Algunas enseñanzas del ‘Brexit’

Mientras nuestras fuerzas políticas van liquidando una interminable partida de manilla (botifarra en Catalunya), a la que los ciudadanos corrientes estamos convidados sólo en calidad de mirones, alejémonos de la mesa para tratar de extraer algunas enseñanzas del Brexit, ese acontecimiento que todos adivinamos tan importante, aunque no sabemos a ciencia cierta qué consecuencias va a tener para unos y otros, ni cuándo se van a producir. Dejemos de lado las posibles consecuencias económicas, sobre lo que mucho se ha escrito sin decir gran cosa, ya que no se sabe cuál de los muchos caminos posibles será el elegido por las partes en liza; dejemos también de lado las consecuencias políticas, un terreno aún más nebuloso, para centrarnos en la luz que los resultados pueden arrojar sobre el mundo en que vivimos.

La primera lección es que el referéndum ha puesto de manifiesto la existencia de una sociedad profundamente fragmentada. El resultado ha dado una sorpresa mayúscula a lo que convenimos en llamar las élites occidentales, convencidas de que los partidarios de la salida habían de ser unos pocos excéntricos, ignorantes o mal informados, sin reparar en que lo que ha beneficiado a las actividades exportadoras de servicios, en especial de servicios financieros, no ha hecho nada por el resto de la economía, de la que vive la mayoría de la población. Otra división, igualmente importante, la demográfica: los jóvenes eran en su mayoría partidarios de quedarse, los viejos temían que la invasión extranjera les hiciera perder los beneficios –sanidad, pensiones– logrados con mucho esfuerzo, y eran partidarios de irse. Estos últimos adivinan que la sociedad se enfrenta a grandes cambios y temen, no sin razón, que esos cambios los dejarán en la cuneta. Que la culpable de esos cambios sea la UE y la solución salir de ella es, naturalmente, otro asunto.

La segunda lección es que la promesa de prosperidad económica no sirve como cemento de una sociedad. En todo gran cambio hay quien gana y quien pierde, y no suele ocurrir que los ganadores compensen a los perdedores. Uno de esos cambios, lo que llamamos globalización, la entrada en la escena económica mundial de grandes países como China, no es una excepción: puede haber beneficiado un poco a muchos –por ejemplo, nuestras camisas son más baratas–, pero ha perjudicado mucho a aquellas zonas tradicionalmente dedicadas a la producción de camisas, y las ayudas arbitradas para facilitar los ajustes parecen no haber servido de gran cosa. La crisis no ha hecho más que aumentar la distancia entre unos y otros. Solía decirse que la subida de la marea reflota todas las embarcaciones. El resultado del referéndum refleja lo que para muchos es la realidad: la marea sólo ha reflotado los grandes yates, mientras los modestos botes siguen embarrancados. Por mucho que hablemos de cooperación, lo cierto es que una sociedad que persigue el enriquecimiento individual por encima de la buena convivencia ha de ser por fuerza una sociedad dividida.

La tercera lección es, desde luego, para la UE en su forma actual. Los partidarios de la salida se sienten sujetos a fuerzas sobre las que no tienen ningún control, y quieren recuperar lo que hasta ahora había sido su defensa, el Estado nación. Es, en mi opinión, un error, porque los cambios a los que se enfrenta el mundo occiUna dental no pueden ser abordados en el marco de los estados de siempre: cambios tecnológicos, migraciones, conflictos armados, clima... son problemas que desbordan las capacidades de cualquier país. Pero es un error aún mayor pensar que se arreglan solos. Hace falta algo más, y eso fue quizá lo que pensaron los redactores de aquel manifiesto de Ventotene cuando, en 1940, decían que unos Estados Unidos de Europa eran la única forma de garantizar la convivencia pacífica entre Europa y el resto del mundo. Los resultados del Brexit lo dicen bien a las claras: o la UE se convierte en un defensor digno de crédito de los intereses europeos o volveremos a la Europa de los estados, con las guerras comerciales y monetarias de las que habíamos creído librarnos para siempre. Europa resucitada puede volver a suicidarse.

Por último, el Brexit nos previene contra el recurso al referéndum como instrumento para dilucidar asuntos complejos. Este ha servido para dejar al desnudo profundas divisiones; también avisa de que cualquiera que sea la andadura del nuevo Gobierno puede dejar descontenta a la mitad de la población. Una mitad (que en Catalunya llamaríamos una mayoría abrumadora), enfrentada a problemas reales, ha elegido libremente una mala solución, porque los partidarios del Brexit han puesto, como dice un anuncio de automóviles, la inteligencia al servicio de las emociones. Hubiera sido mejor detectar los problemas y abordarlos en su raíz, antes de que se enquistaran en un dilema que se ha resuelto, en mi opinión, de la peor manera posible.

Alfredo Pastor, cátedra Iese-Banc Sabadell de Economías Emergentes.

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