Algo habremos hecho mal en Cataluña

Valga esta reflexión una vez hemos traspasado el umbral de las elecciones que han completado el escenario del destino político español y se han constituido los ayuntamientos, incluido el de Barcelona.

A grandes rasgos, los sondeos y vaticinios se han cumplido con variaciones a la alza o a la baja para alegría o desesperación de quienes han quedado afectados por la sorpresa, aunque sigo pensando que las estrategias partidistas muchas veces desdibujan o falsean la auténtica y verdadera voluntad popular. En el caso de la Ciudad Condal, por ejemplo, los acuerdos postelectorales que se han alcanzado son pactos anti natura, capaces de romper sus débiles costuras como se ha visto en lugares donde inmediatamente después de tomar posesión han reventado.

Así lo observamos en el caso del ex ministro socialista Celestino Corbacho, quien, como consecuencia del apoyo de la plataforma de Manuel Valls a la alcaldesa Colau, ha decidido unirse al grupo municipal de Ciudadanos en el Ayuntamiento de la capital catalana. Su acuerdo, tal y como hemos comprobado, estaba más hilvanado que cosido con las consecuencias que esto conlleva.

Por supuesto, no cuestiono la victoria global del PSOE que viene a confirmar y a fortalecer la conquista reciente del Gobierno de la nación, lo cual permite una legislatura estable sin demasiados sobresaltos a poco que se gobierne con sentido común, sentido también de Estado y, por supuesto, garantizando el respeto a la Constitución, el Estado de derecho y el firme compromiso de defensa de la integridad territorial.

Los españoles hemos hablado y firmado un encargo de Gobierno socialista, y situado a cada partido político de la cita electoral en la zona correspondiente del escenario. Ahora confiemos en la responsabilidad de cada cual para ejercer su papel con generosidad y espíritu democrático arrinconando y evitando los furibundos ataques que provendrán de las doctrinas comunistas, populistas o nacionalistas, cuando no del agujero negro del separatismo xenófobo y excluyente que anda bien organizado y generosamente alimentado. Cabe remarcar que, aunque los resultados ofrecen un sensible descenso global en los apoyos, su altivez e iluminación mantendrán la tensión y acoso al que nos tienen acostumbrados, pues es su única razón de existir y también su única arma de subsistencia.

En cualquier caso, existen algunas razones en Cataluña y también en otros lugares de España por las que cabe preguntarse qué es lo que hemos podido hacer mal. Para empezar, los extremismos antisistema, intolerantes y agresivos sin más experiencia que la vagancia del movimiento ocupa ni de mayor ideología que el libertinaje y la violencia callejera, cuyos fuegos pretenden que paguen y apaguen los demás, surgen por algún motivo y salen de algún sitio y mucho me temo que son producto de un más que deficiente sistema educativo en el ámbito formativo escolar. Unido, supongo, a un desmoronamiento del sistema de valores en el núcleo familiar, quizás producto del desinterés, la frustración, el egoísmo y la información basura que invade los hogares por ondas y canales visuales.

En Cataluña y aquellas comunidades afectadas por nacionalismos excluyentes, el horizonte es desolador pues se vislumbra un drama social, económico y de convivencia que debería disparar todas las alarmas. Barcelona es público y notorio que ha devenido en una ciudad decadente, moribunda en lo cultural, así como de graves carencias en seguridad ciudadana y notable falta de visión en materia urbanística y que en gran medida vive bajo el amparo del turismo, de su arquitectura, de Gaudí y de la aureola olímpica. Por ello no puedo entender que gran parte de los ciudadanos con los que convivo, me cruzo o espero el autobús, hayan votado opciones tan nocivas para el futuro de la ciudad.

Tampoco cabe en mi cabeza que haya un solo catalán votando a quienes alimentan o estimulan acciones violentas ensañándose con escaparates, contenedores, banderas o figuras y símbolos relevantes, cortando autopistas o colapsando el normal funcionamiento de una ciudad y un territorio. Y eso, además de pintadas y amenazas contra personas que no piensan como ellos, en sus casas, espacios públicos, institutos y universidades. Quisiera, pues, poder entender si el origen de todo ello es de nuevo la formación y educación de los jóvenes, la exaltación de la incultura y la vagancia frente al trabajo y el esfuerzo, el buenismo y la tolerancia institucional, o quizá oscuros motivos para la desestabilización de los territorios en España por contagio del bloque europeo en el contexto mundial.

No quisiera dejar de mencionar la degradación sufrida en la Cámara de Comercio de Barcelona, sede teórica del empresariado catalán y uno de los altos motores de la economía donde ha triunfado una opción independentista declarada para regir sus destinos empresariales y de política económica. Es posible, pues así lo ha anunciado su nuevo presidente in pectore, va a ponerse al servicio del separatismo y, por tanto, anuncia la ruptura con el sistema económico español y europeo. Por ello necesariamente me pregunto dónde se hallan escondidos el modélico empresariado familiar y la famosa burguesía catalana. Quizá de vacaciones o refugiados en el armario de los cobardes. O en Madrid. Y no soy el único que lo digo.

La sociedad civil de este país no debería resignarse, pues al fin y al cabo es la que ha conseguido la más larga y mejor época de prosperidad de nuestra historia y no debería permitir que esa infección de incultura, vandalismo y sectarismo destruya todo aquello que tan arduamente hemos perseguido y con tanto esfuerzo hemos conseguido.

España ha encomendado al PSOE, en solitario o con acuerdos en comunidades y municipios, pilotar la nave en los próximos años y debemos desear que tome el rumbo correcto sin lastres ni palos en las ruedas, pero sobre todo sin extorsiones de nefastos propósitos pues es su responsabilidad democrática, como democráticamente el pueblo español va a respetar sus acciones de gobierno.

Hay que hacer urgentemente un análisis y proponer soluciones al sistema educativo, a la convivencia, a la cultura, a la solidaridad y a la defensa a ultranza de la unidad de España, así como a la unión entre españoles en toda su diversidad.

Todos los ciudadanos tenemos la responsabilidad de alimentar la llama de un protagonismo capital en la historia y la cultura del planeta que debería llenarnos los pulmones de oxígeno, satisfacción y vida, sin permitir amenazas de procesos destructivos protagonizados por quienes pretenden destruir España y, con ello, herir de muerte a Europa y a la historia y la cultura del mundo, o al menos aquel patrimonio humano que nos ha permitido a pesar de todo llegar hasta hoy.

A tiempo estamos de corregir aquellas cosas que quizás hemos hecho mal.

Mariano Gomá es fundador del Foro España.

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