Alianza de civilizaciones

Emilio Menéndez del Valle es embajador de España y eurodiputado socialista (EL PAIS, 18/08/05).

Durante décadas, la tan cacareada comunidad internacional ha sido incapaz de ponerse de acuerdo sobre una definición de terrorismo. Kofi Annan nos recuerda que la ONU ha sido clave para ayudar a los Estados a negociar y a aprobar 12 convenciones contra el terrorismo, pero no ha podido adoptar una convención global que ilegalice el terrorismo en todas sus formas a causa de las diferencias sobre el "terrorismo de Estado" y el derecho de resistencia contra la ocupación. El secretario general afirma que es hora de marginar esos debates. Dice que el uso de la fuerza a cargo de los Estados está ya plenamente regulado por el derecho internacional y que el derecho a resistir la ocupación tiene que ser entendido en su auténtico significado. Esto es, no puede incluir el derecho a matar o mutilar a civiles deliberadamente. Por eso, enérgicamente sostiene que durante la próxima sesión de Naciones Unidas en septiembre, "los dirigentes mundiales tienen que unirse para apoyar una definición de terrorismo que aclare más allá de toda duda que atacar a civiles o no combatientes nunca es aceptable".

Resulta obvio que el catalizador de esta movida no ha sido el terrorismo de ETA o del IRA, o el terrorismo de Estado israelí, sino la magnitud y repercusión logrados por el terrorismo suicida de extremistas palestinos contra civiles israelíes y, en los últimos años, el de Al Qaeda. Territorialmente, en otra sui géneris forma de terrorismo de Estado, el representado por Al Qaeda y los talibanes se había asentado en Afganistán a fines de los años noventa, país que tras el 11-9-2001 se ganó a pulso la invasión norteamericana, sancionada por Naciones Unidas. El absoluto desprecio por la legalidad internacional y el terrorismo civil contra su propio pueblo que ejercieron los talibanes concitó contra ellos la unanimidad, algo que, evidentemente, no se logró en Irak. Al Qaeda y el terrorismo están presentes ahora en Irak a causa, precisamente, de la invasión norteamericana, algo que mantiene hasta Douglas Hurd, ex ministro de Asuntos Exteriores conservador del Reino Unido.

Sin embargo, que se pueda llegar a un acuerdo universal sobre el concepto terrorismo dependerá en gran medida de dos factores principales. Uno: que simultáneamente se logre un consenso sobre el sentido, significado, razones y causas de las acciones violentas que no constituyen terrorismo, es decir, las no dirigidas contra civiles, sino, por ejemplo, contra un ejército de ocupación que, además y dicho sea de paso, ejerce él mismo, cuando menos esporádicamente, violencia contra civiles. Dos: que la recurrente comunidad internacional, pero en especial los poderosos de la misma, se comprometan definitiva y decididamente a poner todos los medios para evitar que los terroristas de verdad logren sumar miles (o al paso que vamos, millones) de adeptos en un caldo de cultivo extraordinariamente fértil a causa de la frustración, el resentimiento, el odio y el afán de venganza de los condenados de la tierra. Sentimientos bien arraigados a causa de la violencia y la humillación contra ellos ejercidas durante décadas.

Y ello sólo es posible llevarlo a cabo mediante una acción concertada que -inspirada por el respeto a la dignidad de los demás y el sentido común político- se decida a luchar eficazmente contra el hambre y el subdesarrollo que deshacen vidas y sociedades y consolidan (no digo crean) la vía del terror. Sí, señor Rajoy, aunque a usted le parezca insólito, la miseria y el subdesarrollo son parte del problema y, adobadas por el odio y la humillación, constituyen una receta explosiva a disposición de quien se halla en situación propicia de servirse de ella. Desahogarse, como usted hizo, con un "ya me dirá usted qué mar de injusticia universal tienen los señores de ETA para hacer lo que vienen haciendo en España a lo largo de 30 años", resalta precisamente la falacia e inconsistencia de su jefe, el ex presidente Aznar, empeñado en que terrorismo no hay más que uno. Obviamente, hay varios. De naturaleza diversa y con causas y pretextos distintos. No son iguales el de ETA o IRA que el de Al Qaeda o determinadas organizaciones chechenas. Ni tampoco el que acabará apareciendo en África negra como no nos demos prisa. Mire usted por dónde, el primer ministro británico -que acaba de endosar el proyecto civilizatorio del presidente español que tan mal les cae a ustedes- está obsesionado por el mar de injusticia universal que agobia a África y comenzando a dar pasos en esa dirección.

Decir, como dijo el señor Rajoy pocas horas antes del encuentro londinense Blair-Zapatero, que la alianza de civilizaciones es una fórmula para "buscarle razones y justificaciones al terrorismo, que es tanto como echarle la culpa del terrorismo a las democracias occidentales", es, aparte de una inoportuna ocurrencia para hacer el ridículo, un dislate que se comenta por sí mismo.

Hace casi un año -poco después de que Rodríguez Zapatero presentara su propuesta ante la Asamblea General de Naciones Unidas-, y haciendo mía la hermosa expresión de uno de nuestros poetas, escribí que la alianza de civilizaciones era un arma cargada de futuro (La revolución utópica de Zapatero, EL PAÍS, 19-10-04). Algunos "líderes de opinión", según todas las apariencias sin haberlo leído, dedicaron al discurso del presidente simplezas o insultos. Entre otras lindezas, fue calificado de "sarta de sandeces", o despachado así: "Zapatero dijo que la solución al terrorismo depende de la averiguación de sus causas", cuando oportuna, sencilla y llanamente, en septiembre de 2004, el presidente dijo en Nueva York esto: "El terrorismo no tiene justificación..., pero se deben conocer sus raíces, se debe pensar racionalmente cómo se produce, cómo crece, para combatirlo racionalmente".

Me temo que a pesar del sostén brindado al proyecto el pasado 27 de julio por Tony Blair, algunos de los que hasta ahora, fuera de los círculos socialistas, parecían ser cuasi-íntimos del premier londinense, seguirán denostando la idea. Se trata de los mismos que hace casi un año dijeron que "Zapatero ha ido a Nueva York con una visión irreal del mundo y un criterio insostenible sobre el terrorismo internacional islamista". Ese "criterio insostenible" es hoy sostenido por el primer ministro de Gran Bretaña, por el de Turquía y por otros varios, y lo que es más importante, crecientemente por la opinión pública de diversos países, que entienden perfectamente que "el mar de injusticia universal" algo tiene que ver con el tema que nos ocupa y que comparten, mal que les pese a algunos, esta afirmación de Zapatero en la ONU: "La corrección de las grandes injusticias políticas y económicas que asuelan el pla

-neta privaría a los terroristas de sustento popular. Cuanta más gente viva en condiciones dignas en el mundo, más seguros estaremos todos".

Hablo de una alianza de civilizaciones actualizada (o si se prefiere, "revisitada") porque estoy convencido de que ahora que Blair, pero también otros políticos y amplios sectores de la sociedad occidental, están viendo las orejas al lobo, se intensificará el diálogo y potenciarán las propuestas del proyecto. Ello comenzará también a suceder dentro de algunos sectores de las sociedades islámicas y entre algunos de sus gobiernos, conscientes de que nos enfrentamos no a la tercera guerra mundial, pero sí al mismo lobo.

Debe asimismo quedar claro que el diálogo y el conocimiento no son incompatibles con la investigación y acción policiales y de inteligencia (que no bélicas) necesarias para combatir las actuaciones terroristas. No está de más tampoco, ya que hablamos de inteligencia, que, por mucho que se empeñe Tony Blair, sus propios servicios, así como gran parte de su sociedad, opinan que los atentados de Londres han tenido que ver con la invasión de Irak.

Conviene igualmente que seamos conscientes de que probablemente los frutos del diálogo y entendimiento civilizacionales que la Alianza propugna no se recogerán sino a medio o largo plazo, pues, dado el tiempo perdido, la labor es ingente, y las dificultades, enormes. Ha dicho el ministro de la guerra norteamericano, Donald Rumsfeld, que "en Oriente Medio hay un enemigo que se sirve de varios medios de comunicación para intentar contaminar la mente de las gentes de esa región sobre las acciones e intenciones de Estados Unidos y otros países". Las gentes de esa región perciben la naturaleza de las lacras que padecen, internas y externas. Cuestión diferente es qué medios utilizar para librarse de tales lacras. Los ciudadanos occidentales -pero sobre todo Rumsfeld- han de tener presente que en el mundo musulmán existen también la opinión pública y la memoria histórica, y que la gran mayoría siente como propia la agresión en Palestina o en Irak, igual que todavía recuerda el golpe de Estado organizado por países occidentales en 1953 en Irán. ¿Para luchar contra el terrorismo o armas de destrucción masiva? No, para hacer regresar al shah tras derrocar al primer ministro Mossadeq, que había nacionalizado el petróleo (controlado por British Petroleum) y hecho la reforma agraria y fiscal después de ganar unas elecciones democráticas. ¿Cómo lamentarse luego de Jomeini?

Esa opinión pública se entera y reacciona por las torturas de Guantánamo y de Abu Ghraib, estas últimas no sólo a cargo de estadounidenses, sino también de británicos, y sabe que en ambos lugares se han usado técnicas de interrogatorio diseñadas para ofender y humillar a los musulmanes. No parece que el islam -que nació seis siglos después del cristianismo- haya alcanzado aún una fase en la que determinadas situaciones y actuaciones puedan ser relativizadas.

Blair -quien, por diversas razones, es paladín del ingreso de Turquía en la Unión Europea- ha afirmado que trató con Zapatero de "la manera de combatir la radicalización de los jóvenes musulmanes". Se trata de los jóvenes de allá, pero también de los que viven desde hace años en nuestras sociedades occidentales, de ésos de los que The Economist dice que "suelen tener una buena educación y que a menudo muestran un gusto por las mujeres y el alcohol que es lejano al Islam... Sin embargo, algo les conduce a la religión y se aferran a voces radicales que hablan de utopías y de un mundo gobernado por la ley islámica". Ésos son los jóvenes que un día, a menudo sin que lo sepan sus propias familias, deciden inmolarse por lo que creen una causa justa y mueren matando. ¿No creen ustedes que debemos enfrentarnos a un fenómeno tan escalofriante y a las circunstancias con mayor rigor y profundidad?