Las dos citas que encabezan Elogio de la diversidad, de Ramin Jahanbegloo -"Un país no tiene que ser considerado apto para la democracia, tiene que volverse apto mediante la democracia", de Amartya Sen, y "Ninguna crítica puede vivir si intenta ser exclusiva", de Mahatma Gandhi-, delimitan con claridad el espacio en el que se desenvuelven las aguijadoras reflexiones del escritor iraní. Ante la creciente ideologización de las tradiciones religiosas en los últimos treinta años y, paralelamente a ella, la pretensión de imponer un modelo único de civilización global -el de la modernidad occidental y su presunto ecumenismo salvífico- ¿cómo escapar al dilema que nos atrapa entre un asimilacionismo forzado y un multiculturalismo sin límites? La pregunta vale no sólo para el subcontinente indostánico en el que se centra preferentemente el análisis del autor, sino también para los países de la Unión Europea, con sus crecientes minorías de origen asiático y africano en las que el islam radical, aunque muy minoritario, se disemina al amparo de las distintas corrientes salafistas.
El desafío -o "pregunta crucial" en términos del autor- consiste en "cómo hallar valores morales transnacionales susceptibles de ser compartidos sin coerción ni opresión". El diálogo interreligioso, sobre todo entre la cristiandad y el islam, iniciado en el siglo XV con la propuesta audaz de un concilio entre ambos por el obispo Juan de Segovia, no ha dado como sabemos resultados concretos, más allá del hecho del diálogo mismo. Pero, como advierte Ramin Jahanbegloo, el quid de la cuestión radica en lo que cabría llamar alianza de valores comunes a los credos enfrentados, mediante la cual las personas con creencias distintas encontrarán un ámbito cívico-moral de entendimiento.
El diálogo entre culturas, a veces secularmente opuestas, debería conducir así a la admisión de la diversidad propia y ajena: de una diversidad en los antípodas del extremismo político y el fanatismo religioso antioccidental, antijudío y antimusulmán. Partiendo de la premisa de que ningún credo religioso puede erigirse en excepción de la ley natural y de que una civilización sólo alcanza a desenvolverse en la medida en que se abre al contacto e influjo de las demás -la desertización cultural de la España inquisitorial a mediados del siglo XVII es un buen ejemplo de ello-, el autor examina con lucidez los retos a los que se enfrenta actualmente el islam. Tras un repaso a la vida y obra de escritores y filósofos musulmanes no exclusivistas ni vio-lentos, como Mohamed Iqbal -cuya obra leí con gran interés hace ya unos años-, Maulana Kalam Azad y Jan Abdul Ghaffar Jan -que compartieron el sueño de Gandhi en una India diversa frente a la intolerancia y persecución religiosa y étnica que condujeron al asesinato del gran líder pacifista y culminaron en el desmembramiento del subcontinente asiático entre India y Pakistán-, Ramin Jahanbegloo observa: "Desde el siglo XIX, el sueño musulmán de un renacer musulmán ha adquirido formas y proporciones diversas. Creo que la verdadera lucha se libra entre quienes creen que una reconstrucción de la civilización islámica sólo puede realizarse mediante la experiencia de la modernidad y la democracia, y quienes, por el contrario, luchan con violencia por un proyecto que pide una reproducción del modelo original del islam. Se rechazan las ideas de modernidad y democracia, y algunos propugnan incluso la creación de un mundo islámico global. Pienso que el resultado de la lucha intermusulmana, y no el conflicto entre el fundamentalismo musulmán y Occidente, determinará en última instancia la respuesta musulmana a la globalización de la modernidad".
Creo que dicho planteamiento es justo, y el autor rechaza con una argumentación sólida las famosas predicciones de Huntington sobre el choque de civilizaciones, cuyo precedente halla con razón en Spengler y su La decadencia de Occidente, para dejar bien sentado que la contienda se produce "entre quienes están a favor de la idea de diversidad y quienes se oponen a ella. Se trata de la tradicional lucha entre el odio y el miedo por una parte y la esperanza y el valor por otra. Es una lucha entre la arrogancia de la violencia y la responsabilidad de la no violencia. Y, en una época de pensamiento y actuación globales en que los países y los individuos dependen unos de otros y en que nuestro futuro será común o no será, el resultado de este choque entre la intolerancia y el diálogo decidirá por completo nuestro destino".
Y los grandes textos religiosos -la Biblia, la Torá, los Evangelios, el Corán- admiten, como sabemos, multiplicidad de lecturas, puesto que sus conceptos, parábolas e imágenes se prestan a ello, y por dicha razón autorizan interpretaciones antagónicas, ya sean pacíficas, ya violentas. Si por un lado fomentan un sentido comunitario capaz de enriquecer y dar un sentido a la vida de sus fieles, por otro pueden provocar el exclusivismo radical y la persecución religiosa del disidente. La historia de la cristiandad y del islam nos procuran abundantes ejemplos de ello. Con una concisión encomiable, el autor concluye que "una creencia es un modo de vida, no un pretexto para imponer ese modo de vida a todos los demás".
Con la misma justeza y nitidez, Elogio de la diversidad responde a muchas de las preguntas que se nos plantean de cara a una mundialización que vehicula imparablemente sus males de un continente a otro gracias al fundamentalismo de la tecnociencia y el ubicuo terrorismo yihadista difundido por internet. Su autor subraya la necesidad de promover unos valores universales por encima de los poderes políticos y de las iniquidades del poder económico: valores de solidaridad frente a las monstruosas diferencias entre países ricos y pobres; de reconocimiento de las culturas diversas frente al hegemonismo de una sobre otras y el recurso a la guerra o a la imposición por la fuerza del discurso ultranacionalista o ultrarreligioso. En España sufrimos las heridas de ambos -de ETA y del 11-M- y por ello mismo las reflexiones de Ramin Jahanbegloo merecen ser leídas con particular atención: "La cultura de la democracia es inseparable del diálogo intercultural. Si, según la vieja máxima, la guerra es demasiado importante para dejarla en manos de los generales, el diálogo entre culturas es demasiado importante para ser dominio exclusivo de políticos y diplomáticos. Un diálogo cultural ininterrumpido puede cambiar el planeta entero: el paso de un mundo cerrado de certidumbres a un mundo infinito de interrogantes".
Imposible decir más y mejor en tan breves y sencillas palabras.
Juan Goytisolo, escritor.