un proyecto común europeo que se fractura entre países centroeuropeos y del norte y los países periféricos, entre los países acreedores y los deudores y, como dice Soros, ya sabemos quiénes fijan las condiciones de pago. Como declaran filósofos, periodistas e historiadores en un manifiesto reciente, la Europa como idea, como sueño, como proyecto, está muriendo.

Los ciudadanos observan atónitos cómo nos responsabilizamos unos a otros: Alemania a los países periféricos por derrochadores y estos a aquella por actuar en función de sus intereses. Hace unos días, ante la decisión del Tribunal Constitucional portugués de anular medidas contempladas en los Presupuestos Generales por considerarlas antisociales, el primer ministro declaró que la decisión del TC amenaza la estabilidad del país porque contradice los dictados de la troika. Estamos ante una cuestión de fondo: ¿quién decide? ¿A quién responsabilizamos de la situación que vivimos?

La Constitución de un país tiene la última palabra, pero la cuestión de fondo subsiste. Al menos formalmente, Europa no nos impone nada. Las políticas se deciden entre todos en los Consejos europeos y tras cada Consejo los presidentes de Gobierno celebran la bondad de las mismas y son estas las que han llevado a esta situación de estancamiento y parálisis. En cierto sentido, ningún país puede eludir su responsabilidad.

Pero también es cierto que la política europea se decide a impulsos de la política alemana. El papel de Alemania es determinante y no parece estar dispuesta a cambiar una política de rígida austeridad y consolidación fiscal. Nadie duda de que Alemania es la mayor potencia económica de la UE y hay que reconocer que es un país que aporta fondos que reciben los países periféricos. Es el país que puede ejercer, y de hecho ejerce, el liderazgo más fuerte. La pregunta está en si este liderazgo está movido por intereses nacionales o bien para impulsar una acción conjunta y compartida de los países de la UE basada en la solidaridad europea. ¿Cuál es la responsabilidad alemana en la hoja de ruta hacia la integración europea? ¿Cuál es su papel para impulsar una acción compartida que haga posible la regulación de los mercados financieros, el endeudamiento común, la unión fiscal y los proyectos que fomenten la creación de empleo y, en definitiva, el crecimiento económico?

Alemania en y con Europa fue el título del discurso de Helmut Schmidt en el Congreso del SPD el 4 de diciembre del 2011. Nos decía que cuando Robert Schuman, Jean Monnet y otros pusieron en marcha las bases iniciales de la integración europea, estaban pensando en Alemania y en su incorporación a este proceso. Existía recelo hacia su desarrollo futuro, la preocupación por una Alemania fuerte. La integración europea era la garantía para que los alemanes no se dejaran seducir por la política de la fuerza, en este caso económica. Así lo entendieron los gobernantes alemanes como Adenauer, Willy Brandt, Helmut Kohl y el propio Schmidt. Pero este denuncia cómo, en los últimos tiempos, la política alemana provoca inquietud y su fiabilidad está severamente dañada. Sin embargo, la verdad es que la economía alemana también está plenamente integrada en el mercado común europeo y esa circunstancia debería llevar a un elevado nivel de solidaridad entre los países, algo que es imprescindible “si queremos albergar la esperanza de que nosotros los europeos jugaremos un papel importante en el mundo”. Solo lo conseguiremos conjuntamente.

La estrategia de la canciller Merkel, con un discurso pretendidamente europeísta, es rabiosamente nacional, más ante la proximidad de elecciones legislativas; y provoca malestar y desconfianza. Pero Alemania es fundamental. La crisis económica que ha derivado en una crisis europea global es una gran oportunidad para un paso decisivo hacia la integración europea, partiendo de un proyecto común de salida de la crisis que responda a los intereses de la ciudadanía europea.

Así pues, hay pocas dudas de que el proyecto europeo, el propio papel de Europa en el mundo y hacia sus ciudadanos, se encuentra ante una gran amenaza. No solo es una cuestión económica. La falta de confianza de unos hacia otros y de todos con respecto a la Unión y el resurgir radical de los nacionalismos cuestionan la propia idea fundacional de la Europa de los ciudadanos y de los pueblos.

Estamos ante un momento crucial en el que, como se recoge en el manifiesto antes citado, “o Europa da un paso más hacia la integración política o sale de la historia y se sume en el caos”. No hay alternativa al proyecto europeo.

Manuel Chaves fue presidente de la Junta de Andalucía.

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