Alfonso XIII en el Cerro de los Ángeles

La idea venía de largo: el Congreso Eucarístico Internacional de 1911 había causado un gran impacto en la sociedad española y aunque la Gran Guerra paralizó momentáneamente cualquier iniciativa, luego la labor desarrollada por el Monarca a favor de los prisioneros de guerra con su oficina Pro captivis que prestó apoyo a 64.623 personas privadas de libertad o incluso condenadas a muerte y la implantación de la Cruz Roja presidida por la Reina Victoria, propiciaron que una empresa espiritual como era la idea de un gran monumento religioso, recibiera el apoyo multitudinario de los españoles.

Se abrió una suscripción pública que tuvo tanto eco que se recaudó la cantidad necesaria para levantar el monumento deseado y, además, erigir un convento de monjas contemplativas, carmelitas descalzas, que dieran culto y subrayaran el significado espiritual del conjunto.

El 30 de junio de 1916 se puso la primera piedra de la obra que estaba diseñada arquitectónicamente por Carlos Maura y tenía como escultor a Aniceto Marinas: la figura del Sagrado Corazón de Jesús se elevaba sobre un alto pedestal alcanzando los 28 metros de altura; a los pies dos grandes grupos de personas representaban la iglesia peregrina y la triunfante.

Esta universal devoción de la Iglesia católica se impulsó desde España por el padre Hoyos, un joven jesuita vallisoletano de principios del siglo XVIII quien recibió el mandato de promover el Corazón de Jesús como muestra de su amor por los hombres, con un anuncio grato a los españoles que ya habían hecho propio la entonces verdad de la Inmaculada Concepción de María: «Reinaré en España y con más veneración que en otras muchas partes». Felipe V prestó desde un principio el peso de su autoridad en apoyo a esta devoción pidiendo al Papa Benedicto XIII una liturgia específica para celebrar esa misa en todos sus reinos. Curiosamente otro Papa del mismo nombre, Benedicto XVI, fue quien declaró beato al padre Hoyos, con una proclamación multitudinaria en Campo Grande, el gran parque vallisoletano, en el 2010, muy cerca del Santuario de la Promesa.

En el monumento madrileño, resaltan, justo debajo de la figura del Señor, las palabras de la promesa brindada al dieciochesco beato Bernardo de Hoyos: «Reino en España» porque ese día de mayo en que se celebra la fiesta de San Fernando, Rey de Castilla y de León, su descendiente consagraba España al Sagrado Corazón. Estaban presentes la Familia Real al completo, el Gobierno en pleno, autoridades diversas, el nuncio de Su Santidad que bendijo la obra y el arzobispo de Madrid-Alcalá que celebró la misa y expuso el Santísimo al finalizarla. Entonces, con todo el público de rodillas, se levantó el Rey y con voz firme consagró a España al Corazón de Jesús con estas palabras: «España, pueblo de Tu herencia y de Tu predilección, se postra hoy reverente ante ese trono de tus bondades que para Ti se alza en el centro de la península. Reinad en el corazón de los hombres, en el seno de los hogares, en las aulas de las ciencias y de las letras y en nuestras leyes e instituciones públicas».

El cerro donde se asienta el monumento tomó el nombre de Cerro de los Ángeles. Luego, durante los tiempos convulsos que vivió España, el 28 de julio de 1936, gente sin amor se permitió fusilar la imagen dañándola con sus balas y destrozando el resto de las esculturas, que sufrió también la barbarie, esta vez con dinamita. La restauración corrió a cargo de los arquitectos Muguruza y Quijada y la escultura de Jesús se encomendó, de nuevo, a Aniceto Marinas. Los grupos escultóricos son ahora obra de Fernando Cruz Solís, y si bien mantienen parecida composición han variado algo y se han añadido dos más que representan España misionera y España defensora de la fe. Esta nueva obra se acabó en 1965 y el conjunto alberga también una cripta.

En el centenario de su inauguración no sobra recordar que, con ocasión de la XXVI Jornada Mundial de la Juventud en 2011, en la visita a Madrid de Benedicto XVI, el Papa consagró a todos los jóvenes al Sagrado Corazón de Jesús. También entonces el Rey Don Juan Carlos I habló como lo había hecho su abuelo Alfonso XIII y expresando el cambio de los tiempos, dijo: «Santidad (…) en el trasfondo de todo ello se percibe una profunda crisis de valores, los jóvenes necesitan no sólo oportunidades, sino también la ejemplaridad de sus mayores, no sólo razones, sino actitudes que motiven, llenen e impulsen su existencia y alienten su esperanza…».

El Marqués de Laserna es miembro Correspondiente de la Real academia de la Historia.

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