Alianza de Civilizaciones: buscando una estrategia común

Por Miguel Ángel Moratinos y Sergei Lavrov, ministros de Exeriores de España y Rusia (ABC, 08/10/05):

Hace pocos días, los jefes de Estado y de Gobierno de casi todos los países miembros de Naciones Unidas se han reunido en la Reunión Plenaria de Alto Nivel de la LX Asamblea General. Uno de los importantes temas abordados durante el debate, que afecta al fondo de los problemas del mundo actual, ha sido el de la interacción de civilizaciones. Los dirigentes de varios países, y en particular los de Rusia y España, le han prestado una atención prioritaria.

No es la primera vez que esta cuestión se aborda en las Naciones Unidas. Algunos países, entre ellos Rusia, ya habían planteado la necesidad de abrir un diálogo entre las civilizaciones, idea que recibió una acogida positiva en el seno de la ONU, con la adopción por la Asamblea General de la «Agenda Global para el Diálogo de Civilizaciones». El año pasado España dio un paso adicional al proponer la Alianza de Civilizaciones, iniciativa copatrocinada por Turquía, y que ha recibido el respaldo del secretario general de la ONU. Éste ha constituido un grupo de alto nivel para que elabore recomendaciones concretas de contenido político. Rusia ha apoyado activamente esta decisión.

¿Por qué distintos países, aunque sea por vías diferentes, llegan a planteamientos similares, presentando iniciativas que tienen mucho en común en lo que se refiere a sus objetivos y espíritu? La respuesta hay que buscarla en la naturaleza de las nuevas amenazas y desafíos que la humanidad afronta al inicio del siglo XXI.

La globalización ha acentuado de manera drástica la interdependencia entre los Estados y entre las sociedades. Si bien es cierto que las tecnologías y los medios de comunicación contemporáneos ofrecen oportunidades sin precedentes para el acercamiento entre las personas de distintas civilizaciones, no lo es menos el hecho de que al mismo tiempo han acentuado las percepciones de los desequilibrios y de las diferencias sociales, étnicas y religiosas. La globalización, al eliminar las distancias, aumenta los encuentros y los desencuentros entre culturas y civilizaciones cada vez más expuestas la una a la otra. Las «otras» culturas ya no se asocian con regiones geográficamente alejadas, sino que forman parte del paisaje de nuestras ciudades. En Europa occidental residen ya más de 14 millones de personas de origen musulmán. En Rusia residen unos 20 millones de personas de religión musulmana. El gestionar esta convivencia entre culturas, entre países y en el interior de nuestras propias fronteras va a ser un reto de primer orden de la agenda internacional para las próximas décadas. Dicho reto existiría en cualquier caso. Los atentados terroristas del 11-S, del 11-M, de Beslán, de Londres y otros sucesos trágicos no han hecho sino ponerlo al descubierto. El hecho es que el desafío de la convivencia se ha visto puesto a prueba con la amenaza del terrorismo. De unos terroristas que se reclaman como musulmanes y, por lo tanto, nuestra atención se ha dirigido hacia el Islam.

El Islam es la religión de una gran civilización, parte integrante del patrimonio histórico y cultural mundial. Nuestros países jamás han identificado a los terroristas con esta religión. Tampoco es el Islam político nuestro enemigo. Nuestros enemigos son los terroristas y los que les apoyan y justifican.

Este terrorismo no tiene nada que ofrecer al mundo salvo odio, muerte y destrucción. Eso sí, trata de aprovechar los conflictos y los problemas irresueltos para enfrentar a las personas de credos y culturas diferentes, para intentar que éstas se vean como enemigos. No se puede permitir que las discrepancias ideológicas que desembocaron en la confrontación entre Estados en tiempos de la guerra fría sean sustituidas por contiendas étnicas, religiosas y culturales.

Aquí reside a nuestro entender la importancia de la Resolución 1.624 del Consejo de Seguridad, aprobada el pasado 14 de septiembre por unanimidad, cuyo fin es luchar contra la instigación al terrorismo. Es una resolución novedosa, que nace de la convicción de la necesidad de combatir la radicalización, el reclutamiento y la difusión de ideologías que buscan incitar y legitimar el terrorismo. Para aquéllos que propugnan ideas radicales, el Islam es sólo un disfraz para socavar y desacreditar sus valores tradicionales, tal y como más de una vez han subrayado muchos de los líderes políticos y religiosos del mundo islámico.

España ha vivido muchos siglos bajo la fuerte influencia de la cultura islámica; Rusia es un estado eurasiático al que el Islam llegó inmediatamente después de su nacimiento. Por todo ello, Rusia y España han de aprovechar su legado histórico y su experiencia actual para contribuir a la búsqueda de soluciones a estos problemas. Los resultados de la Reunión Plenaria de Alto Nivel llevan a una conclusión: la Alianza de Civilizaciones debe permitirnos vertebrar una estrategia común. Hay que pasar del debate académico y cultural a una auténtica colaboración política y a un partenariado entre civilizaciones. Debemos centrarnos en resaltar los valores comunes que compartimos y sobre esa base construir líneas de acción política también comunes. Nuestros países están dispuestos a cooperar estrechamente para alcanzar estos objetivos, están dispuestos a trabajar juntos en aras de este consenso político y estratégico. Nos une el entendimiento de que no es posible combatir eficazmente el terrorismo sin avanzar en soluciones a los conflictos que sirven de pretexto a la violencia terrorista.

A la hora de muchas incertidumbres acerca del futuro de las relaciones internacionales, la Alianza de Civilizaciones está llamada a servir de instrumento para intentar sentar las bases de un orden mundial más justo, más democrático y más seguro.