Algo más que vieja y nueva política

El próximo 26 de junio se miden no sólo ideologías nuevas y viejas, sino algo no menos significativo: generaciones disímiles. Una parte relevante de la población joven o próxima a la juventud medirá fuerzas con sus padres y abuelos. Así lo indican distintas encuestas, entre ellas las del CIS, que señalan que el 60% de potenciales votantes del PP y 55% del PSOE, son mayores de 55 años. En el caso de los mayores de 65 el voto al PP es fenómeno masivo. No es tema baladí, pues entraña un choque, donde jóvenes y menores de 54 años votarán mayoritariamente por los nuevos partidos, en tanto los mayores de 55 y 65 años lo harán masivamente por los partidos tradicionales, actores casi únicos del ya desaparecido sistema bipartidista.

El tema trasciende el dato meramente estadístico de fechas de nacimiento. Contiene una carga profunda de visiones divergentes del mundo, la sociedad y la economía que llevan a concepciones políticas distintas o diametralmente opuestas. Los mayores de 55 y 65 años nacieron y se criaron en la guerra fría, el mundo bipolar, el neocolonialismo y el conflicto entre el modelo soviético de comunismo y el modelo estadounidense de capitalismo, con la idea de Europa como ombligo del mundo. También vivieron el franquismo y no pocos de ellos llenaron la Plaza de Oriente para mayor gloria del Caudillo. Ciencia y experiencia muestran que, con los años, nos vamos haciendo más conservadores y menos curiosos. Nos hacemos, además, temerosos de perder nuestra seguridad económica. Las fuerzas políticas tradicionales conocen esa psicología y con ella juegan, para impedir cuanto puedan que las cosas cambien o que, si cambian, sea al ritmo que les interesa. La revolución de internet les llegó tarde o demasiado tarde y los cambios habidos en el mundo desde 1991 les encontraron jubilados o próximos a hacerlo.

Algo más que vieja y nueva políticaLa juventud es el polo opuesto. Son los años del riesgo, el cambio y la osadía. La época en que queremos transformar el mundo, luchar contra las desigualdades y adaptar las sociedades a los cambios que, de forma inevitable, transforman cotidianamente el país y el planeta. El mundo bipolar desapareció en 1991, hace 25 años. Para los nacidos a partir de, digamos, 1970, ese mundo pertenece a la historia; para los nacidos después de 1980 es un concepto ajeno a las realidades que les rodean. Estas generaciones crecieron en un mundo diferente, donde internet y medio ambiente eran valores en alza; les tocó salir a las calles con el No a la guerra en Irak, como les tocó sufrir el colapso económico de 2008 y el derrumbe del modelo social europeo. No saben casi nada de las guerras anticolonialistas en Vietnam o Angola, pero sí de los desastres provocados por las guerras de la OTAN (o sus pseudónimos) en Yugoslavia, Afganistán, Irak y Libia. No conocieron el Estado social, pero sí la corrupción rampante. Estudiaron creyendo que así alcanzarían sus sueños y se vieron obligados a emigrar. Tienen conciencia de que hay que cambiar muchas cosas para tener futuro, o para impedir que visiones estáticas del mundo les impidan realizar ese futuro que empezaron a construir y que la crisis económica, social y moral les ha volatilizado y amenaza con convertirlos en víctimas inocentes del inmovilismo.

Pocas veces en la historia la brecha generacional ha estado tan cargada de visiones opuestas del mundo. La razón es simple. En los últimos 20 años este planeta ha experimentado cambios gigantescos en todos los ámbitos, del tecnológico al geopolítico. Europa hace décadas dejó de ser el centro del mundo y el mismo Occidente está dejando de serlo aceleradamente. La economía mundial se ha trasladado a ese arco del triunfo que va de la Rusia asiática a India, con China como epicentro. EEUU, que hasta los años 80 fue la economía dominante, representa hoy el 18% de la economía mundial. Desde la II Guerra Mundial no ha ganado una sola guerra, siendo Afganistán su último y más sonado fracaso. La resistencia de los desharrapados talibanes pudo con toda la maquinaria de la teóricamente invencible OTAN.

No obstante esas realidades, España y Europa se han quedado ancladas en criterios de guerra fría, lo que ha provocado un proceso de creciente militarización y, lo que es aún peor, en la fagocitación de la UE por EEUU, con la OTAN como principal instrumento. Para quienes nacieron y crecieron en una Europa Occidental saturada de bases militares estadounidenses, que la OTAN devore Europa puede parecer necesario y tan natural como que el manzano dé manzanas. Para quienes tienen más idea de los cambios mundiales se trata de un disparate, pues EEUU pretende reordenar Europa y convertirla, por medio de la OTAN, en una inmensa colonia militar y, a través del TTiP, en su reserva económica, de cara a una futura -e inevitable- confrontación con China y Rusia. Nada de eso puede interesar a Europa y, mucho menos, a España, a menos que se acepte la conversión de esta península de Eurasia en lo que fue India para el Imperio Británico, su mayor zona de expolio y centro de reclutamiento de ejércitos cipayos.

Desde su visión de confrontación, EEUU sateliza a Europa y la lleva a crear una cortina de hierro militar en torno a Rusia. Aunque ya no existe la URSS, la OTAN sigue expandiéndose y, con ello, arriesga provocar una nueva guerra, que puede ser termonuclear. Esos viejos reflejos condicionados de políticas imperiales llevaron a Europa, entre 1999 y 2011, a una serie de guerras de agresión tardoimperialistas, que destruyeron regiones enteras y hoy son causa de la tragedia de los refugiados y la expansión del terrorismo islamista.

Por otra parte, la crisis económica y social europea no es transitoria, sino estructural. El sistema europeo pudo funcionar mientras se mantuvo vivo el modelo neocolonial y no existían en el mundo países que compitieran en condiciones ventajosas con las potencias industriales. Pero ese mundo ya no existe. Repsol ya no tiene inscritos como propios los yacimientos energéticos de Bolivia y la competencia industrial asiática va a más, no a menos. El duopolio Airbus/Boeing tiene los días contados porque antes de diez años Rusia y China tendrán establecida su propia, fiable y más barata línea de aviones comerciales. Tales retos no se resuelven ahogando a los ciudadanos con recortes sociales y bajos salarios ni dilapidando los recursos estatales en salvar cuatro bancos. Menos aún erigiendo una inútil fortaleza europea, pues no se puede luchar contra la realidad (se hace, por ejemplo, con inversiones multimillonarias en I+D, no desplegando batallones). China, hace 60 años, era un país devastado por casi dos siglos de colonialismo, invasiones extranjeras y guerras civiles. Hoy es la segunda economía mundial y una potencia tecnológica que envía cosmonautas al espacio, los takonautas y construye su propia estación espacial (¿dónde están los euronautas, dónde la estación espacial europea?). Hasta grandes clubes de fútbol europeos son comprados por magnates chinos y árabes, hecho menor, pero que ilustra las nuevas realidades.

El proyecto de UE es un proyecto fracasado, donde el sueño de crear sociedades igualitarias ha terminado en la pesadilla impuesta por los psicópatas de Bruselas, que han destruido Grecia, arruinado España y enriquecido hasta la obscenidad Alemania. La UE ya no camina a dos velocidades. Simplemente, ha dejado de caminar. Las políticas deben ser por y para la gente, no para enriquecer a los más ricos y condenar a pueblos enteros a los infiernos. Privada de ideales de igualdad, los resultados son los que hay: concentración de riqueza, inequidad creciente y paro, paro y más paro...

España necesita urgentemente un aggiornamento, una adaptación a los nuevos tiempos, como pidió Juan XXIII en el Concilio Vaticano II, y ese aggiornamento sólo puede venir de las fuerzas emergentes progresistas. Se trata de algo tan antiguo como la humanidad misma: renovarse o morir. Las generaciones nacidas en 1950 y 1970 podían compartir mundos similares. Las de 1930, 40 o 50 no tienen casi nada que compartir con las nacidas en 1980 o 1990. El 26-J España decidirá algo más que la formación de un nuevo gobierno. Decidirá entre pasado y futuro, entre el surgimiento de lo nuevo o la entronización de lo viejo.

Augusto Zamora R. es Profesor de Relaciones Internacionales y autor de Política y Geopolítica para escépticos, insumisos e irreverentes.

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